Julieta, la chica suicida.

Capítulo 30

–Julieta, abre tus ojos.

Alguien removia mi cuerpo.

–Julieta, despierta por favor.

Su voz la escuchaba cada vez más cerca.

–Necesito qué despiertes ¡Julieta!

Conocía esa voz. Abrí con pesadez mis ojos encontrándome a Michell a mi lado.

'¿Qué pasa estúpida?

Observé la hora en mi celular, bufando de mal humor.

–¡Son las 3:30 de la mañana, Michell! ¿Qué te pasa?

–A mi nada. Pero alguien necesita hablar contigo

No dude en preocuparme de inmediato y pensar en mamá.

–¿Es mamá?–Pregunté. Levantándome con rapidez.

Sus manos me detuvieron.

–No. Es otra persona.–Respondió.

Me senté en la cama.

–Ninguna persona coherente haría visitas a esta hora.

–Desde mi perspectiva, sé que no es coherente, pero si está acá será por algo.

Supongo qué tenia razón.

Ella caminó hacia afuera de la habitación y caminé detrás de ella. Al llegar abajo vi qué era Aidan quién se encontraba en la sala, me detuve frente a él.

–Estupidez humana.

–Mocosa.

Michell quien aún se encontraba a mí lado, le sonrió a él para luego marcharse.

–Aidan son casi las cuatro de la mañana. Entiendo qué tú estupidez humana te impida comprender las cosas, pero yo necesito ir a clases dentro de poco así que...

–Eres muy ruidosa ¿Sabías?

–Y tú muy estúpido.–Dije.

Un estúpido muy lindo.

Caminó hacía a mí extendiendome su mano.

–Te invito a un paseo.–Sugirió.

–Son las cuatro de la mañana, estúpido.

–Arriesgaste sin miedo, Julieta.

Definitivamente su estupidez no lo dejaba pensar.

–No te haré daño mocosa.–Volvió a hablar. Su semblante no era el mismo de siempre, esta vez era diferente, me atraía el misterio que Aidan siempre tenía.

Le tomé su mano aceptando.

–Sólo debo irme a cambiarme.–Ya qué tenía la pijama.

–Te prometo qué las estrellas no te juzgaran.–Dijo.

Abrió la puerta para caminar hacía a su auto.

******

–¿Un gimnasio?– Y sí, acá estamos, en un gimnasio de madrugada mientras la ciudad duerme.

Apagó el motor de su auto.

–¿Qué? ¿La mocosa consentida nunca ha venido?–Preguntó con burla.

–No soy ninguna mocosa consentida.

–Entonces deja tú miedo y entremos... O ¿tienes miedo de mí?

–Vete al diablo Aidan.

Escuchaba a estupidez humana reírse a mi espalda, mientras caminábamos hacia el lugar.

–Está cerrado.–Dije al ver el lugar en silencio y a oscuras.

–Estaba.–Aclaró colocandose justo en la puerta con unas llaves.

Rodé los ojos. Introdujo las llaves en la cerradura, y en segundo se escuchó un "clip" abriendo la puerta.

Se colocó a un lado dejándome pasar. Todo se encontraba en una máxima oscuridad, impidiendome poder observar con claridad.

Escuché la puerta cerrarse, tensandome de inmediato.

–¿Miedo?–Aidan susurró detrás de mí. Estaba tan cerca, qué podría apostar qué olía el aroma de mi cabello.

–¡No digas idioteces! Y enciende las luces.

Lo escuché reír una vez más y sentí su presencia alejarse de mí.

Aunque eran pocas las veces que lo escuchaba reír, esas eran suficientes para qué en algún sitio de mi alma se sintiera feliz.

Las luces se encendieron dejándome ver esta vez el lugar con claridad. Era amplio, muy amplio, habían maquinas de ejercicios a la derecha y izquierda. Habían pasillos que dirigían a otros lugares de éste espacioso lugar, pero justo al fondo, estaba un grande ring de boxeo.

–¿Y bien... Qué te parece?–Aidan apareció a mí lado con dos pares de guantes de boxeo.

–¿Qué se supone qué harás con eso? Señale los guantes.

–Haré no.–Corrigio.–Haremos.

Me crucé de brazos.

–Tú y yo boxearemos.–Habló.

Esta vez fui yo la que reí a carcajadas.

–¿Acaso no ves mis debiluchos brazos a comparación de tus... Fuertes y grandes brazos...–Perdí mi razón al quedarme observando los brazos del italiano. ¿A quien engañaba? Estupidez humana estaba muy bueno, y yo soy humana, tengo debilidades.

–¡Hey, Julieta! Ojos arriba ¡mocosa pervertida!

Sacudi mi cabeza, arrebatándole los guantes.

–Veamos de que estas hecho, estupidez humana.

Dije subiendome al ring.

No tenia idea de como hacerlo, pero recordé de como lo hacían en las películas y a duras penas lo hice. Mientras que escuchaba a estupidez humana aguantando su risa.

Me coloqué los guantes pero Aidan me terminó ayudando, porque sí, no sabía. Y eso era un motivo más de risa para él.

–Bien, empecemos.–Cogió un saco de boxeo qué estaba en no sé qué lugar, para colocarlo en frente de mí.–Vas a golpear el saco; primero con tu mano izquierda, luego derecha, de poco a poco subirás la velocidad con lo que lo golpees. ¿Entendiste?

¿Entendiste Julieta? Me pregunté a mí misma.

No podría ser tan difícil, al menos Roky, no lo hacía ver así.

Visualice el rostro de Aidan antes de responder; ya no había burla, ahora había seriedad en él.

–Entendí.– Respondí y él asintió colocandose detrás del saco, sujetandolo.

Empecé cómo había dicho; izquierda y luego derecha, pero con mis golpes el saco ni se movió.

–¿Eso es todo lo que golpeas?–Si, una vez más el idiota se rió.

–¿Y acaso no ves qué eso pesa una tonelada?

–Mi hermanita pega más fuerte que tú, mocosa.–Se burló.

Okey ya había aguantado lo suficiente.

—Vete a la mierda, estúpido.

Caminé para bajarme de éste lugar mientras qué luchaba para quitarme estos demonios guantes.

Pero por primera vez, Aidan me detuvo.

–Espera. Sólo espera ¿si? –Vi su mano sostener mi muñeca. No podía negarle a mi cuerpo la emoción de que por primera vez, él me detuvo.

–No puedo Aidan. Es difícil, ni siquiera puedo mover ése estúpido saco.

Aidan colocó sus manos sobre mis hombros, mirándome a los ojos.

–Olvida tus no puedo y confía en que podrás con eso y más.

Sonreí al escucharlo y me dejé llevar por sus palabras.




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