Jueves.
Felipe y Rosa se habían ido. Por mi parte me quedé unas horas más durmiendo hasta que sonó la alarma haciéndome acordar que debo guardar lo que traje.
Decidí volver a mi casa. Tuve una sorpresa anoche, me llegó una carta de mis padres donde dejaban en claro que arreglaron los papeles y la casa queda a nombre mío.
Lo terminé de confirmar: ellos no volverían, ya no me querían.
Pasé las últimas tres horas arreglando todo. Después vi la hora y... 13:15pm. ¡LLEGO TARDE!
¡Qué raro!
Corro para darme aunque sea una pequeña ducha, cambiarme e irme lo más rápido posible.
Nota mental: debo conseguir cuando pueda un auto.
Llamo pidiendo un taxi, este llega diez minutos más tarde. En el camino pensaba qué excusa le diría a la Jefa.
Me bajo a la vuelta del edificio, hay una puerta en la que entra la Jefa, las personas de seguridad y yo, su secretaria. Paso tranquila, y cuando iba a marcar mi llegada, en la pantalla salía que ya había llegado, algo extraño.
—Hola Miguel, quería preguntar...
—Señorita Stone, buenos días. ¿Cómo le fue en el médico?, ¿qué le dijo?
¿Médico?
No entendía nada de lo que decía. Miguel es uno de los empleados nuevos de seguridad, los típicos callados y tímidos pero algo iba mejorando. Antes parecía sargento, luego nervioso y ahora tímido, y rara vez hablaba como ahora. Él está a cargo de cuidar esta parte, aunque sigo con la duda de que ¿quién marcó mi llegada? Porque lo que según sé, los demás empleados no pueden entrar por acá.
—Eh... bien, sólo fue un mareo que tuve y por suerte está todo bien —lo miro seria y algo nerviosa.
No puedo decir que es un resfrío porque no sé inventar un estornudo o tos de la nada.
—Bueno, no la demoraré más, pase, que tenga un buen día.
—Gracias e igualmente.
Paso de largo y subo por las escaleras. Quería eliminar mis nervios moviéndome bastante, cosa que no funcionó del todo como esperaba.
Entro en mi oficina, y me asusto al ver a la Jefa sentada en mi lugar.
—Bue... Buenos días Jefa... puedo explicarle... —los nervios me comen y no me deja que hable.
—Laira... —se levanta y se pone en frente mío, tratando de intimidarme, pero sólo me muestro serena y firme— tarde... pero según lo que me dijeron, es que fuiste al médico porque te sentías mal, ¿Correcto?
—Sí, traté de apurarme pero habían muchos pacientes.
Sus labios finos pintados en un tono chocolate que contrasta con su piel blanca, forman una línea recta, dudando de lo que dije. Sus ojos me examinan tratando de atraparme como una bestia acecha a su presa.
—Lo dejo pasar esta vez, pero para la próxima, avise y así entenderé, de lo contrario... sabe lo que pasa.
Despedirme.
—Sí, Jefa. Ya comienzo con las cosas para la reunión. Si me disculpa —inclino la cabeza abajo como modo de despedirme.
En realidad quiero que se vaya o me da un colapso ya no más.
—Nos vemos en la noche —en el pequeño trayecto, sus tacones hacen un gran eco poniéndome más nerviosa.
Al irse la Jefa, mi hermosa conciencia, viene a molestarme.
Espejito espejito, quién es la más mentirosa del trabajo: pues vos.
—Ja, ja, gracias por hacerme sentir mejor consciencia —murmuro mientras dejo mis cosas en el escritorio.
De nada. A tu servicio.
Ignoro lo que dice, y me concentro en preparar las cosas de la reunión.
19:50pm.
Veo a todos irse, y yo sigo con lo mío. Dentro de cinco minutos llegan los directivos de la otra empresa con sus secretarios. Esto es especial y todo tiene que quedar bien.
Me devuelvo al baño, para verme una vez más en el espejo. Visto con un pantalón de vestir negro, una camisa color salmón y tacones negros. Mi maquillaje es simple, delineador negro en mis ojos y un rojo vino en mis labios. En mi peinado... bueno... no hace falta que lo toque, parece peinarse solo, suelto, largo y con ondas naturales.
En realidad, no soy de arreglarme mucho y andar a la moda siempre. Solo luzco bien cuando es necesario.
Al salir choco con alguien, cuando lo veo, es él, Laionel.
—¿Estás bien? Perdón no te vi, estaba apurado —se mostraba muy nervioso.
—No. Está bien. ¿También estarán ustedes en la reunión?
—Vine por unos papeles... Ya me tengo que ir. Adiós.
—¿Está bien? Bueno...
No terminé de hablar porque se fue corriendo. No lo entiendo.
Los de seguridad están al lado de los ascensores haciendo esperar estos.
Yo estoy en la parte principal esperando y Thomas a mi lado.
—¿Lista, Stone? —pregunta cuando vemos que salen de sus autos.
—¿Listo, Thompson? —sonríe de lado arreglando su saco.
—... y aquí están —dice la jefa cuando entran.
—Thomas Thompson —da un leve asentimiento de cabeza.
—Laira Stone —saludo cortés. Por lo que me dijeron ellos hablan español así que no hay problema—. Bienvenidos.
Los guío al ascensor y luego a la sala de reuniones.
La mayoría está por entrar a la sala, pero me llama mi atención quien sube último.
—¡Vaya!... Miren lo que nos trajo el viento.
Al escuchar su voz, no lo dudo y lo abrazo.
—¡Carlos! Te extrañé.
—Yo igual, Laira —el abrazo es distinto, no es el mismo, ya no hay tanto cariño como antes.
Me alejo para verlo, viene presentado como siempre lo hace: un hermoso traje completo negro, y en su rostro adornado con una leve sonrisa. Trata de expresarse como lo hacía, aunque parece que lo hace forzado.
—¿Cómo has estado? Me enteré de que eres la nueva secretaria de Sara.
—Estoy bien. Sí, me ofreció el lugar y lo acepté —me encojo de hombros y lo señalo con la barbilla—. Veo que vos también eres secretario, has tenido suerte también en Italia.
—Sí. Es... bueno serlo.
Avanzamos rápido los dos a la sala, por suerte no notaron nuestra ausencia en la pequeña demora que tuvimos. Ya todos ubicados en sus lugares empieza la reunión.