Olivia
Era raro para mí despertarme tapada con la manta hasta el cuello en el mes de septiembre. Las mañanas danesas eran heladas, y más aún a las ocho de la mañana.
En España me habría despertado con frío, pero porque seguramente habría olvidado apagar el ventilador por la noche. Me hubiese vestido a toda prisa para no perder el autobús, y Alicia me estaría esperando en la parada en la que me bajaba cada día —excepto los fines de semana—, para ir andando lo que restaba de camino hasta llegar a la universidad.
Era una de las cosas que echaba de menos. Pero el papel de mamá pato que interpretaba a veces no era una de ellas.
—Ni una llamada, ¡ni una sola llamada desde que te fuiste! No sé por qué me sorprende viniendo de tu parte. —Alicia suspiró, colocando uno de sus tantos mechones rebeldes detrás de la oreja.
—Te he escrito —me excusé. Era cierto. Le había enviado muchos mensajes, pero claro… <<no era lo mismo>>.
Las videollamadas, Facebook, Instagram… toda red social que sustituyese la necesidad de quedar con alguien era bienvenida.
¿Ver a alguien sin tener que moverte de la comodidad de tu cama? Digo sí.
—En un mensaje no puedo ver esa cara de culo que tienes siempre. — Vale, me lo merecía—. ¿Cómo van las cosas por ahí?
No podía quejarme. Estaba rodeada de gente que me caía bastante bien —a pesar de no conocer a más de cinco o seis personas—, y no había tenido problemas para ir al baño. Eso era felicidad y lo demás eran tonterías.
—Voy tirando. Me siento un poco perdida, pero lo normal. —Estaba en uno de los rincones que más me gustaban de la facultad. Un pequeño jardín en el que se agrupaban varios grupos de estudiantes en sus horas libres. Jugaban a las cartas, hablaban, o esperaban con paciencia mientras leían un libro a que su siguiente clase comenzase. Yo estaba sentada en uno de los pocos bancos de piedra que quedaban libres. No tenía una toalla o una manta sobre la que tirarme, y tampoco era una actividad que me entusiasmase. Cuanto más lejos de los bichos estuviese, mejor—. ¿Y por allí? Echándome de menos, supongo.
—Estamos todos llorando por las esquinas —dramatizó, borrando una lágrima falsa de sus ojos—. Tú tranquila —Acercó el móvil a su cara y sonrió perversamente—, que en cuanto podamos vamos a hacerte una visita.
—Ya… ¿a mí o a los daneses? —Se encogió de hombros.
—¿Acaso eso importa? El caso es que estaremos ahí contigo. —Tiene la cara más dura que el suelo del patio de un colegio—. Pero cambiando de tema, ¡no sabes lo que te estás perdiendo! —Tuve que bajar el volumen del móvil, porque si no me iba a quedar sorda con tanto grito. Cosa normal en Alicia. Cuando se emocionaba un poco más de la cuenta, su tono lo hacía con ella. Como si tuviese un altavoz en la muela—. El otro día pillaron a María en el baño de chicos.
—¿Y qué? Como me digas que María en verdad es Mario me caigo al suelo.
—¡Hala! ¡Que va! Le estaba echando una mano a uno de intercambio. Y no era precisamente la mano lo que estaba usando. —Vale, demasiada información.
—Si es que siempre me pierdo lo mejor. ¡No estoy y pasa de todo, joder! Pero una cosa… ¿Quién los pilló?
—¡Gran pregunta, mi querido Watson! Los pilló, nada más y nada menos que, la profesora de francés. Estaban haciendo tanto ruido que la mujer se asomó para ver qué ocurría, y pues se encontró con todo el percal.
—Esa vieja amargada. Me echó la bronca porque llevaba calcetines cortos y se me veían demasiado los tobillos —murmuré con cierto enfado recordando ese día. Esa señora me caía como una patada en el culo—. ¡Por favor, ni si quiera he sido alumna suya! Pero habría dado el dinero que me gasto en libros en un mes con tal de ver la cara que puso.
Echaba de menos estas charlas con Alicia.
—El otro día me encontré a Diego. —Retiraba lo dicho, le podían dar por el culo a mi amiga—, y me preguntó por ti.
—No me interesa en absoluto. — A él también le podían dar por el culo.
—Venga ya, Olivia. ¡Tienes que avanzar! Ese capullo no tiene que impedir que sigas con tu vida. Le dije que estabas genial viviendo la vida loca allí, así que podrías poner algo de lo que te hemos enseñado en práctica. ¿Para qué está Instagram? Para joder a los que nos caen mal, y eso no lo vas a conseguir subiendo historias de lo que comes.
—Perdona por ser una amante de hacer fotos a la comida que decoran de manera bonita. —Me apuntó con el dedo de manera acusatoria.
—¡Tienes que espabilar! —No me dejó contestar porque sabía que iba a soltar un rotundo sí—. Un clavo se saca con otro clavo.
—El clavo lo he sacado yo solita, gracias. —Me fulminó con la mirada—. ¿Qué? ¡Es verdad!
—Olivia, es muy fácil. Necesitas un ser vivo que sepa hablar, y razonar a ser posible. Y que tenga un cable colgando entre sus piernas, o no. Para gustos los colores. —No entendía nada. Y creo que mi cara de póker la cabreó. Se tocó el puente de la nariz y soltó un sonoro suspiro—. Necesitas un tío. Fin. ¡Y que no sea tóxico, por dios! —bufé, cansada.