No existe cuestión más dolorosa que el retomar un viejo habito, cuando de deporte y ejercicio se trata. ¡Jodida tendencia mía al sedentarismo! Esta semana me prometí volver a aquello que tanto me hace bien, correr por las mañanas; una confirmación de que casi siempre eso que nos hace bien, no siempre nos gusta y así, también en viceversa en el sentido contrario como diría una reina de belleza.
Es que esa sensación de tu sangre circulando con ganas por todo tu cuerpo, así oxigenándose, mas esa bendita carga de energía renovándose en tus células es simplemente espectacular, lo que viene después…. Emmm no tanto.
Cuando estás retomando la costumbre de ejercitarte, eres al principio más cansancio que persona y, es ahí, en ese doloroso lapso que me encuentro ahora. La alarma de mi celular suena indicándome que he cumplido mi meta diaria de kilómetros, al confirmarlo, me detengo y cambio el ritmo del trote por una caminata, pero rápidamente me veo obligada a detenerme tomando grandes bocanadas de aire por que siento que mis pulmones queman y respirar duele.
—Dale enfermerita, no seas exagerada que sólo trotaste por unos cuarenta minutos. ¡No te podés estar muriendo tan rápido! —René sigue enérgica trotando en su puesto mientras me extiende una botella con agua, yo decido prácticamente arrastrarme hasta una banca—. Bué, ¿para qué me gasto? Esperá a los chicos acá que a mí aún me faltan unos tres kilómetros más. Si no llegan mientras recuperás el aliento, mejor volvete a pata que seguro los encontrarás por ahí, tirados en algún lado. ¡Nos vemos más tarde!, asegurate que lleguen a tiempo —grita moviendo sus manos cual reina de belleza despidiéndose. Esa mujer ni siquiera transpira.
Lentamente me deslizo por la banca hasta caer sobre el pasto, estiro mi cuerpo y me dedico descubrir figuras en las nubes, eso me ayuda a controlar mi patrón respiratorio. Hace unos días me mude nuevamente a la casona de Tahiel, su agente —no él sospechosamente—, insistió que era parte del contrato, pues según Méndez debo estar cerca para vigilar que cumpla con el tratamiento. La verdad es que esta vez, puse cero resistencia, al final de cuentas era hospedaje gratis; Tahiel me ofreció un monoambiente en la parte trasera de su casa, así podía tener un poco de privacidad, un ambiente libre de él había dicho entre risas.
Yo ni corta ni perezosa acepté, antes estuve mirando opciones con René y cada vez que mencionaba algún lugar que se ajustaba a mi prepuesto mi compañera de cuarto temporal decía que solo la mención del lugar le daba escalofríos. Dejo de pensar en el asunto y terminando de beber las ultimas gotas de la botella, mis esponjosas nubes son remplazadas por caras sonrientes y sudorosas, parece que finalmente Dom y Tahiel me encontraron.
—No existe cosa más sensual que la visión de una mujer descansando después de ejercitarse, o ¿no compañero? —dice Dom con tono de burla mientras codea a Tahiel quien, evidentemente incómodo, prefiere no responderle en absoluto—. ¿Acaso no piensas responderme? —insiste mi amigo resaltando lo obvio.
Deslizo mi mirada hacia Tahiel, que con una sonrisa asomándose por sus labios se dispone a contestar, decido no permitírselo, me niego a escuchar uno más de sus espectaculares comentarios.
—Qué cosas preguntas Dom, él no reconocería una mujer verdaderamente sensual, aunque se le paseara por la cara —hablo mientras extiendo mis manos pidiéndoles ayuda para levantarme—, ya sabes entre gustos no hay disgustos.
Desearía nunca haber dicho eso ¡Oh Soledad!, tú nunca aprendes.
Esta vez es Tahiel quien empuja a Dom, para luego ofrecerme sus manos para levantarme, entrecierro mis ojos mirándolo con desconfianza, pero él muy estúpido tiene una sonrisita de inocencia, de esas que desarman suposiciones por completo; al final termino aceptando su ayuda. Con un apretón fuerte me pongo en pie, pero él como siempre juguetón no sabría decir cómo se las arregló para que al final mi brazo quede detrás de su cuello, tratando de hacerme imitar una desastrosa posición de tango.
—Mido la sensualidad de una mujer en un lento baile de tango —murmura justo en mi oido, mientras yo intento recuperar mi espacio personal sin gran éxito al percatarme de que estamos en lugar público—, entonces ¿te animás?
Bueno me gustaría negar lo siguiente, pero en realidad me quede alelada al ver como sus bonitos labios articulaban cada palabra. Como si no fuese suficiente, mi mente traicionera me llena de flashes de aquel beso que nos dimos en el aeropuerto. Me es imposible determinar cuánto tiempo nos quedamos mirándonos el uno al otro, midiendo nuestras respectivas reacciones hasta que un fuerte carraspeo hace que nos separemos de golpe.
—¿Alguien me puede decir qué pasa acá? —pregunta Dom con un tono de voz demasiado agudo para mi gusto—, si saben que ustedes son como hermanos para mí y que esto sería una especie de incesto. ¿Saben siquiera que me causa el solo pensamiento?
Entre todos nos miramos las caras, Domingo parece un policía que ha agarrado un par de delincuentes con las manos en la masa. Ni Tahiel no yo decimos palabra.
—Pues ya que no van a decir nada… ¿saben qué? —agrega mientras coloca en jarra sus brazos como exigiendo respuestas —¡Me encanta! —grita súper emocionado tomándonos por sorpresa.
El solo gritillo hace que reaccione.
—No te hagas ideas, Dom —digo soltándome del agarre de Tahiel—, debo estar demasiado fatigada. Tú —digo refiriéndome hacia el otro individuo que hace un gesto como si no se tratara de él y estuviese refiriéndome a alguien más.