Instinto de una básica

Maldita cremallera

Olivia

 

Aún podía recordar la cara de enfado que tenía mi madre durante la cena de anoche. Nuestra última cena en familia.

Mamá se había reído cuando a principios de año le conté que había sido aceptada en el programa Erasmus, y no le dio importancia. Pero cuando vio pocos días antes del viaje las maletas hechas, se dio cuenta de que hablaba totalmente en serio. Incluso intentó persuadirme para que me quedase, aunque de nada sirvió. 

Los últimos días fueron de todo menos agradables. 

Papá, en cambio, se mantenía impasible, y de los dos fue el único que se despidió de mí deseándome lo mejor.

Fue bastante complicado organizar todo el viaje por mi cuenta y, sobre todo, encontrar una residencia que se adaptase a mis gustos, que no estuviera muy lejos de la universidad, y que no fuese muy cara. No debíamos olvidar ese detalle tan importante.

Pero lo conseguí, gracias a muchas horas de búsqueda por internet.

La satisfacción que sentí al encontrar la residencia fue enorme, pero lo mejor fue entrar en la habitación, soltar las maletas por cualquier parte, y tirarme en una de las dos camas que había. Llevaba la mayor parte del día viajando y estaba muerta.

Tres horas y media de avión podían destrozar a cualquiera. Un poco más y mi culo sería plano.

Me erguí con ayuda de mis codos y observé la habitación. Había algunas fotos puestas en uno de los escritorios, y una maleta en una de las esquinas, así que lo más seguro era que mi compañera de habitación estuviese pululando por la residencia.

A regañadientes, me levanté de la cama y empecé a deshacer todo el equipaje que había traído.

Tiempo después, la puerta se abrió dando paso a la que supuse que iba a ser mi compañera por los próximos diez meses. O al menos eso deseaba. No me gustaría tener que dormir con un ojo abierto por la noche.

—¡Hola! Tú debes de ser Olivia. —Una chica pelinegra, unos centímetros más baja que yo, me tendió la mano para que se la estrechase—. Soy Annelise.

Era realmente guapa, tanto que me removí incómoda en mi sitio al recordar que tan solo llevaba puestas unas mallas roñosas y una camiseta sudada más básica que yo. 

Ese era mi lema para un viaje: cuanto más cómoda, mejor. 

Annelise era una chica… particular. En tan solo unos minutos me había relatado cómo había sido su llegada, sus quejas acerca de las chicas que vivían en la habitación frente a la nuestra, y lo aburrida que se había sentido.

Le gustaba hablar. Mucho. 

Me costaba un poco seguir el hilo de la conversación. Ya había escuchado que los daneses hablaban muy bien inglés, pero joder, no contaba con que algunos hablasen tan rápido.

—¿Qué? —era obvio que me había preguntado algo, pero mi mente entró hace rato en modo ahorro.

—Te preguntaba que si habías venido alguna vez a Dinamarca.

Lise estaba tirada en su cama devorando un paquete de patatas que había sacado del armario.

—Que va. He llegado hace nada, así que lo único que he visto ha sido el paisaje desde la ventanilla del autobús —expliqué mientras volvía a mi tarea de deshacer el equipaje y empezar a guardarlo en el armario. O lo hacía ahora o estaba segura de que la ropa podía permanecer ahí hasta el día en el que tuviese que volver a casa por vacaciones. 

—Pues supongo que podré hacerte de guía. ¡Hay muchas cosas que tienes que ver! —añadió mientras chupeteaba uno de sus dedos.

Y de nuevo comenzó a hablar sin parar. ¿Esto podía considerarse tener una conversación? Porque en mi mundo yo lo llamaba monólogo. No es que me disgustase ni nada por el estilo. Personalmente, era más de escuchar que de hablar, pero esto era como tener una copia danesa de Alicia.

—¿Y a qué hora se come aquí? —interrogué en un vago intento de intentar intervenir también. Aunque en realidad el verla comer había despertado mi apetito. Literalmente, me cagaba de hambre. Chasqueó los dedos mientras murmuraba algo en danés y cerraba el paquete de patatas, dejándolo en la pequeña mesita de noche que tenía al lado.

—¡Se me había olvidado! Venía a avisarte de que la cena empieza dentro de veinte minut... —Miró el reloj que llevaba puesto en su muñeca izquierda—. Error, empezó hace cinco minutos.                                                                                                

—¿No son como las seis? —Cogí el móvil que había dejado olvidado en la cama y lo desbloqueé para comprobarlo, y así era. Poco más de las seis y media.   

—Nuestro horario de comidas es muy similar al de Inglaterra. ¡Vamos, o nos quedaremos sin nada! —Agarró mi mano y me arrastró fuera de la habitación.

La residencia era enorme. Largos pasillos llenos de habitaciones y un montón de adolescentes entrando y saliendo de ellas.

La fila que había para coger la comida no era muy larga, pero antes de poder ir hacia ella, Annelise tiró de mí hasta llegar a una máquina parecida a las que había en McDonald´s.   

—Mira, aquí se pide la comida. Tienes mucha variedad de cosas. Lo seleccionas, y pulsas en <<aceptar pedido>>. —La máquina expulsó el tique. Efectivamente, era como las que había en McDonald´s—. Y ya está. Después de esto solo hay que esperar a que te llamen para pagar. Venga, ahora tú.                                    



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Editado: 16.10.2022

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