El túnel era frío, húmedo y oscuro; salvo por una única luz que brillaba con intensidad, proveniente de la salida, marcando el final de un camino.
Parecía ser el túnel de un tren subterráneo abandonado y, al estar ahí, uno podría preguntarse dónde se escondían las ratas, los vagabundos y el olor a suciedad. Se hallaba descuidado, sin lugar a dudas. Con algunas goteras en el techo, le faltaban algunos ladrillos y había un exceso de baches en el suelo, a pesar de eso, se lo notaba cálido y agradable. Era un lugar en donde cualquiera quisiera quedarse, por donde pasabas fugazmente y se volvía solo un dulce recuerdo.
Los muertos solían transitar por ahí sin detenerse, sin mirar siquiera el túnel y a veces, no sabían que habían pasado por él. El tráfico de muertos era enorme. Pasaban apretujados, chocando unos con otros y tropezando de vez en cuando, pero claro, todo esto no les generaba ninguna atención. No los desviaba de su propósito. Llegar a la luz, al final del túnel.
Aunque fueran muertos de diferentes épocas, lugares y creencias, ni siquiera se detenían a mirarse o hablar entre ellos. No sentían curiosidad, ni tampoco deseos que alguna vez tuvieron en vida. Eran despojados de cualquier recuerdo, de cualquier objetivo, y eran reemplazados por una sola misión. Cruzar el túnel.
Eso sucedía en un día normal y ese no lo era.
No estaban los habituales guardias, parados como blandengues a cada costado de la salida, y no había un tráfico de muertos amontonados entre sí. Solo uno. Caminando lento y consciente de cada paso dado. Rompiendo todas y cada una de las reglas de ese lugar.
El muerto caminaba arrastrando sus pies, con los ojos desorbitados en todas direcciones y realizando una fuerza de voluntad impresionante para detenerse. Pero claro, no podía. Sus piernas no respondían, de alguna manera eran ellas quienes dirigían su cuerpo.
Algo estaba influyendo en el túnel para que no funcionara de la manera en que debería. A pesar de eso, no era suficiente para que el único muerto que allí había, pudiera escapar de su destino.
Caminaba un paso a la vez, acercándose más y más a la luz. Sentía su llamado y ansiaba responderle. La luz lo seducía, hipnotizando cada uno de sus sentidos. Aunque en alguna parte de su interior sentía que no debía cruzar, no podía detenerse.
Se hallaba a tan solo unos pasos de la salida, cuando fue tomado por los brazos y levantado en el aire. Alguien habló, pero no reconoció ninguna palabra y quedó suspendido, como si no existiera la gravedad.
—Así está mejor —escuchó decir a alguien, unos segundos después.
—Si hubiese resistido un poco más nos hubiésemos ahorrado todo está intervención. Nos hace perder fuerzas —reprochó una voz diferente.
—No te quejes. Sabes que debíamos hablar con él de todas formas —rezongó la primera.
—Sí... bueno... ¿Por qué no abre los ojos? Justo un estúpido nos tocó —dijo quejándose otra vez.
—Cariño, puedes abrir los ojos. No te haremos daño —le explicó al muerto.
Poco a poco, este los abrió y, como si hubiera sido encandilado por una fuerte luz, los mantuvo entre cerrados.
—Son dos mujeres hermosas —dijo asombrado.
—¿Ves? Es un estúpido —afirmó una de las mujeres con voz ronca.
Llevaba el pelo negro, uno de los lados de la cabeza rapado, ojos maquillados como un mapache y de un color negro intenso. En el cuello se veía el final o el principio de un tatuaje que continuaba a lo largo del brazo.
—¿Por qué no intentas ser más gentil? —quiso saber la otra mujer con una cálida y dulce voz. Ella era igual a ojos de mapache, al menos en los rasgos de su cara. En todo lo demás no se parecía en nada. No solo era amable. Tenía lentes para aclarar su visión, pelo rubio y radiante, y la piel blanca y pálida.
—¿Estoy muerto? —preguntó. Como si nada de lo que hubieran dicho fuera importante.
Ojos de mapache resoplo.
—Claro que lo estás.
—Pero la intención es que no sigas así durante mucho más tiempo y salgamos juntos de aquí —le contó la gemela amable.
—¿Juntos?
—Sí, juntos. Primero debes adaptarte a este lugar y luego, sí estás listo, podremos irnos —explicó, simpática.
—¿Cómo me adapto? —quiso saber, sin mostrar ningún tipo de emoción.
—Primero debes recuperar tu identidad. Ahora solo eres igual a cualquiera que haya cruzado este túnel, un cascarón vacío. Dime... ¿Sabes cuál es tu nombre?
—Yo...yo...no lo sé —admitió, después de un esfuerzo al intentar recordar.
—¿Sabes quiénes somos nosotras? —dijo señalándose a sí misma y a ojos de mapache.
¡Lo sabía! Por alguna razón sabía quiénes eran ellas, como si estuvieran enlazados de alguna manera. Un lazo que ni la misma muerte podía romper.
—Son hermanas, las hermanas Black y Rose. Son Evelyn y Crystal —afirmó el muerto.
—¿Ves? Es mucho más de lo que piensas —dijo Crystal a Evelyn ojos de mapache.
Ella respondió con un rugido.
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Editado: 08.01.2021