El brillante sol de Nueva York se filtraba por las ventanas de la pequeña cafetería donde Rose trabajaba. Mientras servía café y sonreía a los clientes, su mente continuaba atormentándola con pensamientos sobre su retraso. La charla alegre de los clientes creaba un contraste con su ansiedad interna.
—¡Rose, un americano y un muffin de arándanos, por favor! —exclamó uno de los clientes regulares, sacándola de sus pensamientos.
Rose asintió y preparó el pedido, esforzándose por mantener la sonrisa en su rostro. Una vez que el cliente se marchó, suspiró y miró el reloj en la pared. Ya era hora de irse a casa y enfrentar la verdad.
La cuenta regresiva había terminado. Ya había transcurrido una semana y no había señales de su periodo por ninguna parte.
Rose se pasó todo el trayecto en metro de vuelta a casa pensando en qué decisión tomaría en caso de que el resultado del test que llevaba en el bolso arrojara un resultado positivo.
Jared no se había presentado en la cafetería esos últimos días, pero seguía recibiendo sus mensajes a diario, y una noche, sintiéndose más sensible de lo normal, había estado a punto de responderle con un “te extraño”. Por suerte consiguió detenerse a tiempo, pero era evidente que en algún momento tendría que retomar el contacto con Jared.
A ver si el compromiso que había insistido en asumir con ella se mantendría con un embarazo de por medio. Aquella sería la prueba de fuego, e internamente, Rose rogaba que no la pasara.
Sin embargo, era pronto para pensar en ello, primero debía llegar a casa y confirmar sus sospechas.
Al entrar en su departamento, descubrió a Lily estaba sentada en el sofá, mirando fijamente su computadora portátil. Rose se desplomó a su lado, sintiendo que el agotamiento la abrumaba.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó tratando de sonar casual.
En el fondo sabía que solo estaba haciendo tiempo para retrasar lo inevitable.
—Lo de siempre. —Lily levantó la vista y sonrió. Ella también trataba de parecer casual, pero le preocupaba tanto la ausencia de síntomas de embarazo que había programado una cita a la mañana siguiente en la clínica de fertilidad—. ¿Qué tal el tuyo?
Rose jugueteó con sus dedos y evitó la mirada de su hermana.
—Lo de siempre —repitió.
Lily frunció el ceño, claramente preocupada.
—Rose, sé que algo te está incomodando desde hace semanas. ¿Qué pasa? ¿Por qué no hablas conmigo al respecto? Pensé que tú y yo no teníamos secretos.
Rose apretó los labios, luchando contra la tentación de hablarle sobre sus sospechas, pero estaba a tan solo unos minutos de confirmarlas o descartarlas, así prometió contarle todo después de tomar una ducha.
Lily era persistente y no dejaría el tema, pero Rose necesitaba hacer aquello sola. Después de un momento de silencio incómodo, Lily suspiró.
—Muy bien, ve a tomar esa ducha. Te estaré esperando en mi habitación.
Rose le dio una débil sonrisa y se fue a su habitación. Una vez allí, decidió que el baño no era mala idea. Lo necesitaba para relajarse, luego se prometió que realizaría la prueba. Y para no olvidarlo sacó el test de su bolso y lo dejó sobre el lavabo.
El agua caliente no sirvió de mucho para aliviar su nerviosismo, pero una vez fuera se dispuso a seguir las instrucciones descritas en la caja del test.
Rose ya se encontraba sentada en el váter la prueba entre las piernas cuando un grito proveniente de la habitación contigua la hizo brincar de terror. La varita del test se resbaló de sus manos y cayó en el agua de forma irremediable, pero aquello no le preocupó nada en comparación con lo que había ocasionado el accidente en primer lugar.
Quien había gritado era Lily. Y cuando Rose finalmente irrumpió en su habitación para averiguar lo que había ocurrido, la encontró echa un ovillo en la cama, inmersa en un llanto descontrolado.
—Lily, ¿qué pasa? —se dirigió a ella con preocupación.
Lily levantó la vista y soltó un nuevo sollozo.
—Mi periodo... —dijo con voz temblorosa—. Me ha bajado.
Rose sintió que el corazón se le detenía en el pecho. La realidad de la situación se hundió en ella como una losa de plomo.
—No, no, no. —Rose negaba con la cabeza—. No puede ser posible.
Lily levantó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas.
—Yo tampoco quería creerlo —le dijo—. Pero es la verdad, el procedimiento no funcionó. Fracasé, Rose. Lo siento.
Rose sintió que le faltaba el aliento mientras se abalanzaba sobre ella para abrazarla.
—No quiero escucharte decir eso nunca más, ¿me oyes? No eres un fracaso. En todo caso, yo lo soy. De no ser por ti… no sé qué sería de mí.
—Soy tu hermana mayor.
—Eso no significa que siempre tengas que sacrificarte por mí.
—Pero necesitamos el dinero.
—Hallaremos otro modo —le dijo Rose—. Quizás esta es una señal del cosmo para que desistas de esta idea.