Emma.
Tal vez ir al cumpleaños del pequeño Jake no era tan buena idea como lo creí en un inicio, pero el chico era un amor y no pude decirle que no. Cancelarle a Elijah nuestra reunión de los domingos fue difícil, pero con su reciente viaje a Chicago, no pudo venir aquí a buscarme en mi día libre y yo por fin tendría un momento para mí en un mes desde que le conté todo esto.
Lo amaba, pero a veces se pasaba de sobreprotector. Aún no me hablaba de su situación con Elena, y yo no quería saber mucho sobre ello tampoco. Sería Suiza, tan neutral como pudiese. No quería tomar bandos a futuro.
—¿Estás lista para la fiesta, pequeña estrella?
Alaia me miró con sus ojitos verdes suplicantes desde su cuna una vez entré a su habitación. Esta pequeña sería una gran rompecorazones un día con sus grandes esmeraldas brillando cuando quería algo.
Nicholas había dicho que lo mejor era dejarla dormir todo el tiempo que quisiera y así disfrutaría más la fiesta y no estaría todo el tiempo dormida, pero lo que él no lograba comprender era que su hija no tenía límites al momento de dormir. Si Alaia quería permanecer todo el día con sus ojitos cerrados, nadie ni nada la haría hacer lo contrario.
El vestido blanco que Verónica le había traído exclusivamente para hoy estaba puesto en su cama muy lejos de sus manitos curiosas, la última vez había tenido que buscar algo rápido que colocarle porque había mascado las decoraciones del vestido antes de ponérselo. Era tremenda.
La tomé en mis brazos sonriendo mientras veía como quería llegar a mi cabello ahora más corto que la primera vez que vine aquí. Tal vez cortármelo no había sido tan buena idea tampoco, pero era más fácil controlar las manos de Alaia si lo tenía corto. Su boca hizo pucheros al no poder alcanzarlo como antes que podía tirar de algunos mechones con facilidad.
Había decidido cortarlo un poco por debajo de mis hombros anoche. Elijah había querido morir al verme esta mañana cuando pasó a dejar los documentos de transferencia a mi nueva universidad. Elena había dicho que parecía una pequeña, pero muy sexy mujer de los ochenta al verlo anoche cuando la llamé.
Agradecía no ser de esas mujeres que lloraban por semanas arrepintiéndose de las decisiones que tomaban, porque de ser así justo ahora estaría en un rincón llorando por la pérdida de mi cabello. Volver a mí color natural no estaba en los planes por ahora, a pesar de que mis raíces rubias ya comenzaban a salir luego de tres meses desde que lo tinturé. Aun así, decidí dejar de usar mis lentes de contacto cuando estaba en casa, al final del día, Nicholas ya sabía quién era y el objetivo de todo este disfraz ya no servía para nada.
El ser una Brown me perseguiría por el resto de mi vida. Y no es como si saliera mucho más allá del parque a unas cuadras.
El último mes había sido un terremoto de emociones para mí. Desde mi transferencia en unos meses a una nueva universidad hasta mis charlas con mi muy comunicativa amiga sobre su relación con mi hermano, todo era muy confuso.
Mientras que Elijah no hablaba del tema, a Elena no podía callarla. Estaba emocionada y al mismo tiempo dudosa, y yo era la única persona capaz de mantener una llamada con ella durante cinco horas sin dormirme en el proceso. Sin embargo, mi opinión sobre ellos quedaba fuera de la ecuación.
Eran sus cosas, no las mías.
—¿No crees que deberías hacer feliz a Emma y dejar que te coloque el vestido? —Una pequeña risa salió de sus labios al enterrar su cabeza en mi cuello. Sí, una bebé de menos de dos años se burlaba de mí—. No te haré tú desayuno favorito en un tiempo si no me dejas hacerlo —dije como si me entendiera.
Colocándola en su cama le quité el pijama que le había puesto luego de bañarla hace una hora para que no ensuciara la ropa nueva, aún no entendía como, pero Alaia siempre encontraba la manera de poner algo en su ropa recién colocada y tenía que cambiarla. Era un don que tenía y que a mí me volvía loca.
—Tu padre está a punto de salir de su habitación y si no me dejas vestirte no podremos ir a ver a Jake.
Coloqué el vestido que para Verónica era blanco y para mí era plateado en el cuerpo de Alaia. Por Dios, tenía brillos por todos lados. Su cabello castaño estaba creciendo al igual que ella y suaves ondas caían por su carita. Tomando la diadema que tanto le gustaba la coloqué sobre su cabecita peinándola un poco. No me tomaba muchas molestias en esta parte del proceso, conociendo a Alaia el accesorio terminaría en el suelo una vez que se aburriera y no encontrara nada con lo cual poder jugar.
Nicholas había sido claro, solo llevaría su Stitch con ella. Ya quería verla intentando llegar a los juguetes de Jake.
Vestida con una falda veraniega hasta los tobillos y una blusa blanca sencilla decidí que lo mejor era optar por mis tenis blancos favoritos. Alaia me tendría corriendo tras de ella todo el tiempo y lo mejor era usar zapatos cómodos mientras lo hacía. Apenas apliqué un poco de rímel en mis pestañas y protector solar porque según Verónica mejor tener calor que estar el día siguiente como una zanahoria.
Terminando de arreglar a Alaia la coloqué en el suelo mientras tomaba mi bolso de la mesita de noche en donde la había dejado, comprobé si mi teléfono se hallaba dentro y luego tomando a Alaia de la mano salimos de la habitación más que todo corriendo, cortesía de la futura atleta de esta casa.
—Que hermosa está mi princesa.
Solté la mano de Alaia cuando tiró de la mía para que lo hiciera. Ella solo comenzó a correr en dirección a su padre como si no lo hubiese visto en un buen tiempo. El momento de anoche luego de la tensión a la que estuve expuesta durante un mes, fue demasiado para mí. Lo tuve tan cerca por tan solo un par de segundos y no pensé en nada más durante el resto de la noche.
No nos dirigimos muchas palabras en el último mes, y anoche solo quise ayudar cuando lo vi tan preocupado por el regalo de Jake. Solo quise ser amable y terminé con un desorden de emociones porque no conseguía sacarme a mi jefe de la cabeza.
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Editado: 02.04.2024