Julieta quiso quedarse

Blaz

   Blaz balanceaba su copa de vino, la tercera del día, casi de un modo violento. Tenía los ojos brillantes como bolitas de vidrio, llenos de venitas rojas. Un gesto duro en el rostro lo envejecía unos treinta años. Ya no parecía el jovial Blaz, el eterno veinteañero.

-Blaz –Amara apenas rozó su hombro – ¿Podemos hablar?

-Déjame solo –pidió el brujo terminando de un trago la copa.

-¡No podes ponerte así!

-¡Claro que puedo! ¡No tenías que traerla a este lugar, mucho menos sin mi autorización! ¡No quería que formara parte de nuestro plan!

-¿De veras ibas a verla morir? –el brujo se volvió a mirarla con un gesto desesperado en los ojos –ya lo creo que no.

-¡Sí! –dijo con un tono de voz firme, pero actuado – ¡iba a verla morir!

-Bueno –la bruja volvió sobre sus pasos, pero antes de llegar a la puerta se detuvo –si eso es lo que querés ya sabes que podemos devolverla a su lugar sin que siquiera lo recuerde. Pénsalo y me decís.

-¿Desde cuándo sos tan fría? –el brujo se volvió a mirarla.

  La bruja se detuvo y contó hasta diez antes de volverse sobre sus pasos. De sobra sabía que Blaz no toleraba el suspenso.

-Sé que no vas a dejarla morir Blaz, simplemente eso. De tu persona puedo estar segura de algo, de una única cosa –levantó su dedo índice –de que no la vas a dejar morir.

  El brujo reventó de un golpe la copa contra la pared más cercana. Unas gotas purpuras y espesas quedaron retratadas contra la blancura del muro. 

-¿Vas a decirme que ella va a quedarse acá como si tal cosa? –enarcó las cejas. Amara por un instante tuvo miedo de que se descontrolará. Blaz era un ser violento.

-Sí, además va a ayudarnos.

-¿A qué? –dijo en tono descreído.

-Ella lleva años ayudándome Blaz, sabe más de lo que pensamos. No tiene nuestro poder eso está claro, pero el conocimiento es las más de las veces mucho más efectivo.

-¡Quiero ver lo que decís! ¡Para mí esto es más un problema que una solución!

-¡Blaz, tené paciencia! –dijo con suavidad la bruja que mejor le conocía.

-Este no es momento de andar haciendo pruebas ¿Entendés Am? –dulcificó la voz como si le hablara a una nena.

-Sí, pero necesitamos ayuda –posó su mano sobre el antebrazo del brujo con suavidad.

-Tenemos a Enzo. Ya es suficiente, después vamos a perder el control.

-¿Enzo? Yo no creo que podamos seguir contando con su ayuda.

Blaz se volvió y clavo su fulminante mirada en los ojos de Amara. La estudio unos instantes interminables, y supo que la bruja era sincera y que tenía razón. Pero obviamente no iba a ser él quien diera el brazo a torcer.

-¡No entiendo por qué decís eso! ¡Que él crea que se está enamorando de Julieta no significa que nos defraude! ¡Me ha llevado años prepararlo, sabe lo que tiene que hacer!

-¡Mira esto! –le extendió un sobre de papel madera que Blaz no había visto que tenía en ningún momento.

-¿Fotos? –dijo al abrirlo y husmear de que se trataba.

-¡Míralas Blaz! –insistió.

  Le llevó unos minutos recorrer las imágenes. La ira trepaba por su estómago como una llamarada.

-¿De dónde sacaste esto? –la voz se le trababa en las paredes de la garganta. Era más un ronquido que otra cosa. Sentía lo ojos calientes y los párpados hinchados.

-Senta las tomó.

-Madre prometió dejarnos esto en nuestras manos –devolvió las fotos a la bruja, le temblaban las manos.

-Enzo le facilitó la entrada a esa casa –susurró Amara. Tenía miedo de que el brujo la atacase, pero aun así se arriesgó a acusar a su hijo. Ella no tenía dudas. –al principio pensamos que realmente era Emma, pero…

-No lo creo –dijo él –Enzo no es capaz. Esto es cosa de madre.

-¿Qué vamos a hacer? –Amara pensó que el brujo confiaba demasiado en un chico de apenas cien años.

  El brujo la miró unos segundos que podrían haber sido años. Caminó hasta la mesilla de los vinos y se sirvió, pausadamente otra copa de vino. Luego regresó junto a la bruja. Amara sabía de sobra que el brujo era único en su estilo, en los peores momentos su ingenio brillaba. Parecía activarse en las crisis.




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