Un hombre maltrecho y agotado ascendía por los nevados senderos de un territorio que, pese a no sonarle en absoluto, le tranquilizaba. En ocasiones, cuando sus fuerzas flaqueaban y pensaba que caería derrumbado a tierra, una niña aparecía a lo lejos señalándole con su pequeño dedo la dirección a tomar.
Tras un largo ascenso, se encontró ante una llanura en cuyo centro se alzaba una cabaña de madera iluminada de modo tenue. A duras penas logró acercarse a ella hasta desplomarse en su cobertizo.
Cuando abrió los ojos, se encontraba tumbado en una cama individual. El ambiente era cálido.
– Hola, Hombre. – La voz lo sobresaltó. Trató de enfocar su vista hacia la figura que yacía sentada frente a su cama. Se trataba de un hombre mayor, desgastado, curvado sobre sí mismo.
No se preguntó cómo sabía su nombre. Simplemente trató de erguirse, todo le dolía.
– Me llamo Anciano. Eres bienvenido en mi casa. Puedes reposar aquí tanto como necesites. – Anciano posaba su mirada sobre él, con una sonrisa amable en los labios. – ¿Qué te trae por aquí? – Preguntó Anciano, sin dejar de mirarle.
– Años de sufrimiento. Es todo cuanto recuerdo. – Respondió Hombre quejumbrosamente.
– ¿En serio? – Anciano lanzó una pequeña y débil carcajada al aire. – Tienes pinta de estar absolutamente desencajado, Hombre. Cuéntame algo más acerca de esos dolorosos años.
Hombre cerró los ojos, y comenzó a explicar la desalentadora historia.
– Recuerdo un inicio tan brillante como la más espléndida de las estrellas. Un plan de futuro en el que unir todo lo que estaba despedazado en vida, forjarme un futuro impoluto y construirme a mí mismo con el mayor de los mimos y cuidados. Tras eso, fui recibiendo golpes sin pausa alguna. Me echaron de mi primera universidad, donde malgasté mi tiempo tratando de que una persona que padecía esquizofrenia y yo pudiésemos coexistir en una especie de romántica simbiosis que definía mi concepto de amor utópico. Más tarde me reenganché a mis estudios en un año donde conocí a algunas personas importantes para mí, pero acabé por despegarme de todos ellos. Conocí a una agradable chica con la que me monté una vida con la ayuda de nuestros padres, pero la ecuación seguía sin funcionar estable.
Las palabras brotaban de la boca de Hombre con cierto desorden, pero Anciano asentía, invitándole a continuar.
– La rabia reprimida por ver como mis objetivos vitales eran tan inalcanzables como irreales causaba mella en mí, pudriendo mi interior progresivamente. Beber alcohol comenzaba a ser más un medio para extirpar durante un tiempo todo ese mal que otra cosa, y comencé a hacer cosas que jamás había pensado que llegaría a hacer. Obligaba a un animal a bajar escaleras contra su voluntad o hacerlo volar por los aires mareándolo como si de una obsesión se tratase, o me trataba de relacionar con mujeres por el mero hecho de estar acompañado, dibujando ya sin ton ni son la estrella de mi utópico amor imperecedero a propias y a extrañas.
En un momento de ese proceso, al inicio, acepté un trabajo de mi querido tío, padre de mis más queridos primos, inmerso en el caos que suponía para mi ver a mi abuelo en la antesala de la fase terminal de un cáncer. En ese trabajo se combinaron una huelga ferroviaria, doce horas de jornada nocturna y un lugar horrible para hacer de mis días y noches un infierno mental al que sucumbí cuando comencé a ver cosas como sombras de niñas tarareando canciones, mujeres escalando techos o vagabundos arrastrando cadenas fregándome el hombro al pasar.
– ¿Visiones? – Preguntó el Anciano, interrumpiendo el acelerado discurso de Hombre.
– No lo sé. El caso es que acabé diciéndole a mi propio tío que era un traidor hacia su madre, hacia su hermana y hacia mí. Las primeras dos acusaciones las llevaba gestando toda una vida en la que me había dedicado a recolectar la mierda de la historia familiar. La otra, tal y como me sentía, se la escupí. Fue el fin de mi relación con él y, con el paso del tiempo y la muerte de mi abuelo, también con mis primos. Un golpe que no esperaba, más aún cuando mi objetivo raíz se basaba en la unión masiva.
– Pero fuiste tú quien propinó el golpe. – Comentó Anciano.
Hombre estalló en ira.
– ¡Ellos llevaban años torturándome! Se aprovechaban de mi energía positiva, me la robaban constantemente.
– ¿Qué hiciste ante tales circunstancias?
– Sucumbí durante meses a un abismo que parecía no tener fin. En una última ola de energía dejé Barcelona y acabé compartiendo piso en Sabadell. Mis sueños estaban desfigurados. Me puse a trabajar en un bar, y aunque en un principio lo combinaba con los estudios, con el paso del tiempo fui sintiendo como caía más y más en el abismo. Cada vez pasaba más horas en el bar, no solo trabajando, y recurría al alcohol para tratar de mantener viva cierta hoguera que siempre había imaginado tener en mi interior, el generador de toda mi energía. Tras un tiempo conteniendo con mayor o menor éxito un descontrolado torrente de lágrimas, sufrí una transformación.
Editado: 02.01.2019