Isla del Encanto

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Natalie se cansó de correr. La figura vestida de blanco había desaparecido sin dejar rastro. Se recostó contra el tronco de un árbol y llevó sus manos a la cintura tratando de recuperar el aliento. Más que el esfuerzo realizado, su falta de oxígeno estaba relacionada con la angustia y la ansiedad. Haberse besado con Sebastián en la hermosa laguna la había llenado de una alegría profunda pero pasajera; ahora sentía que el peso de la realidad nuevamente la envolvía. Sentir que el hombre más apuesto que había conocido en su vida la hubiera abrazado y besado era algo más que especial, pero esa linda sensación quedaba relegada a un segundo lugar al darse cuenta del peligro en que se encontraban. Ya no solamente se trataba de sobrevivir a la falta de alimento o de un lugar en el que pasar las noches. Era evidente que estaban siendo observados por alguien a quien lo último que le interesaba era ayudarlos. Muy posiblemente se trataba de alguien que esperaría el momento preciso para sacar ventaja de ellos. No llevaban objetos de valor, ni siquiera un reloj o una joya, lo que ayudaba a convertir la situación en algo aún más perturbador, especialmente si a eso le sumaba el largo rato sin escuchar los ruidos de los animales. Claramente no se encontraban en una isla cualquiera, sino en un lugar con más de un misterio.

–Nattie, por favor no vuelvas a salir corriendo de esa manera –las palabras de Sebastián, quien acababa de llegar al lugar, la sacaron de sus cavilaciones.

–Lo siento, solo trataba de encontrar a esa mujer.

–¿Estás segura de lo que viste? –preguntó él mientras se le acercaba.

–¿Ahora crees que estoy loca?

–No estoy diciendo eso…

–Pero piensas que la falta de comida me está haciendo ver cosas… –lo interrumpió ella subiendo el tono de voz.

–Solo quiero saber si estás segura de que se trataba de una mujer…

–Pues vestía como mujer, tenía el cabello largo y rubio, y definitivamente no tenía barba –dijo Natalie meneando lentamente la cabeza.

–¿Crees que podría tratarse de la misma persona que dejó las huellas en la playa?

–No lo sé… –dijo ella un poco más calmada–, aunque no parecía ser de gran tamaño…, y esas huellas eran de una persona alta…

–Entonces estaríamos lidiando con dos diferentes personas…

–¿Qué se yo? No soy detective y mucho menos bruja para saber qué diablos está pasando, pero esto no me está gustando para nada.

–Lo sé, todo esto es bastante extraño, y lo peor es que si no para de llover, no tendremos un lugar medianamente seco para pasar la noche –dijo Sebastián mirando hacia lo alto.

–No creo que podamos darnos el lujo de quedarnos dormidos.

–Podríamos tomar turnos… Necesitamos descansar si queremos sobrevivir a esto.

–Sebas, no creo que vayamos a salir de aquí con vida –dijo Natalie soltando un par de lágrimas mientras entrelazaba sus delgadas manos con su enredado cabello.

Sebastián la abrazó fuertemente antes de decirle al oído:

–Prometo que te voy a sacar de aquí, sana y salva.

La reacción de ella fue buscar sus labios para juntarlos con los de él. Cada vez se convencía más que de haber estado sola, le sería imposible sobrevivir. Había tenido la fuerza y el ánimo suficientes para armar el cambuche, para subir a las palmeras a bajar cocos, o a los árboles para observar lo que los rodeaba, pero sabía perfectamente que no tenía la fuerza mental para resistir sin tener a alguien a su lado. Fue cuando recordó los gritos de auxilio de la noche anterior, cuando nadaba con todas sus fuerzas para lograr llegar a la playa. No había hecho ningún esfuerzo por tratar de salvar a alguien, solo había pensado en sí misma, en sobrevivir a las enormes olas, al embravecido océano. Ahora se arrepentía de no haber tratado, de no haber volteado a mirar, de no haber hecho absolutamente nada para salvar una vida. Pensó que le estaban cobrando ese comportamiento egoísta: ahora tendría que pagar por eso, verse obligada a sobrevivir las extremas condiciones, a los peligros que les pudiera presentar la isla, y lo único bueno, pero que no sabía si sería suficiente, era tener a Sebastián a su lado.

–Parece que está dejando de llover –dijo Sebastián apartándose de ella.

Natalie dio un par de pasos alejándose del árbol contra el que había estado recostada y estiro su brazo derecho colocando la palma de su mano hacia arriba.




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