La Dalia Prohibida

Capítulo V: Lago Averno

   Corban posicionando en frente suyo el hacha de doble filo con sus dos manos, comienza a caminar por la orilla del lago con el objetivo de tal vez encontrar algún elemento que le ubicara en la geografía de aquel lugar. Prestando atención a su entorno, vuelve a percatarse del fantástico aspecto que guarnecía la “caverna”. Algo inexistente, que para él, no podía concebirse en el mundo de los vivos. Tenía este semejanza como de paisaje subterráneo, pero de titánicas dimensiones. Es decir, el domo (techo) se encontraba tan pero tan lejos que casi era inapreciable para sus ojos. Se desvanecía como un cielo nublado, con esta rara característica que parecía tener todos los celajes del escenario. O sea, las nubes del Érebo tenían esta imagen como de bruma oscura inyectada con pequeños cristales blancos que irradiaban algún tipo de luz nacarada. Después de todo el sombrío rincón poseía una belleza un poco inquietante al decir verdad.

   Para Corban era indiscutible que la apagada bóveda del foso se beneficiaba de un firmamento propio. En él podía notar incontables estrellas, e incluso distinguir constelaciones de las varias ya conocidas. Mientras avanzaba, el espectro pudo notar como por todo el ambiente se comenzaba a contemplar una casi invisible niebla de color turquesa. Al parecer como resultado de un sinnúmero de grietas que poblaban la superficie de las paredes y de los propios suelos.

   Desde donde se hallaba, se da cuenta que existían cuantiosas montañas de tamaños inconmensurables, cerros tan altos que se figuraban como las colosales murallas que acostumbraban levantar los antiguos titanes. Sin embargo, no podía encontrar ninguna manera factible para flanquear las prominencias. Al espectro solo le quedaba un delgado trillo que bojeaba las orillas del misterioso lago. El entorno se sentía cansino, un gran peso sobre su espalda lo enlentecía y por alguna razón el agotamiento se interponía en su cuerpo de una manera muy acentuada.

   A duras penas logró avanzar durante varios minutos una corta distancia de dos o tres kilómetros siguiendo el camino por el margen del estero. Con el tiempo no le quedó más remedio que hacerse con la compañía de su propia mente y comenzando a recordar como desde su estrepitosa entrada al quimérico lugar las aguas del mismo se describían como más oscuras, tranquilas y estancadas. Sin encontrar vestigio de elemento alguno que fuese relevante se detiene y se acerca a las oscurecidas para contemplarlas de esta manera. La verdad era que el hedor proveniente del mar de noches fructificaba impertinentemente. Un olor cadavérico confuso, o más bien como de heces humanas llegaba hasta los rincones más recónditos de los pulmones del muchacho. Eso cogía estómago, hígado, páncreas; y vaya a saber todos los sitios en los que se impregnaba con facilidad. Tal fetidez era molesta, y tras varios intentos vanos de bloquear su olfato no encontró otro remedio que retirarse el nebris de zorro del cuello para utilizarlo como si fuse bufanda, o tal vez como tapabocas. La idea era andar, y andar tranquilo.

   Su mirada se contiene para vislumbrar el horizonte, aunque cabalmente resultaba improbable ubicarlo. De alguna manera el panorama del lago se fundía con la oscuridad de la zona y las propiedades del agua no referían a las conocidas por los vivos. En un intento de hallar su reflejo en el líquido emerge su frustración, pues por ninguna vía, por mucho que lo intentara no lo lograba. El agua no reflejaba nada que no fuera el techo de Nýchta, solo se veía esta niebla turquesa sobre el depósito con montones de punticos blancos en su fondo.

   Después de disímiles comprobaciones se principia un extraño sentimiento desde las profundidades. De un momento a otro Corban comenzaba a caer en un estado parecido al embelesamiento, y por alguna razón su mirada costaba esfuerzo retirarla. Algo había dejado de ser oportuno y el peligro no hacía más que repatriarse volviéndose inaplazable. Una luz blanca con la intensidad de un rayo descargó desde del abismo y resquebró el espacio entre las dimensiones creando fisuras sobre el vacío de las aguas. El estruendo removió al estero y sacudió al cuerpo del espectro haciéndole volver de esta manera en sí.

- ¡Ay, santo panteón! ¡¿Pero qué…?! – exclama espantado.

   Una ola de gritos, aullidos y chillidos provenientes del vacío inundaron el lugar, invocando junto consigo cuerpos semejantes a extremidades a partir de las grietas del espacio. Manos y hasta brazos completos de aspecto fantasmagóricos emergían de las mismas, algunos sin carne, huesudas, y otras no tan humanas “como debería ser”. El sinnúmero de miembros en cuestión de segundos había establecido un jardín aullante de cosas raras sobre el agua.

   Corban se hallaba confundido e intimidado por el miedo y tras dar pesados pasos que le alejaban del evento, se retira de la orilla asustado sin poder despojar la mirada del imprevisto. En el paraje, la marea de los gritos hacía eco en los nervios del muchacho y sin poder considerar lo que sucedía se lanza a correr tapándose los oídos por el dolor que estos le causaban. De momento, aquel “jardín de manos” encabezó una proliferación que no paraba de resurgir con caracteres curiosos. Insólitamente, las grietas y los miembros espectrales comenzaban a germinar buscando una dirección. Todo daba a entender que el infortunio reclamaba la existencia de Corban Quinn con claridad.

   Un mal paso le hace morder el polvo en el suelo. Había tropezado con un cuerpo inerte, exánime y en un muy mal estado. Aunque figuraba curioso que su aspecto se atinaba impoluto, limpio, aún no tocado por los poderes descomponedores de la muerte. Su agonía al parecer le había alcanzado recién y levantándose el espectro del suelo da continuación a su lucha por la vida. Corban comenzaba a presuponer que su momento había llegado.

   Una explosión de viento sucedió de súbito a sus espaldas. La fuerte brisa que acaeció la misma gozó de despeinar y desacomodar el nebris de Andréas. Esto llamó su atención, y volteándose a la vez que huía dando brinquitos y zancadas de medio lado se percata que el “peligro” había dejado de hostigarle para dirigirse en dirección al cuerpo con el cual recientemente se había dado de bruces. El evento comenzaba a sacudir la curiosidad.




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