Mi estómago se hunde al escuchar esa voz y las lágrimas pican detrás de mis ojos al reconocer al hombre que me observa con una enorme sonrisa en su rostro.
—¿Noah? —pregunto en un murmullo apenas audible, cubriendo mi boca cuando siento que mi mandíbula casi toca el suelo—. ¿Qué…? ¿Cómo…? ¡Hola! —chillo emocionada antes de lanzarme a sus brazos con anhelo.
—También te extrañé, Ann —confiesa correspondiendo a mi abrazo y me aprieta con fuerza—. No soporté la idea de pasar otro cumpleaños lejos de ti —murmura a escasos centímetros de mi oreja, haciéndome estremecer con su aliento.
—No puedo creer que estés aquí, Noah —mascullo sin querer soltarlo, pues tenerlo tan cerca después de dos largos años sin verlo es casi como un sueño del que no quisiera despertar.
—¿Quién es este hombrecito que tenemos aquí? —cuestiona maravillado cuando nos separamos.
—Noah, te presento a Alex —digo, haciendo un esfuerzo por tragar el nudo que se ha formado en mi garganta—. Cariño, este es el tío Noah.
—¿Puedo? —pregunta mi amigo, a quien no puedo dejar de ver por temor a que sea solo una ilusión, y asiento entregándole al bebé—. ¡Dios, Ann! Está enorme, no puedo creer que haya salido de tu…
—¡Noah! —Golpeo su hombro antes de que diga algo inapropiado frente a mi hijo, y sonrío como una boba al descubrir que sigue siendo igual de bromista que siempre.
—…de tu barriga, Anel —continúa—. ¿Qué pensaste que iba a decir? —Suelta una carcajada—. Está hermoso, igual que…
—Igual que su padre, ¿cierto? —interrumpe Gael llegando a mi lado; rodea mi cintura con posesividad y me planta un sonoro beso en la sien—. Pero si es el niño friki de los videojuegos. ¿Qué cuentas…? —Chasquea los dedos fingiendo no recordar el nombre de mi amigo, en lo que yo lucho por aparentar que sus uñas no están lastimando mi piel.
—Qué gracioso, Gael —espeto borrando la sonrisa de mi rostro—. Sabes cuál es su nombre.
—Perdón, nena; mi cerebro borró toda la información irrelevante de la universidad, solo se quedó con lo importante, ya sabes, el trabajo y esas cosas.
—Gael…
—No importa, Ann. Como informático entiendo lo que dice; a veces olvido que estás casada… oh, espera, no lo estás. —Noah se burla, haciendo que Gael resople como un toro, por lo que siento la necesidad de intervenir al ver que los ánimos se están saliendo de control.
—Perdón, no te he invitado a pasar —me disculpo con Noah, y retiro con cuidado los dedos de Gael de mi cintura—. Vamos, hace frío aquí.
—Sí, Noah, pasa a nuestro nidito de amor —incita mi novio con sarcasmo, pero mi amigo ni siquiera le presta atención al pasar a su lado y entrar al departamento.
—¿Llegué demasiado tarde?, ¿o aún es temprano? —cuestiona desde la sala de estar.
—¿Tarde, para qué? —pregunto confundida.
—Es tu cumpleaños, pensé que habría una fiesta o algo así.
—Ah, eso… no tuve ánimos de festejar —miento. Por supuesto que hubiera aceptado hacer una reunión, pero nadie me lo propuso y, por «nadie» me refiero a Gael, que es quien paga las cuentas—. El próximo año será.
—Sí, el próximo haremos una fiesta con payasos, zanqueros, música en vivo y todo lo demás —ironiza mi novio, creando un arco en el aire con sus manos—. Tiraremos la casa por la ventana; será el evento del año —dice con sarcasmo.
«Que no lo diga, por Dios, que no comience con sus reclamos pasivo-agresivos que tanto me lastiman», ruego internamente.
—Noah, tenemos un hijo y cuentas que pagar; no estamos para fiestas ahora.
«Ahí está. Siempre sacando a flote nuestra “situación”».
—Gael —suplico para que deje de hablar, pues cada vez que dice cosas como esas me hace sentir como una inútil que solo le trae problemas a su vida.
—Perdón, nena, pero es cierto.
—Si es un mal momento yo…
—¡No! —imploro antes de que Noah diga que se irá—. No es un mal momento, solo… no te esperaba. De hecho, llegaste en un buen momento, estábamos a punto de cenar, ¿te quedas? —pregunto, rogando a Dios por que los horribles modales de Gael no hayan hecho sentir incómodo a mi amigo, aunque no me sorprendería.
—Por supuesto, si eso quieres.
Me brinda una cálida sonrisa que calienta mi pecho y me devuelve la tranquilidad.
No puedo evitar darle un repaso: se ve tan guapo, tan elegante y relajado al mismo tiempo, que me cuesta creer que dos años le hayan sentado tan bien. Noah siempre ha sido un hombre agradable a la vista… mucho diría yo. Pero hoy luce… impecable. Parece más adulto con esa barba incipiente adornando sus mejillas y ese porte elegante y relajado al mismo tiempo.
De pronto soy consciente de mi propia apariencia y mis mejillas se calientan por la vergüenza; me reprendo mentalmente por no tener la decencia de arreglarme ni siquiera en mi cumpleaños, pero no creí necesario hacerlo solo para limpiar la casa y atender a mi hijo.
—Disculpa mis fachas —balbuceo agachando la cabeza; señalo mi pantalón de chándal y la camiseta holgada que me llega hasta la mitad del muslo—. Como te darás cuenta, no esperaba recibir visitas.
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Editado: 11.06.2024