Palacio Leonor, habitación del emperador.
El sastre ajustaba el dobladillo del pantalón del Emperador, con cuidado pasaba finas puntadas en la tela negra.
Clyde mantenía sus manos juntas frente al espejo, en una de esas manos brillaba el anillo de matrimonio. Una obsidiana tallada y adornada con diamantes engastados, prueba de que su corazón le pertenecía a la emperatriz. Y en la otra descansaba el anillo que le confería poder como Emperador.
El asistente principal observaba con disimulo los anillos, simples accesorios que otorgaban un poder a quien los usara.
Un poder tan deseado que era incluso envidiado por muchos reinos, por eso los reinos más cercanos al imperio enviaron a sus herederos con la esperanza de unirse a ese poder. El resultado fue el menos pensado, una abdicación y un príncipe muerto.
Lo que el Emperador no sabía era que sus días estaban contados. Su mirada tranquila era la prueba suficiente de que no estaba advertido del conocimiento de la emperatriz sobre su aventura. Ni de la muerte de su amante.
—Zyan, deja de mirar así mis manos te puedes quedar ciego— Se mofó el Emperador. Zyan lo dejo pasar, después de todo era su ultimo día con ese poder— Si tanto los quieres muere y renace como yo en la próxima vida.
—No me atrevería a eso, majestad—Dijo agachando su cabeza.
—Si no fuera por ella no estarías aquí, insolente—Lo reprendió por haber omitido la palabra “imperial” de su disculpa. Algo que Zyan hacia muy seguido por que no veía nada de imperial él—. Lo bueno es que ya no tendrás que estar a mi lado después de este día.
Los dos se miraron sabiendo que estaba prohibido establecer contacto con personas de rangos diferentes. Era una pelea silenciosa, uno de los dos ya había perdido de antemano sin saberlo.
El sastre anuncio que había acabado y que ya todo estaba listo para usarse y la pelea se dio por terminada.
Zyan miro lo que tenía enfrente.
Un hombre de buen ver vestido de negro, porque eso le daba un poco más de credibilidad ante los rumores de un abandono de la Emperatriz, un saco largo de la parte de atrás que estaba hecho con las mejores telas de Tempert, ni su esposa utilizaba esas telas por lo difícil que era trabajarlas y por el coste que producía crear una pieza de ese tamaño. Medallas que se colgaban en su pecho, cada una otorgada por un mérito diferente. La más grande era una de color azul, un lirio estaba grabado en pequeño.
Antes solo vestía de forma casual, pero antes era una persona admirable. Abandono por completo el apoyo que le otorgaba su apellido y consiguió un título por su cuenta, compitió contra dos príncipes siendo solo un lord y pese a todas las adversidades consiguió quedarse con la mujer que amaba y con el trono.
Solo que la mujer que “amaba” no era su actual esposa.
El asistente apretó con más fuerza el cojín donde descansaba la corona que llevaría hoy. Era pesada por todas las joyas que se le agregaron por orden del Emperador.
<<Si no muere a manos de la Emperatriz, esta corona lo matara>> pensó Zyan.
Acabada la perfilaría, tomo la corona y se la coloco en su cabello. Zyan junto con los demás sirvientes en la habitación tuvieron que hacer acopio de toda su voluntad para no reírse ante semejante imagen.
Destacaba más su cabeza por la extravagante la corona que por todo su atuendo. El emperador parecía no darse cuenta de que su imagen era una burla paro todos los presentes y pensó que su silencio significaba que la corona reafirmaba su imagen de poder y riqueza.
Satisfecho con su equivocado análisis se preparó para salir a encontrare con la mujer que había contraído nupcias. Sintió el estómago revolverse ante la idea de que su amante y ella podrían encontrarse, pero relego el sentimiento hasta lo más lejano de su mente. No pasaría nada, había pasado mucho tiempo y no había indicios de que la Emperatriz supiera algo.
Cuando él salió de la habitación; primero que todos por el protocolo, Zyan se quedó con la jefa de limpieza y con los guardias que custodiaban temporalmente la habitación.
—Empaquen todas las pertenencias del Emperador, luego les diré que hacer con ellas—. La jefa de limpieza y los guardias compartieron una mirada confundida—. Ordenes de su majestad imperial, la Emperatriz.
—Entendido su excelencia— Zyan siguió al Emperador, satisfecho con su trabajo.
Los guardias y los sirvientes cuchicheaban con un rostro alegre, un nuevo chisme correría en esta parte del palacio.
El ala de la emperatriz estaba siendo sacudida por unos extraños pendientes y en el ala del emperador la mayoría se alegraba por que creían equivocadamente que la emperatriz había decido volver a compartir habitación con su esposo.
El emperador camino con una ligera sonrisa en su rostro, también sonreía su asistente. Pronto su camino que había estado solamente acompañado por uno que otro guardia se cruzó con el de la emperatriz.
Y la sonrisa se apagó.
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Editado: 26.05.2023