Los rayos de sol acarician las mejillas de Ivy, siente su calidez en la piel, respira hondo y el olor de las rosas del jardín inunda sus fosas nasales, una sensación de bienestar le inunda, se estira en la cama para quitarse los últimos vestigios de sueño, está feliz, vuelve a ser ella misma, no está cansada, no le duele nada.
Por fin abre los ojos y lo primero que ve es la cara de la extraña mujer de pelo azul mirándola fijamente.
Pega un salto de la cama y se pone en posición de defensa como Greyn le ha enseñado, la observa sopesando sus puntos débiles, no parece muy fuerte y pesa poco, su mejor opción es derribarla y salir corriendo.
— Creía que no te ibas a despertar nunca, llevas una semana inconsciente, demasiado tiempo perdido— su voz suena enfadada.
Ivy no contesta, la observa con desconfianza mientras ella se pasea tranquilamente por la habitación.
— Tenemos mucho que hacer, la barrera ha caído en varios lugares y los exploradores de Fetz están buscándote.
— ¡Vete de mi habitación, loca! La barrera es infranqueable.
Intenta huir pero un viento huracanado la alza hasta el techo, abre la boca para pedir ayuda pero el extraño viento se la tapona, intenta gritar pero por mucho que lo intenta no puede.
— Regla número uno, ten respeto a tu maestro— sus ojos lanzan pequeños relámpagos, la punta de sus dedos van tornándose azules. Mueve la mano derecha con un rápido movimiento e Ivy cae a plomo contra el duro suelo. Una mano de luz azulada le aprieta la espalda aplastándola sin dejar que pueda moverse.
— ¡Suéltame, maldita loca, me estás haciendo daño!— intenta zafarse de la mano pero es imposible.
— Regla número dos, harás lo que yo quiera, cómo y cuando te diga— se sitúa delante y se acuclilla. — ¿Lo entiendes o eres corta de entendederas?
— Tu sí que eres corta de entendederas además de una oink, oink, oink— sus palabras se convierten en gruñidos estridentes de un cerdo.
— Regla número tres, hablarás cuando te dé permiso, que por lo que veo, no será muy a menudo.
Le agarra la cara y se quedan mirándose la una a la otra, desafiándose.
— Tú te lo has buscado— dice la maga, levantándola del suelo y agarrando entre sus manos la cabeza de Ivy.
Los ojos de la mujer se tiñen de oscuridad y aparecen en ellos imágenes de una lucha sangrienta, varias decenas de soldados muertos o moribundos cubren el suelo, hay casas ardiendo, mujeres y niños huyen despavoridos, perseguidos y asesinados sin piedad cuando los alcanzan. Un grupo de hombres intentan detenerlos, no pueden, son arrasados por una bola de fuego enorme que los consume, una ráfaga de viento arrastra sus cenizas cubriendo a los supervivientes que gritan desesperados. Un hombre joven aparece en medio de la destrucción, va vestido con unos pantalones de cuero verde ceñido a sus piernas, una casaca larga de color marrón con intrincados dibujos de lo que parecen ser runas cubre su cuerpo hasta los muslos, su semblante impasible es muy bello, parece esculpido, su blanca piel parece que brilla, sus enormes ojos verdes parecen dos faros en la oscuridad de la noche, su melena color miel ondea por el viento. Algo llama su atención y sus labios herméticos se ladean en un asomo de sonrisa al ver como unos soldados llevan hacia él a un grupo de combatientes enemigos.
Ivy se sobresalta al reconocer los uniformes, son soldados del reino de Phoenix, su peto negro labrado con antiguas criaturas mágicas los hace inconfundibles. Cada una de ellas representa a una ciudad del reino, las hadas a Lakeblue, los unicornios a Montgreen, los gnomos a Mushryn... Así hasta las dieciséis ciudades que lo componen. Un frío hormigueo se extiende por la piel de la chica al reconocer entre ellos a tres hombres con el ave fénix, la criatura que representa a su ciudad, Clodfyre, van maniatados, sangrando por numerosas heridas, a uno de ellos lo arrastran al tener una pierna cortada dejando un reguero de sangre tras de sí. Los colocan delante del joven que parece ser el jefe, éste se acerca a uno de ellos y le pregunta algo, no se puede oír lo que dicen, las imágenes no tienen sonido, el soldado no contesta, está aturdido por un golpe en la cabeza de la que mana sangre viscosa, en la mano del joven de los ojos verdes aparece una espada traslúcida del mismo color de sus ojos y le corta la cabeza de un tajo. Pregunta al siguiente, tampoco le contesta, la espada se convierte ahora en una lanza con la punta aserrada, Ivy puede sentir el sonido al desgarrar la carne, quiere gritar pero de su boca no sale ningún sonido. Intenta cerrar los ojos, no ver lo que va a suceder a continuación, pero no puede, una fuerza invisible le sujeta los párpados.
— Si no quieres escuchar, tendrás que verlo— oye la voz de la maga.
El desconocido sigue preguntando y asesinando, le llega el turno a un ave fénix, éste levanta con orgullo la cabeza, Ivy se queda sin respiración al reconocer a Greyn, tiene su hermosa cara llena de golpes, un ojo lo tiene cerrado por la hinchazón, le cuesta respirar, con una mano sujeta su costado, debe tener una o varias costillas rotas.
No es él, no puede ser él, repite en su interior, él está aquí en la sala de curación del castillo, es una ilusión de la bruja, porque ahora está segura de que es una hechicera.
— No es una ilusión, ocurrió ayer, aunque todavía no ha llegado la noticia— parece leer su mente— Observa y aprende.
No quiere creer que es él, pero lo es sin duda, el tatuaje de su nombre en el idioma antiguo en el dorso de su mano se lo confirma. Es Greyn y va a morir porque no va a responder al asesino, lo conoce, nunca traicionaría a sus compañeros. El asesino pregunta, su amado lo mira con orgullo, desafiándolo con la mirada y no dice nada. Su ejecutor pone las manos en la cabeza de Greyn, una nube verdosa sale de ellas y lo va cubriendo por entero hasta que solo se ve niebla verde, luego abre su boca y sopla suavemente, la bruma desaparece con una explosión y el cuerpo de él cae muerto al suelo. Su ojo abierto sin vida mira a Ivy, una expresión de dolor deforma su inerte rostro.
La bilis sube por la garganta de la chica y le entran arcadas, la visión o lo que sea desaparece, siente que ya puede moverse y sale corriendo hacia el baño dónde vomita todo el contenido del estómago. La mano fría de la maga sujeta su cabeza mientras murmura palabras que no oye porque solo puede ver la muerte de él una y otra vez. Las lágrimas no le salen, están congeladas como su corazón, el dolor oprime cada fibra de su ser.