Nicholas.
Alaia no se despegaba de Emma ni un segundo durante el día cuando estaba en casa. Hasta parecía que yo no existía a veces cuando Emma se sentaba con ella y comenzaba a leerle palabras en uno de sus libros lleno de dibujos.
Desde hace un mes que ella volvió, las cosas se sintieron diferentes a como eran antes. Mucho mas perfectas y no pensé nunca que eso fuese posible, pero lo fue. Emma no estaba llena de miedos como cuando llegó, al contrario, esa mirada que brillaba con emoción no se le había quitado del rostro pese a que en algunas ocasiones sabía que temía por el futuro.
—Nicholas, ¿tú me estás escuchando?
Reí por el tono demandante y enojón de Verónica. Sus ojos se suavizaron un poco y omitió su regaño al momento en que me encontró con la mirada puesta en mi prometida. No llevaba el anillo, pero hace dos semanas me dijo que podríamos ir organizando algo pequeño, solo para la familia, poco a poco.
—No es lindo que te esté hablando y me ignores —se quejó la mujer cuya mano no se apartaba de su gigante vientre de mas de ocho meses de embarazo. Esa niña saldría en cualquier momento—. ¿Qué me miras?
—¿No deberías estar en casa disfrutando de molestar a tu esposo?
Eso la hizo sonreír. Verónica Cross sabía perfectamente que si había alguien que caminaría durante horas por sus antojos era Erick. El pobre había salido hace poco mas de una hora porque a su esposa le dieron ganas de comer chocolates de no sé que marca y que no podía pedir por internet.
—Deja de juzgarme, cuando Emma esté embarazada estoy segura que te tendrá justo como yo tengo a Erick.
—¿A punto de pegarse un tiro? —bromeé ganándome que me lanzara suavemente el bolígrafo en su mano. No dio en el punto, pero consiguió la atención de mi hija y de mi futura esposa.
—Hola, mi cielo —saludó a Alaia, la cual miró molesta el bolígrafo en el suelo y se acercó, tendiéndomelo.
—Gracias, mi princesa. Tu tía Verónica no tiene buena puntería.
—Quelo comita —me lanzó una mirada con esos ojitos verdes que tanto me encantaban—. ¿Si?
Sus manos jugaban con la tela de su blusa, tirándola hacia abajo en un intento por convencerme. Había desayunado hace menos de veinte minutos y quería mas del horroroso puré con verduras cortadas que Emma le preparó hoy. Odiaba eso, de verdad lo odiaba.
—Dile a Emma.
—No, papá —se quejó, tomando mi mano—. Tú.
Verónica rio un poco, pero terminó regalándole una sonrisa al momento en que Alaia la miró acusadoramente por burlarse de ella.
—Bueno, yo me voy. —Hizo una mueca al ponerse de pie luego de dos minutos intentándolo—. Emma, cuando quedes embarazada avísame y te digo los trucos.
Las mejillas de mi chica se tiñeron de rosa por las palabras de la mujer que no tenía ni idea del estado de la castaña. Preferimos mantenerlo así durante un tiempo y como a Emma le encantaba usar mis camisetas para estar en casa, era obvio que no se le notaba en lo absoluto su ligero bulto de tres meses de embarazo.
Una vez Verónica se marchó conseguimos que Alaia comiera solo un poco mas, diciéndole que pasaríamos por dulces en unas horas. Lastimosamente, el engaño nos salió muy mal porque fue Emma la que quiso pasar por la panadería de Jasmine en busca de las magdalenas que encargué para ella ayer en la mañana.
—¿Quieres que sea niño o niña? —preguntó con la boca llena, limpiándose un poco las comisuras de la boca. Pasó la comida rápidamente—. Digo, sé lo vas a querer sin importar nada, pero tal vez tienes alguna preferencia.
—Mentiría si te digo que no quiero un niño —me burlé un poco—. Pero si nace otra niña, tenemos la ropa que se le vaya quedando a Alaia.
—¡Nick!
Sin embargo, sonrió. Se inclinó, robándole un trozo de pan a Alaia, la cual se lo tendió pensando que quería más.
—Jugo —habló señalando el vaso de Emma—. Yo quielo.
—Tienes leche en tu vaso, mi princesa —la voz de Emma fue suave, provocando que Alaia no frunciera el ceño como siempre hacía—. Pero está bien.
Mi hija aplaudió desde su lugar, recibiendo el vaso de la castaña para luego regárselo un poco a medida que bebía con tanta rapidez que tuve que quitárselo.
—Sasha me dijo que podía considerar la idea de disminuir mis sesiones a la semana —me informó con vacilación, buscando mis ojos—. Con el embarazo y la universidad tal vez sea lo mejor, me canso muy rápido últimamente.
—Si crees que estás lista, hazlo, pero si no, puedo pasar por ella y que venga a verte a casa.
Me sonrió amablemente, dejando que tomara su mano por encima de la mesa. Alaia puso la suya sobre las nuestras, prácticamente subiéndose en la mesa que se tambaleó un poco provocando nuestra risa.
—Me lo pensaré, pero tal vez Sasha tenga razón.
Asentí antes de ponerme de pie dispuesto a pagar la cuenta. Jasmine me lanzó preguntas inesperadas sobre mi futuro con Emma al llegar al mostrador, pero no revelé nada y cuando Erick me mandó un mensaje avisándome que George programó una reunión en su casa, decidí llevar a Emma y a Alaia a casa para hacer lo que planeábamos desde hace un par de semanas.
—¿Seguro que George nos va a ayudar? —inquirió, asustada porque algo saliera mal. Reí un poco viéndola en nada mas que un par de pantalones anchos con un top que dejaba al descubierto su vientre.
—Deberías estar mas preocupada porque no tengo idea de como pintar un balón de americano —me burlé caminando con ella al balcón que casi nunca había abierto desde que compré el departamento, pero que parecía ser nuestro lugar desde que regresó—. Alaia, ¿quieres pintar?
La niña asintió efusivamente, dejando sus cubos de colores a un lado para acercarse, mirando todas las pinturas que compré luego de averiguar que no lo hacían daño a Emma.
—Solo es un balón, Nick.
—Ya lo creo —respondí con gracia.
—¿Por qué no les decimos y ya?
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Editado: 02.04.2024