Olivia
Si buscaba la definición de <<muñeco vudú>> en internet, la que aparecía era:
Fetiches, o para entendernos mejor, unos muñecos, que representan a una persona. Y lo que le hagas al muñeco, como retorcerle el brazo, por ejemplo, es lo mismo que le ocurrirá a dicha persona.
Eso era lo que me estaba pasando. El universo estaba haciendo vudú con mi cabeza. Sentía como si me estuviesen clavando miles de agujas en el cerebro, y cualquier persona que haya pasado por una resaca podía entenderme.
Maldigo a quién inventó el alcohol. Hijo de su madre.
No me dolía tanto la cabeza desde que bebí en el cumpleaños de Érica por culpa de lo que Alicia llamaba <<Alicia Island>>.
Un consejo para el futuro: nunca mezcléis.
—¡Es hora de levantarse, bella maloliente!
Mi compañera subió las persianas, y se hizo la luz.
¡Mis ojitos!
Ahora entendía a Edward Cullen. No quería que le diese la luz porque tenía resaca todo el día, lo que pasa es que puso la escusa de que brillaba.
—Muérete —gruñí contra la almohada.
—¡Venga! ¡Que es el día de tu dichosa colada!
—Te pago lo que quieras si me la haces tú y me dejas dormir. —Volví a cerrar los ojos, y a los segundos me quedé sin respiración porque Lise se tiró encima de mí y empezó a zarandearme. O a lo mejor quería matarme. Quién sabe lo que habría en la cabeza de esta chica. Pero me daba igual, porque muerta ya no me dolería la cabeza.
—Ni loca. Te lo mereces. Ayer fuiste un grano en el culo. —Entreabrí con dificultad el ojo izquierdo para verla. Me costó conseguir enfocarla bien. Las legañas y el sentir como si mis ojos tuviesen una especie de pegamento no ayudaba para nada.
—¿Qué se supone que hice para llegar al punto de que no aceptes mi dinero? —Se sentó bien en la cama y llevó la mano a su barbilla, pensativa. Estaba a punto de soltar un <<Guau, Lise piensa>>, pero podía apostar todo mi dinero a que todos mis libros acabarían en la basura. Y posiblemente yo también.
—¿Por dónde quieres qué empiece?
—Creo que por el principio —solté de mala gana. Me daba igual todo. Yo solo quería dormir hasta mañana.
—Pues a ver… Recuerdas el juego, ¿no? —Asentí frunciendo el ceño al notar mi lengua áspera. La sensación era asquerosa—. Pues después de beberte cinco vasos de Akvavit, digamos que te viniste un poco arriba.
—No sé lo que es, pero de lo que estoy segura es de que no quiero volver a probarlo en mi vida. —Llevé la mano a mi cabeza y sobé mi frente, en un triste intento de mitigar el dolor.
—Claro. Es que no es que sea precisamente flojito. —Me lo apuntaba para futuros eventos—. Bueno, sigo. Como he dicho, te transformaste en otra persona. Y me di cuenta porque te perdí de vista un momento, y cuando te encontré te estabas besando con un tío. Y no con cualquier tío. ¿Te acuerdas de la chica de ayer que tenía el pelo corto?
—Cómo olvidarla, si era obvio que me quería muerta porque su novio, rollo o amigo con derecho a roce me estaba mirando un poco demasiado. —Eso, y que era una dilatación que jamás iba a olvidar.
—Y tanto que tenía razones para querer matarte, sobre todo si el chico con el que te estabas besuqueando era el suyo.
<<Muy bien, Olivia. Acertar para encestar una puñetera bola en un vaso no, pero enrollarte con el chaval menos indicado, sí>>.
—Joder… —solté en voz alta. Sitio al que iba, sitio en el que la liaba.
—Lo más perturbador fue cuando le metiste el dedo en la dilatación. Ahí ya tuve que intervenir. —<<Vaya por dios. Cumplo mi sueño y no me acuerdo>>—. Si la cosa hubiese acabado ahí, habría aceptado tu dinero. —Chasqueó la lengua, y prosiguió con la triste y vergonzosa historia de mi vida—. Te volviste a escapar de mi lado, pero no fue difícil localizarte de nuevo. Te subiste en la mesa y te pusiste a bailar como si no lo hubieses hecho nunca. —A mi mente estaban llegando flashes de ese momento—. Intenté hacer que bajases, pero no dejabas de gritar que te dejase en paz. Así que tuve que ir a buscar refuerzos.
—¿Cómo que refuerzos? ¿Quién?
—Anker. —Suspiré de alivio al saber que había sido él quien me había ayudado—. Te bajó de la mesa. Pero amiga, no sé qué pasa contigo, que te escabulles como una posesa.
—Ya… me lo suelen decir bastante.
—Me imagino por qué. —Rodó los ojos, tanto que parecía que iban a salir rodando de su sitio—. Y ahora es cuando viene la bomba. Bueno, bomba la que soltaste por esa boquita que tienes. —Ahora los ojos que se iban a salir eran los míos.
<<Por favor, no. Cualquier cosa menos lo que estoy pensando>>.
—No me digas que pasó lo que creo que pasó.
—Si quieres no lo digo. Pero de que pasó, pasó de verdad —aseguró apartándose el pelo que le cubría la cara.
<<Mierda, me hice un “Érica”>>.