Aidan.
Removi la cerámica que estaba en el piso de la ducha.
–Aidan ya me estas asustando. – Tenía a Kevin detrás de mi siguiendome por toda mi habitación.
Ignore lo que dijo y seguí sacando la cerámica, cuándo al fin lo había echo, saqué de allí lo que me mantendría con vida.
–Definitivamente los italianos son raros.
– No seas idiota, Kevin.
Me levanté del suelo y caminé hacía mi cama, pero antes de eso, cerré la puerta.
– Me niego a hacer cochinadas contigo, te quiero, pero no de esa manera. – Negaba con su cabeza.
Le extendí la bolsa y el la tomo en sus manos confundido.
–Tienes mi vida en tus manos. – Le dije.
–Explicate.
– Estas son algunas evidencias que he conseguido de la organización en que estoy.
– Aidan...
– Necesito que las tengas tú y que me las entregues cuando yo las pida o sea importante.
– Es decir, cuando estén apunto de matarte ¿no?. – Sus voz salió hostil.
–Kevin.
– ¿Porqué simplemente no entregas esto a la policía, antes de que sea tarde? ¡Ellos pueden ayudarte, Aidan!
– No. ¿Estás demente? Sí lo hago, extropiaran todo.
– Si cooperas con ellos sería más sencillo. – Kevin no entendía los riesgos que tendría si hacia lo que me pedía.
– ¿Quieres que me salga de esto para estar con Julieta no? ¡Pues bien, eso hago!
–¡Pero estoy seguro que ella te quiere vivo, no muerto, maldita sea! ¡Ella cómo yo te necesitamos vivo! – Gritó furioso. Agradecía que mis tíos y Aisa no estuvieran acá.
– Pues el tiempo se está agotando. – Confesé.
– ¿Qué? – La mirada de terror de Kevin son cosas que jamás olvidaré. No quería que se enterara, pero el necesitaba estar al tanto de todo, por sí mi plan no funcionaba.
– Esta bomba está al punto de explotar, Kevin. – Suspiré. – Para librarme de toda esta mierda debo batallar y eso es lo que estoy haciendo. Esas pruebas que te estoy dando, necesito que la uses para ayudarme, si termino en prisión me ayudarán y si termino muerto. Limpiaras mi nombre. Es por ello, que mi vida dependen de esas pruebas.
– Lo haré pero con una condición. – Pidió.
– ¿Qué?
– Saldrás con tú trasero vivo de allí. ¿Okay?
– Ni siquiera sé...
– ¡Prometelo!
– Lo prometo.
Prometí algo que no estaba seguro si iba a cumplir.
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Diciembre anunció su llegada con una extensa nevada, cubriendo toda la ciudad de un blanco total. A veces gruñia cuando mi auto se estaba estancado entre la nieve, pero volvía a sonreír cuando Aisa me lanzaba bolas de nieve de sorpresa. Verla reír era mi medicina.
Las clases habían terminado. ¡por fin!
Amaba mi carrera pero era demasiada exhausta.
El frío se colaba por debajo de mi abrigo, guantes, bufanda e incluso guantes. Mis mejillas de vez en cuando se tornaban rojas y de mi boca salía ese común humo.
Estaba seguro que Julieta se enojaria conmigo si me viera caminar a esta hora de la noche, con esta temperatura por la calle. Imaginarla con su ceño fruncido me hacía sonreír, se veía hermosa cuando lo hacía.
Julieta cómo él frío se había colado por mis huesos, piel, alma y corazón. Esa mocosa de ojos verdes colocó mi vida de cabeza, pero estaba feliz de así pasara.
Estaba perdido por ella y ya no era secreto para mí. Ya l había aceptado, ambos lo habíamos aceptado. No fue fácil al principio pero allí íbamos, poco a poco.
Ella se convirtió en una razón más para mejorar mi vida y dejar el pasado atrás.
Julieta llegó a mi vida para cambiarla y hacerme feliz.
No teníamos una etiqueta porque para nosotros no era necesario, porque cuándo estábamos juntos, éramos sólo ella y yo contra todo. Entre nosotros existía eso que jamás encontré en nadie más: amor.
Quise negarme desde un principio pero al final me rendí ante algo más grande que yo. El amor era algo difícil de ocultar o negar, él siempre estuvo delante de mí y fui muy estupido el querer ocultar algo que siempre iba a salir.
Estaba y estoy seguro que lo que siento por Julieta Smith es más grande que él pasado que me atormenta.
Ahora ella tenía el poder de destruirme.
Toque el timbre de su casa con mis manos temblorosas.
Un pequeño rubio abrió la puerta para mí.
–Siempre creí que las personas enamoradas eran estupidas. – Sacudi la nieve que en mis hombros estaba.
–Y yo siempre creí que tú rubio falso se caería el algún momento. – Sonreí al ver la cara de Mathias.
Mathias era un chico increíble, a pesar de la edad que tenía, era muy maduro, pero aún así esa madurez no le fue suficiente para cometer algunos errores.
Recuerdo aquella tarde de hace dos semanas cuándo me llamó para jugar a su deporte favorito. Él no sólo quería jugar, él quería desahogarse conmigo. Ése día habían salido los papeles de divorcio de sus padres y aunque con su madre y hermana se mostró fuerte, conmigo no lo fue. En esa banca ése chico se liberó y lloró en mi hombro el dolor de ver separarse a sus padres. Siempre fue fuerte, pero cómo todo humano se cansó y al final se liberó.
Sabía que su madre y hermana no eran felices con su padre en casa, fue por ello que entendió y respeto ése divorcio.
Mathias era un gran chico.
–Y yo pensé que me harías caso cuándo te digo que cojeras una hipotermia si sigues caminando de noche con esta temperatura. – Julieta se cruzó de brazos con su ceño fruncido.
–Lo siento pero era importante. – Le sonreí mientras besé su frente.
Su ceño se relajó y ahora sus mejillas estaban sonrojadas.
–¿Y que no podía esperar hasta mañana? – Habló ahora más relajada.
–Es una sorpresa pero necesito que me acompañes
–¿Ahora? – Preguntó.
–De hecho, vamos tarde
–¿Tienes idea del frío que hace afuera? –Observe por la ventana que ahora caía más nieve.
–Un par de suéteres y estarás bien. ¡Vamos mocosa, mueve tu lindo trasero y ve a abrigarte! – La llevé hasta las escaleras.