Capítulo 3: El regreso de once.
Son las cinco de la tarde cuando entro al taller del señor Ricardo. El olor a aceite quemado, los ruidos de las llaves sonando contra en metal, algunos trabajadores soldando o empujando rines por todo el taller se me hace normal. Algunos trabajadores me miran y saludan. Camino hacia la caja y allí me encuentro al señor que me ha estado ayudando desde hace unos meses.
El señor Ricardo tiene cincuenta y ocho años, pero si lo vieras pensarías que tiene más, esto es debido a que hace unos años tuvo una hija y su esposa enfermó de cáncer a los pocos meses, su exesposa por el embarazo, parto y después por la enfermedad no pudo trabajar y como el señor Ricardo no había terminado la preparatoria su único trabajo era ser panadero. Debido a la enfermedad y a la niña de pocos meses de nacida tenía que contratar a alguien que las cuidara mientras él trabajaba todo el día para pagar el costoso tratamiento y la alimentación de los tres. Se partió la espalda trabajando pero su sueldo no alcanzaba como él deseaba.
No pudieron pagar el tratamiento y su esposa murió. Su hija creció e intentó cumplirle sus gustos. Sin embargo cada vez que crecía sus gustos se volvían más costosos, con lo que ganaba del taller solo le alcanzaba para la comida y a duras penas para la preparatoria privada en la cual su hija se encaprichó en estudiar.
Al cumplir los dieciochos ella se fue y nunca regresó. Han pasado cuatro años y la tristeza es su única compañía. Hasta ese día glorioso para mí…
—Buenos días Summer ¿Cómo te fue en la entrevista? —a pesar del abandono de su hija y la muerte de su esposa el señor Ricardo ha salido adelante con una gran personalidad, algunas personas cambian radicalmente pero él no lo hizo.
—Excelente.
— ¡Qué bueno! —Rodea el mostrador y me funde en un abrazo—Estoy muy orgulloso de ti.
—Yo también pero ¿sabes lo que significa eso?
Asiente.
—Ya no trabajarás para mí pero… prefiero eso a que no tengas a tu hermano—besa mi frente—. Solo espero que no te olvides de este viejo—lo dice en broma, pero yo lo percibo de otra forma.
—Jamás—sonríe orgulloso por mi respuesta y la seguridad con la que la digo y nos abrazamos una vez más.
El señor Ricardo con el tiempo se ha sabido ganar mi confianza y cariño. Incluso lo veo como abuelo, solo que siento que si le digo de esa forma se pondrá melancólico y no sé qué llegara a pasar.
—Ya me estaba acostumbrando a tener a la mejor mecánica de la ciudad.
—Tuve al mejor profesor.
—Oh niña, no subas mi ego más de lo que ya lo está el día de hoy—nos reímos.
Aunque hoy con la manada me había sentido un poco incómoda al principio después de las presentaciones y de que conociera más los entrenamientos y el proceso de todo, me relajé y me deje llevar. Me sentí tranquila y relajada por mi trabajo, en el taller era un poco estresante porque teníamos un tiempo limitado para los trabajos de los autos, en cambio en este no lo hay. Y eso me encanta. No hay límite, no hay clientes molestos, no hay desorden (bueno talvez un poco) y sobre todo no hay tipos intentando ligar contigo.
Todo es tranquilidad, risas, familiaridad, diversión y alegría.
Pasé lo que restaba de la tarde y parte de la noche con el señor Ricardo. Hablamos sobre todo lo que había pasado el día de hoy, sobre lo que queríamos a futuro y luego comimos.
A las 10.48 de la noche estoy en mi apartamento. Me tomo una ducha larga de agua fría y me visto una pijama de pantalón corto y camisa de tirantes. Hoy hace un calor un poco más de lo normal.
Cuando pongo la cabeza en la almohada ni siquiera me da tiempo de ver la hora porque caigo dormida profundamente.
31 de agosto, 2018.
Cuando veo esa melena amarilla mi sonrisa se ensancha más. Hoy es viernes en la tarde y eso significa que puedo ver a mi hermano en el orfanato.
— ¡Summer! —Nicolás se lanza a mis brazos y yo lo atrapo, doy vueltas haciendo que él se ría.
— ¿Cómo estas pequeño?
—Estoy emocionado—dice muy alegre— ¡Mañana juegan los lobos y me dijeron que si terminaba temprano de lavar la ropa podría ver el partido!
Le doy una sonrisa cerrada. Esto es lo que siempre he querido evitar. Nicolás es un niño de nueve años, él no debería de estar lavando a mano la ropa de los demás. En este orfanato la comida no es algo que te dan gratis, tienes que hacer ciertas labores para poder tener un plato de comida. Cuando estaba aquí yo hacia las labores de ambos, siempre he querido que él tenga una niñez normal, mis padres me la dieron y sé que a ellos les hubiera encantado hacer lo mismo con él. Es por eso que Nicolás jugaba y aprendía mientras yo lavaba la ropa de todos y limpiaba los pisos de las habitaciones.
Pero ahora que no estoy aquí él debe de hacer sus labores.
—Qué bueno pequeño—beso su cabeza— ¿Sabes? Tengo una sorpresa para ti, pero te la daré en la próxima visita, pero… debes de portarme muy bien ¿De acuerdo?