Nicholas.
Terminé de leer los documentos que mi abogado trajo para mí hace un par de horas, solo faltaba mi firma para que el fideicomiso de Alaia quedara oficialmente legalizado. Mi hija iría a una jodida Ivy league si así lo quería en unos años.
Sonreí mirando los papeles en mis manos. Hace menos de nada me había burlado de Erick porque era otro desde que Verónica apareció en su vida, y ahora, yo estaba igual o peor cuando de Alaia o Emma se trataba.
Ni siquiera me había importado el jodido castigo que el entrenador lanzó en mi dirección ayer al poner un pie en el gimnasio del estadio. De hecho, lo único que pensaba era en el tiempo que podría pasar con mis dos chicas en su lugar. La idea de retirarse nunca había lucido tan tentadora para mí. Aunque sabía que a Shay le daría un ataque y todos se volverían locos si siquiera mencionaba la idea. Tenía treinta años y aún faltaba mucho camino por recorrer a partir de aquí. Era una idea tentadora pero un tanto absurda, incluso yo podía notar eso.
Los muchachos intentaron convencer a George de que el castigo era algo estúpido teniendo en cuenta las circunstancias, pero él tenía razón, sus manos estaban atadas. Golpeé a uno de los patrocinadores, y aunque el hombre no había levantado cargos ni puesto una queja, era algo que George O'Brien no podía pasar por alto así sin más.
Las delicadas manos de Emma me abrazaron por detrás mientras su cabeza descansaba en mi espalda, mis manos apretándose en las suyas mientras aceptaba gustoso su abrazo. De alguna manera, la sonrisa persistía en su rostro luego de lo que había sucedido con su padre, y el brillo en sus ojos era mucho más intenso que antes.
A pesar de que no había estado con ella en ese momento, sabía que era algo que ella tuvo que hacer por su cuenta. Se lo debía a ella misma. La mirada suplicante en sus ojos me llevó al punto de ceder y dejarla sola en ese lugar con sus hermanos y el bastardo de su padre, quién al final salió del lugar hecho una furia sin mirar a nadie mientras lucía su nuevo rostro perfectamente configurado gracias a mí puño.
Emma era mi chica, pero no lo pensaría dos veces para golpear a su padre de nuevo. Gustoso lo haría, a decir verdad. El tipo se lo merecía, no solo por ella, sino por cada uno de sus hijos.
—Pensé que tardarías más en despertar —susurré con mis ojos capturando el reloj en la pared. Faltaba más de una hora para que Alaia despertara aún y por lo general ella se ponía en marcha treinta minutos antes de eso.
Sentí su sonrisa formarse contra mi camisa, sus manos alejándose de las mías mientras caminaba para estar frente a mí en lugar de a mis espaldas.
—Pensé que te quedarías más tiempo en la cama, ¿cuánto tiempo llevas despierto?
Sus ojos soñolientos se encontraron con los míos, mis manos se instalaron en su cintura y alzándola, la dejé sobre la encimera de la cocina, haciendo que me viera directamente a mis ojos. Sus labios sonrieron y se pegaron suavemente en los míos.
—¿A qué hora despertaste? —repitió, limpiando la comisura de mi boca con su pulgar.
—Serán dos horas, quería hacer algo de ejercicio antes de que Alaia despertara.
Enarcó su ceja en mi dirección girando su cuello adolorido. Intentó esconder su mueca, pero claro que alcancé a divisarla. Le había dicho que no era buena idea que se encorvara anoche en la posición en la que lo hizo, pero no me hizo caso por la cantidad de sueño que tenía tras correr todo el día tras de Alaia.
—¿Duele mucho? —pregunté llevando mis manos a su cuello y masajeando ligeramente, su cabeza asintió mientras se relajaba bajo mi toque.
—No digas te lo dije, por favor.
Su boca se contrajo en una pequeña sonrisa. Me detuve, igualando la suya y llevando mi mano a su rostro. Aún recién levantada y con el cabello hecho un desastre lucía hermosa. Era perfecta para mí. Siempre lo sería. Y no tenía duda alguna de ello.
—¿El entrenador no se ha arrepentido de su decisión? —cuestionó con un mohín en su boca.
Emma no estuvo feliz cuando le dije sobre eso, pero en vez de mantener mi rostro serio, había estallado en una carcajada al verla tan enojada, sus pies caminando por toda la casa buscando su celular para llamar a George, su rostro contrayéndose mucho más furioso al darse cuenta de que no tenía su número.
—Los muchachos deben estar maldiciendo al hombre en todas las formas posibles mientras yo estoy aquí con la mujer más bella entre mis brazos, así que no tengo de que quejarme en lo absoluto, cariño. —Una sonrisa se asomó en su cara—. ¿Quieres llevar a Alaia al parque hoy?
Sus ojos se iluminaron, mi sonrisa ensanchándose aún más. La había escuchado diciéndole a Alaia que pronto irían. Como siempre, disfrutaba oyendo tras la puerta sus pláticas matutinas o nocturnas. En cualquiera de las dos acababa muerto de amor o de la risa por las ocurrencias de Emma cuando estaba con mi hija.
Tomé su rostro entre mis manos acercándola a mí, su sonrisa aún soñolienta causaba estragos en mí cuerpo. Mis labios se presionaron contra los suyos tomándose su tiempo mientras ella reaccionaba y terminaba de despertar.
Mi sonrisa se hizo presente al escuchar un pequeño jadeo saliendo de su boca, mis pies dando un par de pasos para acercarme completamente a ella. Sus piernas cedieron, separándose un poco y dejaron entreabierta la bata de seda que cubría su pijama.
Mis manos bajaron posándose en sus muslos desnudos bajo el pliegue de sus pantalones cortos, mientras que las suyas ahuecaron mi rostro dándole la bienvenida a la intromisión de mi lengua en su boca.
—Buenos días —murmuré contra sus labios al tiempo que rodeaba mi cintura con sus piernas atrayéndome más cerca, si es que eso era posible.
—Mas que buenos.
Atrapó mi labio inferior entre sus dientes, finalizando con un dulce beso que me tuvo repartiendo pequeños trazos con mis labios a través de su cuello.
#896 en Novela romántica
#364 en Chick lit
drama amor bebe responsabilidad romance, amor odio jefe secretaria, celos dolor desamor tragedias problemas
Editado: 02.04.2024