Jamás me volvería a casar contigo.

La antigua casona de la abuela Agustina.

Alfonso y Dulce María casados 1997.

Sábado 13 de noviembre.

 

  —Si tu abuela se llamaba Agustina Violante; ¿Tú porque te apellidas Violante?

Le pregunta Dulce María mientras iban en su auto a la casa de su abuela.

  —Porque mi papá se llama Alfonso Violante Violante, y por que mi abuelo también se apellidaba Violante, y no insistas, no hay manera de que tus hijos se apelliden Otáñez Violante, ni Otáñez D’Villë, ni la ley, ni yo lo permitiremos jamás, ya supe que quisiste quitarles mi apellido.

Le contesta Alfonso recordando el tema de una de las irreverentes discusiones que tenía con ella, como ese, de que ella a fuerza quería que sus hijos se apellidaran Otáñez Violante, no por despojarlo de sus hijos, si no nada más por que en todo quería ser la principal.

  –¡Pero es que Otáñez Violante se escucha más bonito! –Dice Dulce María.

Y así, llegaron a la casa de su abuela, en Castillo de Teayo, comunidad vecina de Poza Rica, a una hora de distancia en auto por carretera, en el estado de Veracruz, en México.

La casona era de madera y ladrillo y piedra, antigua pero estaba bien construida, a pesar de estar invadida por ramales de vegetación y hierba, no se veía en mal estado ni a punto de caerse, los herederos de doña Agustina habían querido venderla, pero se decía que estaba embrujada, Alfonso consiguió las llaves y el permiso con una tía y abrió el  portón de madera para acceder al patio frontal, tenían que bajar escalones, pasar por una pequeña selva que había invadido el frente para llegar al porche de la entrada, Alfonso bajó primero para asegurarse que todo estuviera bien, y regresó por Dulce María y sus niños.

  —Todo estará bien cosita hermosa, pero no descuides a los latosos porque dicen que han visto a mi abuela rondando por aquí.

Los niños sintieron un poco de temor al escuchar a su papá, y se refugiaron en su madre.

  —¡No se espanten! Su bisabuela era muy bonita y muy buena! Era rubia como yo, pero ella tenía los ojos azules, y les aseguro que hace muchos años que se fue, y no es cierto que ande por aquí, tan solo son cuentos de los vecinos, mírenla: ¡Ahí está!

Dice Alfonso mientras los hacía pasar a la sala de la casa, donde aún permanecía en la pared una vieja pintura que mostraba a una mujer adulta de unos 60 años, muy bonita y elegante, con un largo cabello rubio y ojos azules.

La casa permanecía en buen estado por dentro, limpia y se podría decir que hasta habitable, con sus muebles completos, claro, sin refrigeradores y televisiones y esas cosas que funcionan con electricidad, aunque sí tenía una vieja consola de discos, y contaba con servicio eléctrico funcionando.

  —Tus tíos la mantienen limpia y bien cuidada. —le dice Dulce María mientras admiraba la decoración.

  —Eso es lo raro, dicen que tiene años que nadie viene por aquí, que nadie ha hecho restauraciones, y que aún así, la casa no se ha deteriorado, ya la han querido vender, e incluso la han querido habitar algunos parientes de mi abuela, pero salen huyendo porque dicen que espantan, por eso nadie la compra, porque dicen que esta embrujada.

Dulce María se sobrecogió con aquella historia, influenciada por el tétrico ambiente de aquella casona abandonada, pero estaba tan limpia que hasta se sentó en los amplios muebles antiguos, hechos de la más fina madera, admirando los tapices, el decorado y las cortinas, incluso un viejo reloj de cucú, que al parecer no funcionaba.

  —¡Todo esto es muy caro, la sala por lo menos es de cedro! Y ese reloj de cucú, se ve que vale una fortuna, yo no creo que nadie viva aquí, se me hace que tu tío, el que te dio la llave de la casa, está igual de loquito que tú.

  —Pues a lo mejor. —dice Alfonso. —Porque esa sería la única explicación lógica del por qué la casa no se ha destruido, yo tenia como 12 años cuando desapareció, pero vamos a recorrerla, a lo mejor se las pido prestada a mis tíos y me venga a vivir aquí ahora que me vuelvas a correr, a ver si la abuela me lleva con los pingüinos y por allá me deja, para que ya te deshagas de mi para siempre.

  —Cuando yo me quiera deshacer de ti, te voy a hacer en tacos de barbacoa.

Le dice Dulce María y así, pasaron al comedor, la cocina, el armario donde había guardadas infinidad de cajas de todos los tamaños y estilos, los niños empezaron a agarrar confianza y se pusieron a explorar la casa, que no estaba oscura porque era de día y ya Alfonso había encendido todas las luces de los pasillos.

  —¡Mira paa, arriba hay un cuarto donde hay dibujada una puerta; ¡A lo mejor por ahí te llevó tu abuela a ver a los pingüinos y las focas.

Dice Dulce Melina desde lo alto de las escaleras del segundo piso, y ahí fue donde Dulce María sintió temor, ya que después de todo, estaban resultando ciertas todas las historias de la abuela que Alfonso le contaba a sus hijos.

Y subió apresurada, mientras Alfonso trataba de echar a andar la vieja consola de discos, le daba cuerda y ponía a la hora al reloj de cucú.

Y cuando llegó con sus hijos, comprobó acongojada, que sí, había una puerta dibujada en una de las recamaras de la segunda planta.

El dibujo en la pared mostraba una puerta de tamaño normal, pero estaba adornada con flores circulares y rehiletes, eran de varias formas y de distintos tamaños.




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