Hacía dos días que llovía sin parar. Típico de cuando el verano empieza a despedirse para traer el otoño que tiñe de amarillo los arboles de la ciudad. El problema es que ahora, Córdoba en Otoño, no es tan linda como dice la canción.
Los truenos se hacían escuchar con fuerza esa noche. Gastón tenía una linterna que prendía cada cierto tiempo para ahorrar batería. A su lado, en el pequeño depósito que tenía apenas cinco por tres metros, lleno de estanterías con cajas de mercadería y algunas otras cosas; reposaba Carolina. Gastón le tocó la frente. Tenía fiebre, igual que en las últimas diez horas por lo menos. Al principio pensó que había sido mordida, así que en un momento que ella dormía profundamente, se puso a revisarla.
Se sentía raro, le gustaba mucho; pero a su vez, dudaba en revisar el cuerpo de su compañera por miedo a que ésta despertase y piense que se estaban propasando con ella. Sin embargo, el instinto de conservación fue más fuerte. Debía asegurarse que no tuviera un potencial zombi dentro atrapada junto a él.
Encendió la linterna y comenzó por sus piernas. Lentamente iba palpando desde la altura de los tobillos hacia arriba. Carolina tenía puesta una calza de color negra, bastante ajustada que le quedaba realmente bien. Podía presumir de tener unas piernas bien torneadas y estilizadas. A Gastón, esto lo excitó.
Llegó hasta sus caderas y siguió palpando. En su boca tenía la linterna de bolsillo con la que constataba que no hubiera heridas. Carolina se movió lentamente, quejándose entre sueños. La fiebre había aumentado en la última hora, sudaba y hablaba mucho entre sueños.
A Gastón, todo le parecía irreal. Nunca había tocado así el cuerpo de una mujer, al menos no en esas circunstancias. Siempre tuvo ciertas fantasías y su incapacidad de relacionarse con los demás por una timidez que rozaba lo absurdo; le impidieron tener una relación estable. Entonces, para saciar sus instintos, que muchas veces iban más allá que el simple acto sexual, recurría a un caro servicio de acompañantes que lo tenía como cliente selecto.
Le palpó el torso, comenzó desde su panza y fue subiendo lentamente. Para sus adentros, se justificaba en la necesidad de no pasar nada por alto debido a la oscuridad; pero a su vez, lo disfrutaba. Tocó sus pechos, suaves pero firmes a la vez. No usaba corpiño y eso le aceleró el corazón aún más. Tenía que controlarse, él sabía controlarse.
Llegó hasta los brazos, primero uno, después el otro. No había encontrado heridas todavía. Tocó su cuello, su cuero cabelludo. La cara era más visible, sin embargo la palpó igual. Pasó su mano por sus mejillas, si frente, su nariz… llegó hasta su boca. Sus labios eran normales, ni muy finos, ni muy carnosos; pero los encontró tremendamente sensuales. Con su dedo acarició su labio inferior, luego el superior. Quiso besarla. Se contuvo.
Se alejó de ella y volvió a sentarse contra la pared, abrazando con sus dos brazos las rodillas. Afuera la lluvia seguía cayendo, pero pareciera que poco a poco amainaba. Los truenos, al menos, se escuchaban ya lejos. Los que aún se sentían cercanos, eran los zombis. Gastón no podía precisar si era por la lluvia o porque aún sentían la presencia de ellos encerrados en el depósito; pero al parecer no se habían movido de dentro del mini mercado. En un momento, el día anterior, el ex policía quiso abrir la puerta para saber cuántos habían quedado y a poco estuvo de cometer un error, cuando un muerto que estaba cerca de la puerta lo vio y comenzó a rugir empujando para ingresar al depósito. En esa ocasión, Duarte pudo divisar, a simple vista, al menos 8 de esas cosas en poco espacio.
Estaban atrapados, de eso no cabían dudas. Dos días atrás, cuando tuvieron que encerrarse en el depósito, Carolina había entrado en una crisis de nervios. No paraba de llorar, pareciera que todo lo vivido desde que el mundo se fue al carajo, eclosionó en ese momento. Ni siquiera en el episodio anterior donde Gastón salvo a las dos mujeres, se la pudo ver tan contrariada. Como a todos, existe un momento donde la situación sobrepasa la capacidad normal de tolerar las cosas. Ese fue el momento de Carolina. Estuvo por lo menos dos horas seguidas de llanto tras llanto, con algunas pausas. Gastón intentaba calmarla, aunque no sabía bien cómo hacerlo. Le alcanzó su pañuelo (si, lleva pañuelo en medio del apocalipsis mismo) para que se secara las lágrimas. Le ofrecía agua, que ahora había en abundancia en el depósito, junto con algo de comida.
Editado: 19.06.2018