Noah
El dulce aroma de unas sábanas frescas me hizo sonreír y como acto reflejo pasé mis dedos por el material, deleitándome con su suavidad. Gruñí con molestia al escuchar un pitido agudo que taladró mis oídos y me hizo apretar los ojos; un destello de dolor atravesó mi cabeza como un relámpago y agradecí al cielo cuando el molesto sonido se detuvo y aproveché para acomodarme de nuevo entre las sábanas y dormir un poco más.
«Pit… Pit… Pit… Pit». Ahí estaba de nuevo ese sonido tan desagradable que me hizo abrir los ojos de golpe en busca de la fuente que lo producía.
Esperé un poco a que mis ojos se adaptarán a la luz matutina y, cuando por fin logré despejar mi vista, me quedé helado al contemplar la habitación: pintura color crema cubría las paredes y una cortina rosada salpicada con flores hacía un pésimo trabajo cubriendo la luz del sol que se filtraba por la pequeña ventana del dormitorio de la fraternidad.
Un terror frío recorrió mi espalda al reconocer el lugar, y tuve miedo de voltear a mi lado y comprobar mis sospechas. Me armé de valor y bajé la vista a la sábana a juego con el estampado de la cortina y la elevé sobre mi cuerpo, solo lo suficiente para descubrir que…
«Oh no».
—¡Diablos! —maldije en un susurro que hizo a mi compañera de cama removerse sobre sí misma.
Voltee a su lado, solo para estar seguro de que en verdad se trataba de ella y, aunque todo apuntaba a eso, admito que no estaba preparado para confirmarlo.
Ahí estaba ella, tan hermosa y tierna como siempre y, a su vez, como nunca. La única chica a la que me había jurado no tocar, se movía sobre su espalda dejando al descubierto la parte superior de su cuerpo sin ser consciente de ello.
«¡Carajo!».
Tomé la sábana con extremo cuidado de no despertarla y la cubrí de nuevo como si verla así fuera un pecado que me condenaría al infierno. Tal vez así sería.
«¿Qué hago?», pensé en medio de la conmoción.
Si me iba sin decir nada, tal vez sería lo mejor. Posiblemente nos ahorraría a ambos el bochorno de reconocer a plena luz el error que acabábamos de cometer, pero ¿qué clase de hombre sería si hiciera eso…? Exacto, un cobarde.
Me quedé. Aceptando mi parte de la culpa. Aterrado al pensar en que muy probablemente las cosas ya no serían como antes nunca más.
La chica abrió los ojos lentamente, interrumpiendo mi dilema moral. Sus ojos claros se pasearon por la habitación, justo como había hecho yo unos minutos antes, hasta que recayeron en mí. Su sonrisa confundida me habló de la inocencia de su ser, pero el gesto de terror que vino después se clavó en mi pecho como una daga.
Se observó a sí misma y cerré los ojos como reflejo al anticipar el golpe de realidad que ella estaba por recibir. Su reacción me sorprendió cuando se sentó de repente, llevándose consigo la sábana, dejándome al descubierto en un segundo.
Hice lo que pude para cubrir mi cuerpo, pues —aunque me sentía bastante satisfecho con mi anatomía—, en ese momento solo podía sentir vergüenza.
—¿Noah? —su voz temblorosa me pateó directo en esa zona baja que, seguramente, se había divertido mucho la noche anterior. No podía recordarlo.
—Hola —dije como un tonto sin saber qué más hacer.
Nuestras miradas se cruzaron y no hizo falta decir nada más. Sellamos un pacto en ese entonces: jamás hablaríamos sobre lo sucedido sin importar lo que pasara.
Asentí con la cabeza al comprender sus palabras nunca dichas y me levanté de la cama, busqué mi ropa que había quedado desperdigada por el suelo y me vestí a la velocidad de la luz.
Le di a la chica una mirada significativa antes de abrir la puerta. Una súplica y una disculpa que esperaba que pudiera interpretar. Cuando recibí su sonrisa a cambio, supe que lo había hecho.
Salí de la habitación rogando a Dios porque las cosas no cambiaran demasiado entre los dos, pero, con el pasar del tiempo me di cuenta de que, por lo menos para mí, lo habían hecho.
Si ella se sintió diferente después de nuestro desastre, nunca lo demostró.
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¡BIenvenido/as a esta nueva historia!
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Editado: 11.06.2024