Nicholas.
Di un beso en la pequeña cabeza de mi hija antes de que Anne se la llevara. Alaia ni siquiera se volteó a verme, tan concentrada en los mimos de la madre de Verónica solo para ella como para prestarme atención.
Con Emma retomando la universidad en un par de meses, tendría que contratar una nueva niñera pronto, lo que le daba algo de tiempo más a Shay para poder conseguir a alguien que fuese lo mitad de buena de lo que Emma lo era con Alaia, porque si de algo estaba seguro, era que nadie podría comparársele en ningún momento, mi chica había llegado como una completa bendición no solo para mi hija, sino para mí también.
Esperé hasta que el sonido del elevador cerrándose llegase a mis oídos, pero ni un solo quejido o llanto salió de la boca de Alaia. A estas alturas, lloraba más la ausencia de Emma que la mía, y no me disgustaba en lo absoluto, sabía que ella la amaba con la misma fuerza que Alaia la amaba a ella.
Cerré la puerta caminando en dirección a mí habitación, deteniéndome un par de segundos en la puerta de Emma para escucharla tararear en voz baja una canción.
Y esa era mi señal para terminar de arreglarme si queríamos llegar a tiempo.
Mirándome en el espejo, terminé de colocar la corbata que ella misma escogió y que me estaba obligando a usar esta noche. El verde del pedazo de tela hacía juego con mis ojos y de paso con el vestido que a escondidas alcancé a ver antes de que cerrara la puerta en mi cara hace un par de horas.
Sonreí al recordar su cara cuando intenté levantar el plástico negro en que venía envuelto, su chillido enojado llegó a mis oídos más tarde haciéndome reír y a duras penas pude tirar de ella a la cama de su habitación, la cual se había vuelto un simple lugar seguro para ella luego de que comenzara a dormir en la mía.
Al principio intentó caminar cada noche a la suya, pero luego de varios intentos fallidos que terminaban conmigo tomándola por sorpresa y levantándola en mis brazos, decidió resignarse y dejar de pelear con lo inevitable, para poco a poco incluso poner algunas de sus cosas en nuestra habitación.
Nuestra.
Qué bien se sentían esas palabras cuando a Emma se refería.
No estaba seguro de que venía para mí en adelante, pero cuando visualizaba mi vida a futuro, no solo veía a Alaia en ella, sino a Emma a mí lado y compartiendo su vida conmigo. Su sonrisa soñolienta acompañándome cada mañana, sus ojos brillando de emoción mientras jugaba con mi hija, sus besos de bienvenida cada que llegaba. Esa era la vida que ahora imaginaba por las noches, no la pesadilla que me había resignado a vivir antes de que Emma o Alaia aparecieran en mi mundo.
Sin duda, si había una redención para los pecadores en el mundo, y estas dos mujeres eran la mía.
Miré mi teléfono antes de colocarlo en mis pantalones. Reí ante la foto de Erick esperando que Verónica terminara de arreglarse. Un simple: llegaremos tarde, llenando la pantalla de mi celular y probablemente el de cada miembro del equipo. De eso ya iban unos veinte minutos.
Tocando despacio la puerta de Emma, esperé pacientemente antes de que hablara desde adentro una pequeña frase para que la esperara unos minutos más.
Caminé hasta la sala y me dispuse a recoger los juguetes de Alaia regados por todo el lugar. Emma se enojaba conmigo porque siempre los encontraba así al llegar los domingos luego de ver a su hermano, pero no entendía cuál es la gracia de ponerlos en un cesto, cuando conociendo a nuestra artista principal, era cuestión de horas antes de que volvieran a estar dispersos por todo el lugar.
Me giré al escuchar un carraspeo tras de mí minutos después. Mi boca probablemente colgaba abierta al momento en que puse mis ojos en la mujer frente a mí, su vestido cayendo hasta el suelo viéndose más alta por los tacones que sabía que traía.
Dios, que hermosa.
Su cabello caía suavemente sobre sus hombros, un poco más largo que hace dos meses cuando decidió cortarlo. Sus ojos grises se veían hermosos, brillantes y bastante cálidos mientras me miraba insegura mordiéndose el labio ligeramente pintado de un tenue rojo que podría confundirse con el color de sus labios.
La abertura de su escote realzando su pecho me inquietó por varios segundos, enviando escalofríos a mi cuerpo. Mis manos querían tocar y mi cabeza me decía que no era adecuado hacerlo, no aún. La abertura a juego desde su muslo derecho hasta abajo, tampoco ayudaba, dejaba mucho a la imaginación y eso no era bueno para mí, tampoco para ella.
Esta noche sería muy dificil.
Tragué en seco completamente paralizado en mi lugar sin saber que decir, mi cabeza no lograba conectarse con mi boca para emitir las palabras que quería decir. Y eran muchísimas porque solo quería decirle una y mil veces lo hermosa que era, no solo así vestida sino en cada uno de los momentos que la veía.
Estaba fascinado con ella.
Emma con vaqueros ajustados y blusas holgadas era una tentación para mí con su mirada inocente buscándome, pero Emma con un vestido escotado y mordiéndose su labio inferior de manera provocativa e indecisa era más que eso, acababa de caer en el séptimo circulo del cielo y ni siquiera me había dado cuenta de ello.
—¿Y bien?
Sus pasos la acercaron a mí lentamente, mis ojos vagando por su cuerpo de arriba hacia abajo pensando en la mejor forma de describirla.
Maravillosa.
Perfecta.
Mía.
Mierda.
Más que eso.
Ella era más que simplemente maravillosa. Y se merecía mucho más que unas cuantas palabras. Se detuvo frente a mí a la expectativa, esperando que hablara.
—Voy a matar a Verónica, claro que lo haré —murmuré absorto en la curva de su seno derecho sobresaliendo. Mi yo protector salió a la luz quitando del camino al chico cachondo de dieciséis que se había apoderado de mi cabeza.
#799 en Novela romántica
#329 en Chick lit
drama amor bebe responsabilidad romance, amor odio jefe secretaria, celos dolor desamor tragedias problemas
Editado: 02.04.2024