ALEX
—¡Andrea!
Los gritos de Daniel son como dagas afiladas, capaces de atravesar todo lo que encuentran en su camino. Éramos puro nervio ansioso, corriendo de un lado para otro sin control. La desesperación había tomado las riendas de la situación. Convirtiéndonos en peones de ese sentimiento dictatorial que consumía cualquier resquicio de sensatez que quedaba en las laberínticas calles de nuestro cerebro. Mientras el remordimiento tomaba el control de mi mente, la ansiedad que me causaba no saber cómo estaba me estaba matando. Hace semanas, un simple roce junto a algunas palabras lograron causarle un ataque de pánico, no quiero ni imaginar cómo estará ahora. Sé lo difícil que es afrontar el dolor solo. Lo sé mejor que nadie. Al igual que sé que ella es incapaz de encararlo. Como he podido comprobar en repetidas ocasiones, es propensa al colapso cuando no tiene a quién agarrarse.
A quién quiero engañar, el cómo estaba era algo que, aunque me preocupaba, ya sabía. Rota, destrozada, aterrada. Lo que conseguía robar mi aliento era la incertidumbre. Su paradero desconocido era algo que comenzaba a preocuparme en demasía. No podíamos perderla, no ahora que estábamos a un paso de terminar con todo.
Aunque me gustaría culpar a Lorenzo de todo, no puedo hacerlo. Fui yo quien no debió cerrar los ojos. Fui yo quien bajó la guardia. Mi misión era vigilar la salida y controlar que estuviera bien. Ahí radica mi fallo. Confié en ella y sus intenciones, lo que me llevó a olvidar lo más importante. No somos tres simples secuestradores que hayan elegido a una presa al azar. Somos tres hombres con un objetivo común, pero motivaciones diferentes. Si no hubiera caído en sus redes, si no me hubiese acercado tanto a la tentación, quizás habría sido capaz de prevenir lo que ha estado a punto de suceder. O lo que ha sucedido. Estaba tan centrado en quitárselo de encima que no he reparado en su aspecto. No he podido pensar con claridad.
Sé que no es mi culpa, el único culpable es el desgraciado que yace inconsciente en el piso superior atado de pies y manos. No obstante, no puedo evitar sentir que podría haber hecho algo por ella, algo que le hubiese evitado esta pesadilla. Este dolor que desgarra su pecho allá donde se haya escondido.
El reflejo rubio del pelo de Dan moviéndose de un lado para otro es tan desesperante como mi propia búsqueda sin frutos.
—¿La has encontrado? ¿Alguna pista?
Niega con los ojos volando de un lado a otro del salón, intentando escanear el espacio en busca de cualquier nimiedad que nos dé información. Es la ausencia de tal cosa lo que logra que enfoque su mirada en la mía por unos segundos.
—Busca en el jardín y alrededores de la casa, puede que por fin se haya decidido a huir. Yo seguiré aquí por si sigue escondida o decide regresar. Si alguno la encuentra avisa de inmediato, ¿entendido?
Son pocas las veces que Dan acata una orden. Mucho menos sin poner alguna pega o soltar un comentario poco oportuno. Ni siquiera me recuerda que no soy su jefe ni me debe sumisión. No hay una sola burla de vuelta, solo un asentimiento y la estela de su marcha.
Mientas él deambula por los alrededores, yo opto por revisar una segunda vez cada maldito rincón de la planta baja. Como si fuera a aparecer por arte de magia. Quizás eso es lo que espero. Magia. Un milagro para encontrarla. Los minutos pasan, mi corazón acelerado sigue sin recuperar su ritmo normal y el sudor nervioso comienza a acumularse en la frente. Necesito encontrarla, pero en este estado no lograré nada. Así que, decido cerrar los ojos y respirar profundo. En cuanto la oscuridad abraza mi alrededor, sus rasgos delicados se dibujan frente a mí. El olor afrutado de su perfume invade mis fosas nasales y el sonido de su risa logra calmar mi ritmo cardíaco. Es entonces, envuelto en su esencia, cuando me doy cuenta de que estamos buscando en el lugar equivocado.
Cualquiera en su lugar hubiera huido lo más lejos posible, pero Andrea Avellaneda no es cualquiera. Decidido a dar con ella, preparo una taza de leche caliente y subo hacia mi habitación.
La oscuridad ha conquistado la estancia, pero la luz de la luna que entra por el ventanal es suficiente para encontrar el destello anaranjado de su cabello. Sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la esquina entre mi cama y la mesa de noche, está llorando en silencio. Desde aquí puedo ver el temblor de su cuerpo que no ha cesado. Con cautela y paciencia, tras enviar un mensaje a Dan informándole de que la he encontrado, me acerco.
—Avellana... —susurro para que sepa que soy yo. Supongo que con la esperanza de que eso disminuya levemente la tensión de su cuerpo. ¿Realmente debería tranquilizarla que sea yo quien la ha encontrado? Un atisbo de sonrisa asoma en mis labios cuando veo que lo hace.
No sé qué esperar. Nunca he tenido que tratar con una situación así. Mucho menos con alguien que me importe como lo hace ella. Mi cuerpo me pide que la abrace y le haga sentir que nada malo podrá pasarle si estoy a su lado, mas mi lado racional me aconseja que le de la distancia y el tiempo que necesita. Así que, tras sopesar mis opciones, dejo la leche en el suelo y me siento frente a ella, en silencio.
¿Me importa? Sí, porque es solo un medio para un fin.
Solo un medio para un fin.
Un medio par un fin.
Solo eso.
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Editado: 29.10.2024