Olivia
Puedo poner mi mano en el fuego cuando afirmo que todo el mundo se ha levantado alguna vez con el pie izquierdo, y quien diga que no, miente.
Y no me refiero a perderte el desayuno o a darte cuenta de que se te ha pasado la fecha de entrega de un trabajo que vale un cuarenta por ciento de la nota final, sino a que tu día empiece como una mierda desde el minuto cero.
Había tenido días malos, pero sin duda iba a recordar esta fecha por un largo tiempo. Incluso podría ocupar un puesto importante en mi lista de Top 10.
Empecemos por el principio. Tenía una clase a las nueve de la mañana, pero cómo no, era imbécil y ayer se me había olvidado poner las diez alarmas que solía poner para despertarme. Sí, había gente que se levantaba al primer sonido del despertador, y después estaba yo que ponía alarmas cada cinco minutos porque tenía una capacidad impresionante para ignorar al despertador.
Me desperté cuando eran las nueve y veinte. Eso quería decir que, no solo había perdido mi primera clase, sino que estaba a punto de perder la segunda. Cogí unos vaqueros que había tirados en el suelo, que por suerte eran míos, y me los puse junto con la primera sudadera que pillé del armario. Agarré la mochila, y sin preocuparme nada por mi aspecto, salí corriendo a la parada de autobús. Justo cuando llegué a la parada, el autobús ya se estaba yendo.
Perfecto. Todo iba como la mierda. Había alrededor de media hora de camino en bus hasta la universidad, por lo que correr no era una opción viable. Mientras esperaba a que llegase el siguiente, encendí la cámara del móvil. No me había dado tiempo a mirarme en el espejo, y si lo hubiese hecho de seguro no hubiese salido ni de la habitación.
Lo primero que vi no fue mi cara, fue un gran grano que estaba justo en la punta de mi nariz. Tenía vida propia. Vamos, es que poco más y le daban la nacionalidad como si fuese uno más.
Dios, es que ni siquiera me había dado tiempo a echarme desodorante. Olisqueé la zona de la sudadera que daba con la axila. Bueno, era soportable.
Cuando entré por la puerta de clase ya llegaba diez minutos tarde, pero el profesor no dijo nada y me dejó pasar.
Todo el mundo esta agrupado en diferentes partes de la clase. No sabía a dónde dirigirme, pero por suerte divina dos chicas llamaron mi atención agitando la mano para que fuese allí. Eran dos compañeras de clase con la que no había cruzado más de dos palabras. Una de ellas me invitó a sentarme a su lado.
—¡Hola ¡Olivia, ¿no? —Asentí—. Yo soy Hanne, y ella es Britta. —La chica de al lado me saludó con una sonrisa.
—Encantada de conoceros.
Intenté fuertemente que mi autoestima no cayese por los suelos. Ambas tenían el pelo rubio sedoso, que caía como una cascada de oro líquido por su espalda, y el mío parecía que había sido víctima de una bandada de cuervos.
Y mejor no hablábamos de la ropa porque sino ya me tiraba de cabeza por la ventana.
—Tenemos que hacer un trabajo sobre el origen de cuatro palabras en alemán.
Me tendió un folio donde venía todo mejor explicado, y me lo fue explicando paso a paso. Al principio le estaba prestando atención, pero solo por unos segundos mi vista se apartó de allí al escuchar los pasos de alguien que se acercaba.
¿Recordáis cuando dije que el día de hoy estaba en el Top 10?
Pues el cuarto integrante del grupo fue el que hizo entrar este día en el ranking.
Se situó justo delante de mí, apoyándose contra la mesa que había. De manera instintiva mi cuerpo golpeó el respaldo de la silla, arrastrándola con tanta fuerza que provoqué que el chico que estaba durmiendo en el pupitre de al lado se despertase asustado y un poco desorientado. Y digo estaba porque justo en ese momento terminó la clase y salió lo más rápido que pudo.
—¿Cuándo os viene bien quedar para hacer el trabajo? —preguntó una de las dos chicas en voz alta esperando que alguien contestase.
—No vamos a quedar. Dividimos el trabajo a partes iguales, cada uno hace su parte y luego se une. Fin —soltó de manera directa.
—Pero en las instrucciones del trabajo pone que hay partes en las que debemos participar todos— dijo Hanne. Nath se encogió de hombros.
—Podemos hacer todo eso a través del móvil sin tener que quedar en persona. —Una cosa es que seas un borde con todo el mundo, y otra es que lo seas tanto para no querer quedar para hacer un trabajo. ¿Y sabéis quién cometió un error al escoger este idioma y no otro? Así es. Esta servidora. No es mi culpa si Megan Maxwell crea a un maldito dios griego como lo es Eric Zimmerman, y me hace soñar con cómo sería mi vida en un futuro si supiese hablar alemán, como le pasó a la protagonista.
¿Sabéis que he aprendido yo en dos años de alemán? Absolutamente nada.
Consejo del día, chicas: si os encontráis en esa situación, que sea la otra persona la que aprenda vuestro idioma y no vosotros. Creedme que no compensa las lagrimas que derramo por intentar llegar siempre al cinco.
—Ya… lo siento, pero no. —No le gustó mi respuesta porque tensó sus labios, demasiado diría yo—. No voy a arriesgarme a suspender el trabajo. No soy un cerebrito como tú en alemán, así que necesito una buena nota. —Me molestaba admitirlo, pero era verdad. Lo había escuchado hablar en alemán alguna que otra vez en clase, y joder... Si no fuese tan él, sería maravilloso. Me agaché para recoger un boli que supuse que era del chico que había asustado antes, y lo coloqué en la mesa—. Sé que no siempre nos llevamos bien, pero no seas imbécil por una vez en tu vida.