Emma.
Pasé de organizar los libros en mi bolso a organizar pañales, comida, pañuelos, juguetes y todo lo necesario para cuidar de Alaia mientras estábamos fuera. No había salido mucho con ella, pero a los pocos lugares a los que habíamos ido, llevaba lo necesario.
Y un poquito más.
Sam me miró desde la cama de la niña como si me hubiesen salido dos cabezas de la nada. Todos los talcos me estaban recriminando porque escogí el que tenía olor más suave y yo estaba a punto de empacar otros dos para estar segura.
—¿Todo eso es necesario para ir al centro comercial? —inquirió la rubia acomodándose su chaqueta al levantarse. Ella creía que yo era una loca y tal vez lo era, pero una loca prevenida valía por mil.
—Digamos que nunca se sabe cuando vas a necesitar un...
—¿Frasco de pelotas de colores? —se burló, levantando en alto la botella en la esquina de la pañalera con los cubos de juguete de Alaia.
—Son cubos.
—Es la misma mierda, Emma.
Soltó una carcajada, elevando una ceja cuando Alaia se quedó mirándola desde la cuna. Estaba de pie aferrándose a los bordes, saltaba a su manera sin despegar los pies del colchón.
—Como mi hija diga mierda antes que algo más, te voy a lavar la lengua con cloro —advirtió Nicholas desde la puerta, mirando en dirección a Sam.
Lo ignoré. La conversación no era conmigo y yo solo iba a seguir acomodando las cosas de Alaia para salir rápido de aquí. Cuando me desperté hace unas horas, ya Verónica estaba en la sala. Sam llegó minutos después y ambas acapararon a la niña, insistiendo en que querían bañarla ellas.
Intenté entrar al baño, pero dijeron que era muy estrecho y que podía ir a la cocina a prepararle la comida del viaje a Alaia. Malditas mentirosas. En ese baño cabían cinco personas sin tocarse la una con la otra.
Y ellas querían sacarme de allí.
—Ella será una chica mala algún día —expresó Samantha con notoria burla solo para enojar al padre de la criatura. Nicholas entrecerró sus ojos en dirección a la mujer que no tardó en besar las mejillas de la niña, riendo—. Como la tía Sam.
—¿Qué tan mala eras cuando veías Barney hace unos minutos? —pregunté por lo bajo, recibiendo graciosa el pellizco de Sam.
—¿Veías Barney, Samantha Daniels?
Los ojos de la rubia fueron a mí al escuchar la pregunta de mi jefe.
—No lo dije para que lo escuchara. Lo prometo —hablé más alto esta vez, negándome a mirar al hombre a un par de pasos.
—Digamos que si le dices a alguien en la oficina que me gusta reírme de las tonterías de un dinosaurio morado, te voy a golpear, Nicholas.
—Eras más divertida cuando salías con Kyle.
La mujer rodó los ojos, pero algo similar a la tristeza cruzó por ellos. ¿Ella y Kyle? ¿El apuesto de ojos verdes? ¿No salía con un tal Cox?
—Tu amigo no es algo de lo que quiero hablar ahora.
—¿Qué hay de Bradley? ¿De él si quieres hablar? —presionó el hombre.
—¿Desde cuando te interesa mi vida privada?
—Desde que George quiere saber que está pasando para que esos dos se odien y no quiero que sea tu nombre el que salga a colación en la conversación con el concejo.
—¿Los van a citar? —cuestionó mi compañera, alarmada. Al parecer le preocupaban ambos, o eso demostraba con su notoria sorpresa.
—¿Verónica no te lo dijo?
Ella sacudió la cabeza, juntando sus cejas con furia momentánea.
—Esa...
—Cuida tus palabras. —El índice de Nicholas viajó en su dirección—. Insúltala fuera de la habitación de Alaia, se lo merece.
—Le diré a Erick que dijiste eso.
—¿Luego de gritarle a su mujer? —inquirió burlón—. Ve por ella.
Sorprendida como estaba, me tomó mucho no mirar en dirección al hombre más de la cuenta. No estaba incluida en la conversación, pero me causaba curiosidad. Era como si otro hombre hubiese salido de la habitación de Nicholas Stevens esta mañana, él realmente parecía amigable con lo que lo rodeaba.
No conmigo, pero sí con las demás personas. Había sido todo sonrisas y bromas desde que Sam y Verónica llegaron. Lo había escuchado así en una que otra ocasión, pero no cuando yo estaba cerca, por lo general en la madrugada mientras intentaba dormir a su hija.
—Lo haré. —Samantha me sonrió, volviendo a plantar un sonoro beso en la mejilla de Alaia, la cual se quejó y se apartó cayendo de nalgas contra la cuna—. A la próxima no te alejes de los besos de la suerte de la tía Sam, jovencita.
Alaia frunció el ceño. Ella lucía realmente molesta, como si no le hubiese salido su intento de drama. Era muy inteligente y nos manipulaba a todos por aquí con sus dramas de bebé.
A mi más que a los demás.
—¿Besos de la suerte? —cuestionó Nicholas, apartándose cuando Sam quiso dar un paso en su dirección.
—Sí, besos de la suerte. —Ella juntó sus labios rosados—. ¿Quieres uno?
—¡Dios! ¡No! —Nicholas lucía incluso perturbado—. Nunca te besaría, carajo.
—¿Y quién dijo que yo soy la única que da besos de la suerte?
Elevé una ceja ante la mirada de la rubia sobre mí. ¿Qué quería?
—Todas las mujeres tenemos el don. Busca una que te los dé, porque los míos solo le pertenecen a mi pequeña Alaia. —Su mirada se suavizó, lanzando un beso hacia la bebé. Alaia se levantó, olvidando su pataleta y comenzó a saltar en su lugar—. Un beso a la tía Sam, amor.
La niña juntó sus labios y haciendo lo que Sam le pidió, soltó un sonoro beso al despegar sus labios.
—Eso se lo enseñé yo —alardeó pasando a Nicholas—. Busca alguien que te dé besos de la suerte, así estarás siempre sonriente como tu hija.
—Yo tengo quien me dé besos de la suerte.
La mujer se quedó estoica en su lugar, completamente anonadada ante la confesión del hombre. ¿Acababa de decir que tenía novia? ¿Prometida? ¿Qué?
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Editado: 02.04.2024