June y otros universos

Edimburgo, 29 de febrero

Desperté antes de que el reloj sonara. No era insomnio ni ansiedad; simplemente el hábito de abrir los ojos cuando la luz comienza a delinear las formas del cuarto. La claridad temprana atravesaba la cortina y pintaba la pared de un gris suave, casi nacarado. Por un momento me quedé quieto, escuchando el silencio, como quien espera que algo lo interrumpa. Pero no había respiración ajena junto a la mía, no había movimientos leves de alguien levantándose después que yo. Ese silencio absoluto, que hace un año me resultaba insoportable, ahora se había vuelto compañía. Una compañía extraña, sí, pero mía.

Me levanté despacio, con esa lentitud que parece darle al cuerpo un margen para aceptar la vigilia. Encendí la cafetera. El sonido del agua burbujeando me pareció un recordatorio tierno de que son las rutinas, y no los grandes gestos, las que sostienen la vida cuando todo lo demás se tambalea. Mientras esperaba, abrí la ventana. El aire frío de la ciudad entró con olor a lluvia nocturna, con ese filo húmedo que limpia y, al mismo tiempo, despierta. Respiré profundo, y por un instante me pareció que el aire traía algo del perfume de June: esa mezcla dulce y sutil de coco y chocolate en leche que ella dejaba tras de sí sin proponérselo.

No fue dolor lo que sentí, sino una tibieza difusa, como si una mano invisible me hubiera tocado apenas el hombro. Cerré los ojos, sonreí apenas y lo dejé pasar, como quien se deja acariciar por una ráfaga de viento.

Mientras bebía el café, pensé en que al día siguiente sería el cumpleaños de mi sobrino mayor. Había prometido visitarlo con un regalo que aún no había comprado. Me sorprendió cómo esas fechas seguían marcando el pulso de la vida familiar: cumpleaños, bautizos, graduaciones, visitas improvisadas. La vida seguía, a su propio ritmo, indiferente a lo que yo hubiera perdido o aprendido. Era como el movimiento de los planetas: nunca se detiene, incluso cuando a nosotros nos parece que el tiempo está suspendido. El universo no sabe de pausas, solo de órbitas que se cumplen. Y, de algún modo, eso me tranquilizaba.

Decidí salir a caminar antes de trabajar en el observatorio. Aunque aún me quedaba pendiente revisar un par de cálculos, preferí dejarme llevar por la ciudad. Tomé un cuaderno por costumbre, aunque sabía que no lo usaría, y guardé unas monedas en el bolsillo. Antes de salir, dudé un instante: últimamente había empezado a usar la bicicleta que compré de segunda mano. Me gustaba recorrer calles desconocidas con ella, sentir que la ciudad se abría de otra manera, menos lineal, más libre. Pero esa mañana elegí caminar. Quería que mis pasos tocaran el suelo, que la lentitud me enseñara a mirar.

Las calles estaban húmedas, con charcos que reflejaban un cielo pálido. A esa hora, los cafés recién abrían y se escuchaba el arrastre de sillas sobre las aceras. Caminé sin rumbo fijo, deteniéndome en detalles que antes no observaba: un gato cruzando entre las bicicletas, una mujer colgando ropa desde un balcón estrecho, la risa temprana de dos estudiantes con mochilas cargadas. Había algo en esas escenas corrientes que me hacía sentir testigo de un mundo más amplio que mis propios pensamientos.

Llegué al mercado sin haberlo planeado. El aire ahí siempre es distinto: mezcla de pan horneado, frutas húmedas y voces que se enciman, casi todas las palabras queriendo salir al mismo tiempo. Caminé entre los puestos, probando una muestra de queso, observando flores en cubetas de metal. Y entonces lo vi: un ramo de narcisos.

No pude evitarlo; me detuve sin querer. Recordé cómo June se paraba siempre frente a esas flores cada primavera, aunque no las comprara. Decía que parecían lámparas diminutas, encendidas solo para quienes se detuvieran a mirar. Yo la miraba a ella, claro, con la seguridad de que la lámpara verdadera era su manera de nombrar lo que tocaba.

El vendedor me ofreció un ramo. Negué con la cabeza y seguí adelante. No era tristeza lo que sentía, sino algo más sereno, como la visita cordial de un recuerdo que entra, saluda y se va sin desordenar nada.

Al doblar una esquina, entre el ruido del mercado, estaba ella.

Fue un segundo, tal vez menos. Estaba a unos metros, caminando en dirección contraria. El mismo paso firme, la misma forma de sujetar la chaqueta con una mano, siempre con prisa y, sin embargo, sabiendo exactamente hacia dónde iba. El cabello le caía sobre un costado del rostro y tuve el impulso inmediato de llamarla. Sentí cómo el corazón me golpeaba en el pecho, descolocado, ignorando que había pasado un año entero de silencio.

Avancé dos pasos. Quise alcanzarla. Pero en cuanto me abrí paso entre la gente, ya no estaba.

Miré alrededor. Solo quedaban rostros desconocidos, voces mezcladas, pasos apurados. Una mujer con un paraguas amarillo, una niña con un globo, un anciano revisando naranjas. Ninguna era ella.

Me quedé quieto en medio del bullicio. Por un instante sentí un desgarrón, una punzada de pérdida. Pero fue breve. Enseguida vino otra sensación, más profunda: la certeza de que, aunque no estuviera allí, de alguna forma seguía acompañándome.

Me recosté contra una pared, cerré los ojos y dejé que el rumor del mercado me envolviera. Pensé en lo extraño que es el recuerdo: a veces se esconde, a veces se disfraza en gestos ajenos, en perfumes en la calle, en una melodía. Y comprendí que esa aparición fugaz —real o imaginada— no era un engaño cruel, sino un regalo. Un recordatorio de que June existe en mí no como herida, sino como presencia discreta que ya no me exige nada.

Abrí los ojos. El sol se filtraba débil entre las nubes, como una constelación velada. Me descubrí sonriendo.

No la había visto, lo sabía. Pero también comprendí que ya no necesitaba verla para reconocerla en el mundo. Ella estaba en los narcisos que se abrían cada primavera, en las páginas subrayadas de un libro, en la manera en que yo mismo caminaba, aprendiendo a habitar la ciudad en silencio.



#2234 en Otros
#494 en Relatos cortos
#5711 en Novela romántica

En el texto hay: rompimiento, separacion, romance

Editado: 11.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.