ANDREA
Solo quiero poder cerrar los ojos y no visualizar la misma escena una y otra vez. Desde que se volvió a abrir la puerta de mis demonios, solo lo he conseguido mientras estaba en los brazos de Hache. Puede que mi cerebro sea lo suficientemente inteligente como para priorizar sobre qué preocuparse cuando tiene a un asesino delante.
Hache es el nombre que le he puesto al moreno de ojos oscuros que no duda en apretar el gatillo cuando ponen en duda su frágil mandato. No es demasiado original, pero tampoco es que me importe demasiado la originalidad en estos momentos.
—Andrea. —Tocan la puerta con una sutil desesperación que podría calificar de preocupación en otra ocasión, pero no ahora. No debo dejarme convencer de que se preocupa por mí, ¿por qué lo haría?
No tengo ganas de hablar, ni siquiera de existir. Mucho menos después de tener mi cuarta noche bañada en sudor.
Cuando tengo las pesadillas revivo con aún más intensidad el terror que sentí; el dolor, la desesperación. Todo se magnifica, porque ahora soy consciente de lo que sucedió. Aunque aún tengo ciertas lagunas que no logro completar, como si algo estuviera bloqueando mi recuerdo. Protegiéndome de algo peor.
Tiempo atrás vi una entrevista de Martin Conway, neurocientífico y profesor de psicología en City University of London, en la que comentó que los recuerdos son tan reales como irreales. Lo que se queda en nuestra memoria es una imagen, un aroma, una frase; pero el contexto de la situación es prácticamente producto de nuestra imaginación.
Hace años, llegó un momento en el que las noches sin dormir fueron más que las horas de descanso. Fue entonces cuando comencé a interesarme por el tema de la memoria; quería buscar una forma de enterrar mis recuerdos y no volver a revivir lo mismo. Si te lo preguntas, no lo conseguí, pero comprendí que una experiencia traumática no superada puede hacer que el contexto del recuerdo empeore.
Finalmente, decidí compartir mi experiencia, o todo lo que recordaba en aquel momento, con un profesional. Aunque me costó meses, conseguí que poco a poco la ansiedad disminuyera, volví a descansar con relativa normalidad y pude continuar con mi vida sin sentir que me derrumbaría en cualquier momento. Todo iba bien, hasta ahora.
—Dime qué puedo hacer, por favor —vuelve a intentarlo con todo dulce.
Sigo sin responder. En estas dos semanas mi «relación» con Dan ha mejorado, he logrado ganarme su confianza y ahora me deja un poco más de libertad para moverme por la casa. Aunque solo ha sido en un par de ocasiones contadas, he aprovechado cada segundo para analizar hasta el último rincón de esta ratonera de lujo.
Mi vía de escape está clara: la puerta delantera y un coche. Sería mi única opción de salir de aquí con vida y seguir así después de hacerlo. He descartado el jardín porque, aunque la valla puede saltarse fácilmente, no sería viable deambular por el bosque desértico en el que estoy. Las ventanas ni siquiera han sido opciones que me haya planteado. Una caída desde el segundo piso no es lo más silencioso, práctico y útil que pueda hacer. Así que, teniendo las cosas claras, solo queda averiguar dónde guardan las llaves de los coches cuando están en casa.
Regla número 2: busca al más débil, será tu salida.
No fue difícil averiguar quién de los tres era el eslabón débil, el de corazón e intenciones más puras o el menos convencido de tenerme retenida. Desde el principio se mostró amable y se ha preocupado más que el resto de que, dentro de lo malo de la situación, me sienta lo mejor posible. Ya no solo hablo de que fue el primero que se percató de las heridas que habían dejado las esposas en mis muñecas y el único que me ha preguntado cómo estoy, aunque no es necesario responder a esa pregunta; sino también de su compañía en los desayunos —la cual he comenzado a disfrutar— sus bromas sin sentido que solo le hacen gracia a él y sus gestos comprensivos, como dejarme el MP3 o ver la televisión cuando me aburro demasiado.
Poco se habla de las horas muertas que hay cuando te retienen en contra de tu voluntad entre cuatro paredes.
Regla número 3: gánate su confianza.
Fingir que todo va bien no es nada nuevo. Este paso ha sido como dar un paseo por el parque, algo sencillo, cotidiano y sin peligro.
—Te lo dejo aquí, vendré por la mañana a buscarlo —susurra contra la puerta.
Me levanto de la butaca con la manta abrazando mi cuerpo. Abro la puerta y la cara se me ilumina al ver el MP3 con la lista de canciones que le pedí al rubio hace unos días para poder calmarme y distraerme.
Levanto la mirada en dirección a la habitación de Dan. Lo encuentro asomado por el marco de la puerta con una expresión preocupada que logro desvanecer al mostrarle una pequeña sonrisa de agradecimiento.
La regla tres está bien, pero deberías saber que hay un «pequeño» problema. Mientras tú te ganas su confianza, posiblemente él se gane la tuya. A paso de tortuga coja, sin que te des cuenta, sin que puedas hacer nada por detenerlo. Porque cuando todo lo que te rodea es oscuro, tiendes a ir hacia lo que identificas como luz, aunque en realidad no lo sea.
Me siento frente al gran ventanal para ver la lluvia. Supongo que debería agradecer las inclemencias del tiempo, pues llorar mientras observas un maravilloso día soleado en el que los pájaros cantan y la gente es feliz, no sería igual de eficaz.
Me pongo los auriculares y busco Rescue, de Lauren Daigle, una canción que me ha acompañado en los momentos más difíciles de mi vida: las pesadillas, los ataques de pánico, la muerte de mamá, mi huida de casa...
"You're not defenseless (no estás indefensa)
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Editado: 29.10.2024