La Ciudadela de los Arcanos

Capítulo 4.

¿Cómo pude ser tan ingenua? Se preguntó Mirah mientras hundía su cara en la mullida almohada.

Por eso seguía viva, por eso no la habían matado a pesar de estar en un lugar que no debería, haber matado a varios soldados del reino, solo porque su padre tenía la suficiente autoridad para evitar que otros la matasen. Una parte de ella le decía que debía agradecer su suerte, pero otra, y la que gritaba con más fuerza en su cabeza, solo tenía odio y repulsión para su padre. ¿Cómo era posible que estuviese detrás de todo?

Aun así, estaba tendida en esa cama ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Rebelarse y negarse a cualquier tipo de atención? ¿Con que sentido?

Solo quiero hacer un berrinche pensó llena de rabia.

Solo quieres disfrutar de los lujos que nunca tuviste le dijo la voz en su cabeza. Puedes intentar matarlo, por tus amigos, por Katria. Seguro tendría un cuchillo, y su padre tenía claras intenciones de compartir con ella, era una posibilidad, matar al causante de todo. Quizá no mejorase nada, pero era lo único que le podía ofrecer al recuerdo de Katria, una venganza.

¿Y luego qué? ¿Qué podía arreglar así? Nada, solo iba a morir. Aquellas ideas la atormentaban, no sabían si eran dudas validas, o si solo era el miedo a morir. No quería morir.

Pero no puedes vivir con él.

Entonces la puerta se abrió. Rápidamente se volteó y encontró la expresión confundida de Elise que la miraba fijamente, solo entonces fue consciente de que había estado llorando, que su cara debía estar hinchada y sus ojos rojos.

—He traído comida, frutas y pan que te envía tu padre —dijo Elise—. Está en la mesa, tu padre ha asegurado que esta noche sí que podrá acompañarte. ¿Desea algo más?

Mirah bajó la mirada y negó con la cabeza.

—Entonces me retiro.

Sintió un arrebato de rabia con la sirvienta ¿Cómo era posible que la viera en ese estado y no se inmutara? Pero pronto comprendió que no era problema de Elise lo que sintiera. Se había acostumbrado a que la gente que la rodeaba se preocupara por ella y ella por el resto. Había olvidado muy rápido que la gente no tiene tiempo ni interés para los problemas ajenos.

Pasé hambre cuando empecé, nadie de Mercel me tendió nada.

 

Miran consideraba que aquel lugar era fascinante. Todos los días, Mirah creía que, a la misma hora, cuando la luz del día empezaba a decaer, entonces los candelabros que colgaban del techo se prendían sin más. No había olor a que se estuviera quemando una vela, ni nada. Solo luz, eso era extraño. Habían sido dos días absolutamente abrumadores, así que no lo notó hasta entonces, mientras aguardaba a que su padre llegara, descubrió que aquellas cosas no eran candelabros. Al menos no como los conocía, sino que en lugar de velas tenían esferas de cristal, y del interior de estas salía la luz.

Por otro lado, estaba el agua calienta que salía de la bañera, con solo accionar una palanca. Era imposible que hubiese alguien calentando el agua todo el tiempo, menos aún que estuviesen justo en el instante en que Mirah quisiese bañarse. Bueno, esperaba a su padre, tendría algunas respuestas y quizá, también una oportunidad.

Y la puerta se abrió.

Su padre entró, vestido con una aparatosa túnica purpura decorada entre otras cosas, con hombreras negras de bordes dorados. Mirah lo observó, desconcertada ¿A que iba esa ropa tan rara? En el primer encuentro que habían tenido, su padre llevaba ropa normal, muy refinada, sí. Pero ropa que podría llevar un noble cualquiera, ahora era diferente.

El hombre se sentó y cruzó sus dedos, apoyando los brazos en la mesa y le dirigió una indescifrable mirada a Mirah que lo observaba de pie, tras la silla opuesta.

—Lamento haberte hecho esperar tanto —dijo su padre con total calma—. Elise traerá en unos minutos la comida, estoy seguro de que te sorprenderá, para bien. Dime ¿Has estado cómoda acá? ¿Elise te ha tratado bien? ¿Te falta algo?

Mirah espabiló y se sentó en la silla, estaba muy alejada de su padre, esa mesa era enorme.

—No sé —dijo Mirah, titubeando—. La comida que me trae ha estado bien, y todo, realmente no esperé algo así.

Tonta se dijo así misma. Lo has disfrutado, no tienes que ocultarlo. Tampoco tienes que ser tan tímida y cohibida si lo quieres matar.

Tengo que ganar su confianza.

Su padre sonrió, las líneas en su rostro lleno de pecas se marcaron. Se estaba haciendo viejo.

—A Mara también le costó acostumbrarse en su momento…

—¿Mamá? —interrumpió Mirah con palabras cargadas de rabia—. ¡Está muerta!

El rostro de su padre se ensombreció.

—Lo imaginaba —dijo.

—Lo siento —dijo Mirah a regañadientes—. ¿Qué pasa con mamá?

—No importa, solo me recordaste a ella y a su hermana. Pero no creo que sea un buen momento para hablar de ello, ahora no.

Y probablemente nunca se dijo Mirah al mismo tiempo que maldecía su arrebato. Le iban a contar algo, algo sobre su madre, algo que quería saber y lo había echado a perder. Así no lo iba a poder matar. Entonces entró Elise, empujando un carro con bandejas cubiertas por capsulas de cristal.



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En el texto hay: accion, magia, epico

Editado: 18.03.2020

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