La Corona Negra

Capítulo 11

La niña miró a su padre y al ver sus ojos rojos, solamente pudo verlo como un monstruo peligroso, aunque su voz estuviera llena de dulzura. Sabía que su madre la buscaba para escapar, le había advertido tantas veces sobre aquella bruja y nadie la escuchó. Porque no era una bruja norma, era el dios de la guerra, disfrazado para traer el caos de vuelta a la guerra y si iba con su padre, perdería su corazón para siempre, condenada a vivir en aguas oscuras para siempre.

 

La sacerdotisa que me había visitado estaba frente a mí, su mirada era fría y calculadora. Me revisó de pies a cabeza con sumo cuidado y entonces se acercó a mi, sujetada por los dos monjes cuyos rostros aún no lograba ver. Mi respiración estaba agitada por mi enojo y también por un miedo certero que había en el ambiente. Estaba segura que algo había sucedido, el aire tenía sabor a sangre y la garganta me quemaba. Podía sentir mi sangre vibrar bajo mi piel con un anhelo extraño que no lograba comprender.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué me has traído de vuelta?

—Porque perteneces aquí —dijo ella.

—Tú no decides donde pertenezco —le escupí aquellas palabras y la mujer ni se inmuto —. Déjame ir, no planeo causar ningún problema.

—No, ya demasiadas personas han incumplido el juramento y mira lo que ha pasado. Las mujeres Gunnhild no deben casarse y crear descendencia, solamente trae caos sobre el mundo. La primera mujer Gunnhild en tener hijos engendró los monstruos de alas negras, la segunda se llevó todo poder espiritual del mundo y la tercera se entregó al gran demonio rojo para obtener poder.

—¿Qué he hecho yo? Yo no quiero tener nada que ver con ustedes y su podrida historia, solamente quiero vivir, así que déjame ir —exigí.

—No has hecho nada aún y por eso nos encargaremos de que esta vez todo vaya en el orden adecuado. Tú y tu hermana tomarán la marca hoy y aceptarán su destino como sacerdotisas —dijo en tono autoritario y empezó a caminar delante de nosotros para que la siguiéramos. Intenté resistirme; pero, los dos monjes me retuvieron con fuerza y me arrastraron con ellos.

Caminamos por varios minutos, sabía que nos dirigíamos al templo de las sacerdotisas por el camino que tomamos. El olor a sangre incrementaba y por alguna razón solamente yo lo sentía, solamente a mi me afectaba, me enloquecía y mi fuerza aumentaba. Apreté mis puños y un rugido salió de mi garganta mientras empujaba a los dos monjes a los lados, lejos de mi. La piel de mis brazos se movía de forma extraña, podía ver coágulos de sangre formarse y moverse debajo de ella.

La sacerdotisa me miró aterrorizada, probablemente compartíamos los mismos sentimientos en aquella mirada. La luz azul de la luna empezó a cambiar y ambas levantamos la mirada para ver lo que pasaba. Un extraño color rojo estaba cubriendo la luna sobre nosotros, tragándosela poco a poco. Mis ojos se movieron frente a nosotras, el templo ya podía verse a la distancia, junto a un grupo de cadáveres regados por encima de la hierba. Algo malo está pasando. Un pitido estalló en mis oídos y a través de mis ojos vi a Sira subir a los cielos de forma amenazante, ya lo había visto antes; pero, ahora aparecía frente a mí como un futuro demasiado posible.

—Todos van a morir —dije en voz alta y la sacerdotisa se volvió a mi sorprendida.

—No, todos ya están muertos —dijo refiriéndose a los cadáveres, principalmente de los monjes, no veía muchas sacerdotisas allí —. Es aquí donde se llevó a cabo el ritual, ¿por qué estos monjes están aquí?

—Ellos querían evitarlo —concluí al pensar en mi último encuentro con ellos.

—Nunca han respetado nuestra autoridad —dijo pensativa, aunque apenas la pude escuchar, su voz era lejana, mientras aquel pitido me perforaba el cerebro.

—Naya —la voz de Cosmin llamó mi atención, era un susurro lastimero un tanto distante. Di media vuelta y lo encontré dirigiéndose hacia donde estaba, arrastrando a Cedric con Erwin al otro lado. 

—¿Qué le sucede? —lo vi retorcerse en dolor y su ojo izquierdo sangrar.

—Sucedió cuando la luna empezó a cambiar de color dijo— Cosmin.

Dejaron a Cedric sentarse sobre la hierba.

—¿Cedric? —me acerqué y él me miró con ojos desenfocados —, tú…

Cosmin se apresuró a cubrirle el ojo izquierdo.

Su ojos izquierdo había obtenido una extraña tonalidad, totalmente diferente de la original. Había algo aún más extraño, mis oídos parecían reconocer un latido en ese ojo. Retrocedí sorprendida. La luz roja se derramó sobre nosotros y la sacerdotisa que estaba conmigo corrió hacia el templo. 

—¿Dónde está Niall? —me preguntó Cedric, bañado en sudor, cada vez lucía más enfermo y débil.

—Lo han golpeado, quedó inconsciente en las costas —señaló en la dirección en que veníamos y él se volvió a Cosmin y Erwin con gravedad.

—Tráiganlo —dijo con esfuerzo —, me quedaré aquí.

—Cedric… —Erwin estaba a punto de negarse.

—Tráelo, por Briccio —dijo con fuerza, levantándose del suelo, apoyado en su espada, la cual desenvaino lentamente y con manos temblorosas —. Debes hacerlo, yo estaré bien, me quedaré con Naya y esperaremos por ustedes. Entonces, usaremos el poder de tu espada y nos marcharemos de aquí —le dijo a Erwin con tanta autoridad que él no pudo negarse a sus ordenes.



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En el texto hay: romance, magia, venganza

Editado: 27.03.2021

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