La Ciudadela de los Arcanos

Capítulo 1.

Despertó jadeando y sudando.

Mirah se sentó tan rápido que el rápido movimiento la hizo marearse un poco. Su primera visión fue la de una pared de piedra grisácea a por lo menos cinco metros de ella. Estaba en una habitación escasamente iluminada hecha del mismo material. Sus manos fueron conscientes del mullido colchón en el que había estado durmiendo.

¿Katria? Se preguntó.

La buscó con la mirada, pero todo lo que veía era el contorno de una puerta a su derecha y un gran ventanal a su izquierda, por el cual entraba luz nocturna. Todo lo demás era indistinguible en la oscuridad.

Demasiadas imagines, dolorosos y difíciles recuerdos que no tenían nada que ver con la tranquila habitación en la que estaba. Demasiado mullido y suave… ¿Dónde estaba? Inspeccionó de nuevo la habitación, al lado derecho de la cama vio una silueta, entornó los ojos, esforzando la vista, era un velador. Había algo ahí, más siluetas, palpó un vaso y un plato. Los tomó y los movió a la cama, donde la luz blanca de la noche logró iluminarlos.

Agua y un racimo de uvas. Alguien lo había dejado ahí para ella. El hambre y la sed la desbordaron. Consumió las uvas y bebió el agua tan rápido que llegó a atorarse. ¿Cuánto tiempo había dormido? No sabía ni donde estaba.

Tampoco llevaba puesta ropa que recordase, en su lugar tenía un delgado vestido de seda, tan fino y suave como las sabanas de la cama. Se ruborizó al pensar que alguien le había quitado la ropa, pero… ¿Por qué?

Llevó la mano izquierda a su sien. ¿Qué era lo último que recordaba?

Las lágrimas brotaron de sus ojos al recordar a Katria muriendo. Desangrándose frente a sus ojos sin poder ayudarla, sin saber cómo ayudarla. Recordaba… a un encapuchado, la niebla y la espada de Katria siendo recogida del piso por ese bastardo.

Tantos esfuerzos, tanto dolor y no había sido capaz de salvar a nadie. Pero alguien si había salvado a Mirah ¿Cómo lo había hecho? ¿Había alguien más vivo? Era mejor no tener esperanza, no ilusionarse, después de todo, lo que ella pensara o creyera no iba a cambiar lo que había sucedido.

Suspiró y el cansancio se apoderó de ella. Como un encantamiento al que era imposible resistirse, sus parpados le pesaron como si fuesen de plomo y se desplomó en la cama, durmiéndose una vez más.

 

Despertó llorando y gritando.

Cuando se calmó, se dio cuenta que estaba en la misma habitación, solo que la luz del día iluminaba el lugar a través del ventanal.

¿Había sido un sueño?

Miró hacía la puerta, recordaba abrirla, recordaba un pasillo sin fin de oscuridad. Recordaba también los cadáveres de Katria y Castor, moviéndose y persiguiéndola hasta matarla en una oscuridad total. Se dijo a si misma que había sido solo un sueño, se lo repitió hasta que se respiración se normalizo, pero no acabó de creerlo.

Katria ya estaba muerta, no tenía esperanza de haber sobrevivido, pero ¿Y Castor? La único que le decía que el cadáver del muchacho no quería acabar con ella, era que no lo había visto morir y, en consecuencia, podría estar vivo aún. Había sido su amigo y la había ayudado demasiado en las primeras semanas en el fuerte. Mirah no sabía que hubiese sido de ella sin él, o, mejor dicho, no quería ni imaginarlo.

Fuese como fuese, la respuesta la hallaría abriendo esa puerta. Puso un pie fuera de la cama y se descubrió temblando, no sabía si era el miedo y la ansiedad que sentía o si era lo entumidas que sentía sus extremidades, probablemente ambas. Con la punta del pie sintió la felpuda alfombra negra que tapizaba todo el suelo de la habitación.

Tranquilízate, este lugar se ve demasiado bueno. Si hubiese alguien o algo peligroso al otro lado, ya no estaría viva… o al menos estaría encadenada. Pensó.

La puerta estaba lo suficientemente lejos para que Mirah diera varios pasos hasta llegar, pasos en los que recobró su estabilidad, se volvió a mirar la ropa. El vestido era casi trasparente, se sonrojó, pues no llevaba nada debajo y si ella miraba con cuidado podía ver su piel bajo la seda.

Había cosas más acuciantes, sus amigos. La espada, Katria, y su propia vida. Pero se descubrió siendo tan pudorosa que se sintió hasta estúpida ¿Que era estar desnuda cuando había tantas cosas en juego? Cruzó los brazos cubriéndose los pechos, sujetó el pomo de la puerta y suspiró profundo.

La puerta abrió sin dificultad.

Tras esa puerta había otra habitación, una tan grande que lo único que había visto que podía hacerle sombra eran los comedores comunes del fuerte. Pero acaba solo había una mesa, era grande y redonda con doce sillas a su alrededor. La habitación estaba alfombrada, la misma alfombra negra.

Se asombró al ver tantos libros, los muros, hasta sus dos primeros metros estaba cubiertos de estantes. Y en el techo, colgando a tres metros y medio, un enorme candelabro.

Caminó lento hasta la mesa. Tan desorientada que no se percató de la persona leía ahí. Cuando se dio cuenta que estaba ahí, lo quedó mirando. Cabello lo suficientemente largo para que se formaran rulos en los cuales las canas habían tomado la mitad de su cabello castaño. Pencas y arrugas, era mucho más viejo de lo que recordaba, pero no podía ser otra persona.



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En el texto hay: accion, magia, epico

Editado: 18.03.2020

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