Capítulo 38.
Alfonso joven y soltero 1987, parte 6.
Jueves 11 de noviembre.
Realidad original.
Las 11:39 P.M.
Y al mismo tiempo, bueno no, a la misma hora, en la misma línea de tiempo, pero 18 años antes, Alfonso despertaba en su cuarto, pensando que aquella luz que lo había deslumbrado, era un resplandor del Sol que ya varias veces lo había despertado dándole en los ojos directamente por la mañana, volvió a cerrar los ojos tapándose con una almohada, en ese momento, sonó el ring, ring del teléfono de su cuarto, y sacó una mano para contestar la llamada, todavía con los ojos cerrados.
–¡Hey!
Contestó así, ya que él no usaba el clásico ”buenó” que todo mundo usaba para tomar una llamada telefónica.
–¿Alfonso?
Se escuchó la voz de una mujer joven, que se le hizo conocida.
–¿Si, quién habla?
Pregunta todavía sin ubicar la voz de aquella llamada.
–¡Hola, habla Dulce María! Nos conocimos el viernes en la 20 y de ahí nos fuimos a la Rana Rosa, yo soy la amiga de Juan Carlos; ¿Me recuerdas?
Alfonso pensó un par de segundos para recordar todo lo que en realidad no había olvidado.
–¡Ah si, claro que te recuerdo! ¿Cómo olvidar esos lindos ojos demoníacos? Oye, a propósito, discúlpame por haberlos dejado así, e irme sin despedirme, es que andaba medio calibrado, y además con el corazón herido, pero en buena onda, eh, discúlpame.
–¡No te preocupes, yo también dije algo que no debí decir! Pero… ¿Nos vemos mañana? Es que ya tengo que colgar porque mi mamá me está regañando por estar hablando por teléfono tan tarde.
–¡Si claro! Me llamas y nos vemos mañana y comemos, cenamos o nos vamos al cine, cualquier sitio donde no haya alcohol; ¿Sale?
–¡Si claro, iremos a donde tú quieras! –dice Dulce María terminando con la llamada.
–¡Ah cabrón! ¿A qué hora llegué y me dormí?
Pensó al ver la hora en su flip clock, que indicaba que eran las 11:43 P.M; en automático buscó algo en su cama pero no sabía qué era, estaba oscuro y se levantó a prender la luz.
–¡Ah Cabrón, ay güey y a jijos, ahora sí que me está dando miedo!
Miró la fecha en un calendario de paginitas arrancables, y le indicaba que era jueves 11 de noviembre de 1987, le arrancó 4 para que indicará que ya era lunes 15 de noviembre, pensando en que como no había estado esos 3 días en la casa, nadie se había preocupado por arrancárselas, y así como estaba bajó al primer piso, con tan solo un short blanco, de esos que se usan para jugar tenis, y descalzo, la sala estaba oscura pero al fondo se escuchaba el ruido de sus hermanos que jugaban Nintendo en el cuarto de televisión.
–¡Ya llegó el borracho castroso!
Dice su hermano Christian de 12 años, al verlo entrar mientras se ponía a salvo de un zape.
–¿A qué pinche hora llegué de Veracruz?
–¿Cuál Veracruz güey? Si te fuimos a traer a Garibaldi como al medio día porque andabas bien pedo.
Le dice su hermano Manuel, que era el mayor.
Alfonso solo se les quedó mirando, él sabia que estaba viajando de Veracruz a Poza Rica y de repente se vio en su cuarto, no recordaba a qué hora se había bajado del autobús para llegar a su casa.
–¿Qué te metiste güey, o estaban adulterados los pomos que te chingaste en Garibaldi.
–¡Garibaldi ni que la fregada! Yo estoy seguro que venia viajando de Veracruz para acá, me fui desde el sábado en la madrugada, estuve todo el sábado y el domingo, y me vine para acá en la salida del A.D.O. de las 11 de la noche.
–¿Estás seguro de que no te metiste nada, Cucho? –le pregunta su amigo Romár Farid de la Pared.
–¿Qué pasó Romarín? Si ya sabes que nunca lo he hecho ni lo volveré a hacer, además le pueden preguntar al ”Gonnie”, él vino por mí el viernes y de aquí nos fuimos a la 20, en la Escrúpulos me encontré a la Elsa con el güey ese con el que me puso los cuernos, le metí sus madrazos a él y a otro güey que le quería hacer el paro, y de ahí nos fuimos a la Rana Rosa.
–Pues está rara tu historia, porque apenas es jueves y faltan 5 minutos para que sea viernes.
Le dice Romár y Alfonso checó la hora y la fecha en su reloj ”Rado” de pulso, y efectivamente, marcaba una ”J” y las manecillas estaban en el 5 para las 12.
Manuel salió del cuarto para ir a descolgar el teléfono inalámbrico de la sala, para marcarle al ”Gonnie” o sea, Juan Carlos Córdoba.
–A ver Gonnie; ¿Que madre le dieron anoche al Foncho en Garibaldi? Porque una amiga de mi mamá nos marcó en la mañana para que fuéramos por él, porque estaba hasta la madre de pedo, sentado en la banqueta, ahí casi a la salida de ”El amigo del tarro”
Le pregunta Manuel en cuanto Juan Carlos le contestó la llamada.
–Pero si yo ni lo he visto, desde antes de que se fuera a las plataformas. –dice Juan Carlos.
–Pues éste güey dice que tú viniste anoche por él y que te lo llevaste a la Rana.
–¡Pues si que estuvo buena la que se fumó, porque yo no he ido para tu casa, además anoche fue miércoles y no abren la Rana Rosa los miércoles.
–¡Cómo madres no! Si hasta fuimos a la Escrúpulos y ahí me agarré a putazos, de ahí nos fuimos a la Rana con una amiga tuya que te recogió en un taxi, y que se llama Dulce María.
Dice Alfonso arrebatándole el teléfono, que estaba en altavoz, a Manuel.
–¡No pues menos! La Escrúpulos tampoco la abren los miércoles.
Dice Juan Carlos y en lo que le quitaban el teléfono, sus otros hermanos y algunos amigos habían dejado de jugar al Nintendo, porque era rara la actitud de su hermano.
–Cucho, tú que estás estudiando psicología, estúdiame, analízame o ausculta a este güey porque se me hace que ya le tronó el cerebro con lo que se tomó en la peda de anoche.
Le dice su hermano Manuel a Romár, que efectivamente era estudiante de psicología, y amante de lo oculto y las cosas que la ciencia no podía explicar.
Y eso de ”Cucho” era un adjetivo que él usaba normalmente para dirigirse a alguien, y a la vez, los demás le decían Cucho o Chato a él, cómo adjetivo, no como sobrenombre o apodo.
–¡A ver Cucho! Lo primero que tienes que hacer es sentarte y hacerme a mí tu primera pregunta. –le dice Romár.
–¡Esta madre debe de estar mal! –dice Alfonso mostrándoles el reloj de pulso. –Voy a mi cuarto a checar la fecha en mi otro reloj.
Pero para eso, ya su hermano Manuel le estaba organizando un retén en la puerta del cuarto de televisión, y sus otros 3 hermanos y 4 amigos ya se preparaban para sentarlo a zapes y haciéndole bolita.
–Yo digo que mejor te sientes, Cucho. –dice Romár. –Porque aquí se te va a poner de a peso.
–¡A ver Alfonso! Ya no me está gustando como te estás comportando; ¿Que es eso de que me habla mi comadre por teléfono para decirme que uno de mis hijos está tirado en la banqueta allá en Garibaldi? –dice su mamá desde la puerta de aquel cuarto. –Ahí les encargo que no me lo dejen salir, yo ya me voy a dormir.
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Editado: 25.09.2023