—¿Qué hora es?
Del otro lado de la cama los ojos de Mathew me obligaban a despertar. Tenía aires de enfado y ternura al mismo tiempo. Sabía con qué tono me iba a llegar su respuesta y de qué modo.
—Las diez.
—¿Las diez? —me exalté.
—Las diez.
—¿Tú me trajiste anoche?
—Sí.
Su mirada se despegó de mí y abandonó la cama sin más explicaciones. Aunque sabía que algo andaba mal no exigí ninguna aclaración. De seguro su padre ya se había arrepentido de tenerme en el hospital y le había pedido que no pisara de nuevo ese sitio. Ni modo. Quizá este año podría dedicarme a endurecer el corazón y convertirme en un ente que escribe recetarios en modo automático y sabe de memoria un sinfín de combinaciones químicas, sus funciones y los efectos colaterales. “Tome dos de estas y vuelva si no se le pasa”.
Alrededor de las once alcancé a Mat en la cocina. Estaba revisando su agenda y cancelando citas, o al menos eso parecía.
—¿Todo en orden? —pregunté con cautela mientras me acomodaba a su lado en la barra.
—Dime tú.
—No, tú dime. ¿Qué pasó con el centro?
—No vas a ir.
—¿Por qué?
—Porque no. Ni hoy ni el fin de semana.
—¿Por qué, Mat?
—Porque estás cansada y agobiada y porque necesito un tiempo con mi novia. Mi padre está al tanto, así que no te preocupes.
—¡Mat! —reclamé.
—¡Anna! —respiró profundo, como tomando paciencia, y volvió a hablar—. No peleemos, por favor —tomó mi mano sin siquiera dirigirme la mirada, llevó mis dedos hasta su boca y besó mis nudillos—. Por favor.
—¿Estás enfadado?
—Sí, pero no contigo. Bueno, no del todo contigo. No es solo por ti. Te necesito bien, ¿okey?
—¿Y qué vamos a hacer el fin de semana?
—Vamos a cambiar de aire. Solo déjame terminar con esto y te prometo que te cuento todo. ¿Vale?
—Bien.
Me levanté y desaparecí. Sabía que Mat necesitaba dos segundos más a solas para terminar de calmarse. Y yo necesitaba dos segundos más para darle vueltas a todo ese asunto del señor Hudson y su hijo.
¿En qué puto manual de medicina te enseñan a lidiar con estas cosas?
Me senté en el sofá con alguna de esas revistas de chismes, como si estuviera interés realmente en saber sobre el mundo de la farándula. Pero tenía la mente en otra órbita.
—Su madre murió cuando él tenía tres años. Fue duro lidiar con eso —resonó en mi mente—. El embarazo de Milo despertó el cáncer —seguí repasando—. Hicimos todo lo que estuvo al alcance y el último tratamiento que tuvo fue con las mismas drogas que pretenden suministrarle al niño. Son demasiado fuertes, no lo resistirá. Y usted no ha visto lo que yo. Su madre… —el recuerdo de su voz quebrada y ese intento de superación me estrujó de nuevo el corazón—. Su madre hubiera tenido mejor muerte esperando que esa maldita porquería le paralizara el corazón que con toda esa mierda que pretenden que ingiera Milo. No voy a tolerar algo así, no de nuevo. ¿Entiende?
Yo había experimentado ese dolor. Quizá hubiera sido menos hiriente si alguien me hubiera permitido ayudar a…
—¿Anna? —escuché detrás de mí.
Tragué un par de lágrimas de peso grande que empezaban a asomar ante los recuerdos del pasado y con el poco de valor que logré juntar respondí un quebradizo “¿Si?”. Sintiendo inmediatamente las manos de Mathew posarse sobre mis hombros.
—¿Todo en orden? —pregunté.
—Mejor. ¿Y tú?
—Sí —susurré, omitiendo todo lo que me robaba el aire y la fuerza a esa minúscula promesa, a esa pequeña deuda conmigo misma y con el pasado.