En todo su tiempo trabajando para Skyler, era la primera vez que experimentaba esta clase de trato. Hace casi nada, se encontraba degustando una serie de platillos ofrecidos por el personal de la cocina. Esa escena apenas había sido procesada. Mientras esperaba a que la conversación entre ambos abogados concluyeran, decidió relajarse hasta volver a servirle a ese diablo.
—Si necesita algo, no dude en avisarnos, señora. —comentó una dama mayor, siendo cortés al mismo tiempo que remarcaba la forma de dirigirse hacia ella. Cassie no tuvo más remedio que sonreír y agradecer por la cálida bienvenida.
La única cosa de la que pudo quejarse es que se quedó comiendo en absoluta soledad. El comedor era demasiado inmenso para una sola persona. Aún así, se dijo a sí misma que todo iba a salir bien y comenzó a ingerir pequeños bocados para disfrutar del sazón. Estuvo en silencio durante un largo rato hasta que vio una cabeza asomarse. Creyó que se trataba de una alucinación, porque se atragantó.
—¿Estás bien? No quise asustarte. —apareció un pequeño, luciendo un rostro preocupado. Él se acercó después de notar cómo Cassie se ahoga de la impresión. La francesa asintió en un intento por calmarlo mientras se limpiaba la boca y recogía su dignidad. —Escuché de las empleadas y el señor Dubois que tendríamos invitados. ¿Eres la esposa de mi hermano mayor? —relató con inocencia, aferrándose a un pequeño cuadro donde se vislumbraba una foto familiar.
La castaña maldijo nuevamente a su jefe.
—Es un placer conocerte, sólo soy la asistente del señor Arnaud. —descartó cualquier posibilidad de un romance. En la vida, se involucraría con su jefe para ese tipo de cosas. El niño de ojos grises y cabello negro, no se convenció. —¿Por qué no me acompañas a comer y conversamos un poco? —lo invitó, empleando un tono sutil para que no huyera.
El niño, cuya expresión lamentable y triste hizo temblar a Cassie, se forzó a sonreír mientras aceptaba la invitación a comer. No obstante, él no probó ningún bocado, es más, parecía que no tenía la intención de alimentarse. Además, sus ojos rojos y ojerosos llamó la atención de la secretaria.
—Soy Étienne Arnaud. —se presentó con cierta timidez, observando cómo la muchacha devoraba la comida. Que la mirase intensamente, provocó que ella sintiera vergüenza y recordara que hace poco enterraron a sus padres del niño.
—Lamento tu pérdida, Étienne. —le dio el pésame, alargando su brazo para sostener la mano del niño. —Nada de lo que te digan va a poder consolarte, pero estoy segura que tus padres siempre te estarán cuidándote. —intentó consolarlo aunque por experiencia no era buena en eso.
—No quiero que me cuiden a la distancia, yo prefiero que estén aquí, conmigo. —reclamó fastidiado y creyendo que era injusto. —Me he quedado solo. —afirmó desesperado. Entonces, sus emociones se desbordaron. Sin embargo, lo que volvió a sorprender a Cassie es que él se limpió sus lágrimas y bajó la cabeza, como si se estuviera aguantando. Ella quiso decirle que no era necesario contenerse, pero él se adelantó: —Nunca he conocido a mi hermano mayor y tampoco sé cómo es o por qué no vive conmigo. Aún así, mamá siempre decía que era un buen chico y si ellos no estaban, él cuidaría de mí y me protegería. —informó, aferrándose al último pariente que le quedaba. —Él es un adulto, así que no me va a abandonar ¿cierto? —se angustió, mirando a la mujer quien no sabía qué decirle.
Al final, su corazón flaqueó y por instinto, se levantó para abrazarlo, dándole paz:
—Él nunca te dejaría, te lo prometo. —se arriesgó, a sabiendas de que era una promesa que podía cumplirse como también no. El niño, estando emocionalmente inestable, decidió creer en una adulta, acordándose que su madre siempre decía que los adultos eran personas de confianza. —Sabes, quiero conocerte un poco más. ¿Cuántos años tienes? —cambió el tema. De lo contrario, no sabría qué hacer si preguntaba por otra cosa.
Étienne buscó su mirada, sintiéndose más cómodo por la promesa. Además, las empleadas le recomendaron que se hiciera cercano a ella para que lo ayudara, porque al ser la esposa de su hermano podía influir en sus decisiones. Era joven, pero nunca desaprovecharía un consejo como el de ellas que tenían más experiencia y querían lo mejor para él.
—Cumplí hace poco trece años. —relevó con una hermosa sonrisa que hacía llorar por dentro a Étienne, pero tenía que esforzarse para no ser abandonado. —Mi nombre me lo puso mi padre y dijo que sería igual de brillante que una corona. —agregó información innecesaria. Iba a hacer de todo para caerle bien a su cuñada y que lo quisiera por sus encantos.
Cassie puso su cabello negro hacia atrás y elevó sus comisuras, siendo bastante obvio lo que ese niño pretendía. Algunos niños como Étienne, solían ser muy transparentes con sus intenciones pese a que no siempre era bueno.
—Es un precioso nombre. —elogió la elección de sus padres.
—¿También lo crees? —se fue soltando poco a poco. —En cinco años seré un adulto, así que espero que estemos los tres juntos para cuando cumpla mis dieciocho años. Soy inteligente y no doy problemas por lo que no van a necesitar preocuparse por mí. —contó acerca de sus habilidades, dejándole claro a Cassie que no iba a despegarse de ellos.
La secretaria lamentó la desesperación del niño. No obstante, no hubo tiempo para continuar con la charla, puesto que se escuchó una voz fuerte por el pasillo. Antes de que ella saliera a inspeccionar, Étienne dijo que se encargaría. De tal forma, caminó hacia afuera con su cuadro que no soltó en ningún momento, ni siquiera cuando ella lo abrazó. Aún así, ella estaba preocupada y lo siguió, encontrándose con su jefe aturdido.