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–¡Oscar!– escuché bruscamente –¡Vamos, amigo! Ya son las nueve de la mañana. ¡Acabó la fiesta, vete ya!
Con los ojos enrojecidos por el cansancio del desvelo y la noche de juerga, me levanté bruscamente y observé el reloj. ¿Qué había pasado anoche?
–Yo tampoco estoy seguro de qué hacemos aquí– respondió mi amigo y compañero de trabajo Monroe, mientras el dueño de la casa, un viejo conocido agente de viajes, poco amigo de nosotros, llamado Owen, nos miraba con desaprobación –Salimos de la oficina a las siete, como siempre, pero por alguna razón tú no querías regresar a tu casa, así que…
Entonces lo recordé todo.
–Así que ustedes vieron que había una fiesta en mi casa y se colaron– dijo Owen, sentándose en el sillón donde yo me había encontrado durmiendo minutos antes y sobándose una lacerada rodilla.
–Lamentamos habernos metido sin avisar– se excusó Monroe buscando sus pantalones –Espero no haber estropeado mucho la fiesta.
–No te preocupes– respondió el dueño de la casa, aún sobándose la rodilla raspada –Mi hija ya tendrá otras bodas donde se la pueda pasar bien sin que un par de borrachos tiren el pastel a la alberca.
–Lo siento– dijo mi amigo.
–No me molesta tanto– respondió el hombre, volteando súbitamente hacia mí –Al menos no tanto como que me agarraras a patadas cuando traté de despertarte, muchacho.
Entonces era por eso que mis intentos de correr de aquella criatura habían sido en vano. ¡Todo había sido un sueño! Pero entonces…
–¡Tengo que llegar a mi casa!– solté, sin detenerme a escuchar el resto de las explicaciones del agente de viajes. –¡Gracias por todo!
Estaba realmente agradecido por esa segunda oportunidad. Había sido una imprudencia de mi parte el haberme ido a una fiesta en jueves y ahora lo estaba pagando con la impuntualidad en el trabajo. Pero aquello no me importaba. Ya me reportaría enfermo más tarde. Lo único que me importaba en ese momento era asegurarme de que nada había sucedido en verdad. ¡Había sido un sueño tan real! Tenía que saber si se había derramado más líquido, y si era así, ¿qué tan grave sería? ¿Se volvería realidad mi sueño si los desechos tóxicos continuaban su curso? Por otra parte, ¿qué tal si lo del contenedor de desechos también había sido un sueño? ¿Qué tal si para mi fortuna, nada de este espeluznante episodio había sucedido en realidad?
Para cuando llegué a mi hermosa casa, no pude evitar sonreír al percatarme de mi maravilloso frente adornado con un bello jardín floral y árboles frutales de todo tipo. Mi pequeño paraíso del Edén en medio de la ciudad. En mi jardín había también bancas, una gran fuente con la imagen de un león de bronce macizo, lámparas y adornos de temporada, así como una hamaca perfectamente colocada bajo la sombra de dos robustos árboles, y una mesita metálica donde habitualmente colocaba mi periódico y mi bebida.
Hasta ahora todo lucía bien. ¿Tendría la suerte de subir al baño de mi segundo piso, y darme cuenta de que no había ninguna mancha de fluidos viscosos? ¿Encontraría a Simona preparando el desayuno, pensando que decidí tomarme el día por un resfriado y que por tal motivo no había bajado pasadas las nueve y media de la mañana?
Mi primera desgarradora sorpresa fue darme cuenta de que no había ninguna Simona. Para mi infortunio, la olla derramada seguía reposando en la cocina, con los fideos ahora secos, pegados al suelo, como testimonio de que nadie de había parado en esa alacena en más de 24 horas. Aquello no podía ser más que la peor de las señales de condenación. Todo había sucedido en verdad.
O tal vez no. Tal vez todo a partir de la renuncia de Simona había sido una pesadilla, misma que relacioné con mi fantasía del contenedor de desechos radiactivos. Posiblemente (y era lo que esperaba de todo corazón) había mezclado ambos recuerdos y todo había sido un sueño. ¡Tenía que serlo! Algo tan desagradable no podía haberme sucedido en la vida real. ¿O sí?
La devastadora verdad me cayó como un balde de agua helada cuando observé apuntado junto al teléfono el número que podía recordar, pertenecía a la oficina de la planta química. ¡En verdad había sucedido!
Y esto era aún peor. Si realmente había caído un contenedor de material radiactivo en mi azotea la mañana anterior, ¿Qué tanto fluido habría goteado desde entonces? ¿Se habría convertido ya mi baño en ese repugnante río de pestilencia que había aparecido en mi pesadilla?
De pronto sentí un miedo intenso al recordar mi sueño parte por parte: las burbujas, mi cuadro, las pantuflas, los peces, y finalmente el escalofriante ser que vivía en el fondo del contenedor.
Sí, todo había sido un sueño, pero, ¿qué posibilidades había de que se convirtiera en realidad?
Las manos me temblaban cuando me aproximé al baño. Descubrí con pavor que no había oscuridad, sino el esperado, aunque temido fulgor verde que sabía me estaría esperando.
¡Era oficial, esto era muy real! Cubrí mi nariz con la corbata al sentir el penetrante y fétido olor de aquella mezcla venenosa y retrocedí, mareado y dándome cuenta de que no había nada en mi estómago y me faltaban las fuerzas. Sosteniéndome como pude, llegué hasta el rincón del vestidor, pero no fue necesario agacharse para descubrir cuánto había crecido la apestosa mancha era tan grande como una mesa de centro y había rodeado completamente el baño.
Editado: 27.04.2020