Los escalones crujían levemente con el peso a medida que bajaban nuevamente al salón. Tessa, abstraída en sus pensamientos, avanzaba en silencio detrás de Darien. Aun no podía comprender que aquel hombre tan elegante y educado fuera a la vez tan odioso ermitaño. Se preguntó qué dolores en su vida lo habrían condenado a una vida solitaria. Podía percibir, en lo poco que lo había tratado, una sombra de temor y resentimiento que lo invadía.
Todo en este lugar es sombrío, pensó, mirando los grandes ventanales cerrados por los que no filtraba el más mínimo rayo de sol. Nadie podría escapar de una vida de tristeza cuando esa vida transcurría en un escenario tan lúgubre. Él debía saberlo. Lo había reflejado con precisión poética en aquel libro que ella tanto adoraba. Sin embargo, la realidad del autor distaba demasiado de cualquier concepto conformado en la ficción de sus personajes. Ese contraste tan evidente sembró una nueva curiosidad en la mente de la muchacha.
—¿Puedo hacerle una pregunta sin que se ofenda? –inquirió con timidez, esperando ser regañada nuevamente.
Lautman suspiró cansado. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender, cada vez que ella abría la boca sus recuerdos brotaban furiosos como en la grieta de un dique. No era el recuerdo lo que lo importunaba, sino los sentimientos que ese recuerdo desprendía. Sentimientos que creyó haber superado al encerrarse y aceptar la insignificancia de su vida y el absurdo del trato con los demás. Todas las murallas que había erigido para encerrar su humanidad hasta el fin de sus días se derrumbaban con solo una frase cargada de inocencia brotando de los labios de la joven.
—Puede hacerla si le place –respondió, girando el tronco para poder verla a los ojos–, pero me reservo el derecho a responder.
La joven contuvo sus ganas de ahorcarlo detrás de una sonrisa amable. Bastaba con decir sí o no para responder a su pregunta, pero el hombre parecía empeñado en complicar adrede cada frase que pronunciaba. Su forma de expresarse se hallaba peligrosamente al borde entre la elegancia y el fastidio. Tessa no tenía demasiada paciencia. De llevar una relación más cercana, ya se habría burlado de él más de una vez en el poco dialogo que llevaban. Sin embargo, apenas lo conocía, y hasta el momento no había sentido que tuviera la oportunidad de llevar una relación amistosa. Si quería conservar su trabajo hasta que Marta regresara debía ser paciente y respetuosa.
—¿En quiénes basó sus personajes? –preguntó–. Una historia así no surge de la nada, y usted no parece ser ese tipo de persona.
—¿A qué se refiere con que no soy ese tipo de persona? –inquirió Lautman en respuesta.
El comentario de la muchacha había llamado su atención. Desconocía la razón, pero le interesaba demasiado saber qué concepto se habría formado de él en tan poco tiempo. Sabía que no estaba portándose de forma amable. Ni siquiera estaba seguro de recordar cómo era portarse así. Se esforzaba, inútilmente y sin razón, por agradar a una mujer que acababa de conocer. No comprendía qué había en ella que lo obligaba a actuar de tal modo. Intentó atribuirlo a un simple impulso carnal, una muestra más de la debilidad del ser humano, pero sabía en el fondo que no era solo la belleza de la joven lo que lo alteraba. Había algo más. Algo etéreo, intangible. Una suerte de atracción espiritual que escapaba a toda lógica que pudiera gobernarlo. La miraba mientras esperaba su respuesta, pero no eran sus ojos los que la veían. La miraba desde el fondo de su alma, con cada fragmento atrapado en el interior de su cuerpo desgastado. La miraba desde las cenizas de su vida, donde por momentos, desde que ella cruzó la puerta, una suave brisa interior parecía esforzarse por avivar una tenue brasa enterrada.
—Ya sabe –dijo Tessa, evitando sus ojos fijos en ella–. Sus personajes, aunque son trágicos, mantienen en todo momento una esperanza que les da sentido a sus vidas y a la historia. Ellos quieren salir adelante y, a pesar de las dificultades, no se encierran en sí mismos. Y usted, no se ofenda, pero parece un hombre triste y rendido. Creo que es otra historia la que está contando, y por eso pregunto en quién la basó.
Darien absorbió cada palabra. Hubiera querido ofenderse, porque eso significaría que su vida aun podía incomodarlo, pero era consciente de que su realidad había sido perfectamente expresada por la joven en esas dos palabras. Triste y rendido. Era todo. Y en esa tristeza y renuncia escribía su historia, alimentada por la necesidad de crear otro final. Ese final feliz que toda historia merece, pero que solo podía existir en la ficción, como una más de las tantas ilusiones con las que todo el mundo intenta dar sentido a su vida.
La pregunta de Tessa volvió a sonar en su cabeza. Sabía cuál era la inspiración para su historia, pero se preguntó en qué momento de su vida se forjó esa inspiración. En qué momento se encendió la chispa que con el paso de los años acabaría arrastrándolo hasta ese punto de su vida. La respuesta emergió poco a poco, como una aparición, entre la espesa niebla de los recuerdos silenciados.
Sentado junto a su madre, solos los dos, como tantas veces lo habían estado desde que tenía memoria, la veía garabatear notas en un viejo y gastado cuaderno. Ella escribía, y quizás esa era la razón por la que él también lo hacía. A menudo, en esos momentos de paz y soledad en los que el mundo eran solo ellos, solían charlar y compartir sus ideas y visiones.
La mujer se veía agotada, aún más que en su recuerdo anterior. Lautman ubicó esa escena unas semanas antes del fatídico día en que su mundo comenzó a derrumbarse. Ver de nuevo esa imagen, aunque solo fuera un eco del pasado, le causó una profunda tristeza. Tessa lo observaba detenidamente aguardando una respuesta, pero él ya no estaba allí. Se había perdido por un instante eterno en la voz de su madre que comenzaba a sonar en su cabeza.