DAN
Aunque ver a Alex irritado y molesto sea uno de mis pasatiempos favoritos, tenemos cosas más importantes de las que hablar. Cierto es que podría alargar la agonía un poco más, que podría seguir intentando cruzar el límite de su paciencia. No lo haría, porque para hacerlo tendría que decirle lo sedoso que se siente el pelo de Andrea entre mis dedos o lo cálida que se sentía su mejilla en mi hombro. Esos son detalles que prefiero guardarme para mí.
Debíamos centrarnos en lo preocupante: el nerviosismo que estaba mostrando El Diablo. Desde hace días que sus movimientos están siento menos precisos, sus hombres han cometido un par de fallos y eso solo significa una cosa.
—Antonio lo sabe —digo sin más. Ser delicado nunca ha sido mi fuerte.
—Lo sé.
No me sorprende que lo sepa. Tampoco esperaba menos de él. Es más, si lo hubiera cogido desprevenido me habría decepcionado. Que Alex siga atento a cualquier pequeña irregularidad con el puto Antonio significa que sigue más centrado en el plan que en los reflejos anaranjados del pelo de su hija.
—¿El equipo ha averiguado algo?
El moreno se sienta en el sillón monoplaza que hay frente a mí, pasándose la mano por las greñas. Cualquiera podría malentender ese gesto como signo de nerviosismo. Nada más lejos de la realidad, Alex no se ponía nervioso con estas mierdas, al contrario, se excitaba con los problemas. Era un jodido enfermo con una mente privilegiada.
—Nada útil, pero tenemos que comenzar a mover ficha o nuestra dama morirá antes de que hayamos entendido la jugada.
—Puede que contárselo a Andrea sea nuestra mejor opción. Ya lo sopesamos una vez, es lo mejor que nos queda.
Sus ojos hasta ahora perdidos en las pequeñas llamas de la chimenea me encuentran con rapidez. No, no es lo mejor que nos queda, parecen decir.
—Tengo un plan mejor —dice muy seguro de sus palabras con una sonrisa maquiavélica extendiéndose a lo largo de sus labios.
***
ALEX
Aún podía oler la muerte en el ambiente cada vez más cargado de una casa que estaba más cerca de ser una bomba que un hogar. El único problema es que nosotros habíamos puesto un contador que ella se había encargado de manipular a su antojo y, por mucho que intentáramos saber cuánto tiempo nos quedaba antes de saltar en mil pedazos, no había forma. Me encantaría decir que era algo que me ponía nervioso, si fuera una persona normal, lo habría hecho. Quizás hasta me sudarían las manos, o cualquier mierda de esas que les pase a los cobardes. A mí el peligro me activaba. La incertidumbre despertaba regiones cerebrales que en otros estaban inhibidas por su propia salud mental. Los problemas eran como un imán que no me atraía, pero tampoco repelía. Me gustaba gravitar a su al rededor para sentirme vivo.
Eso era Andrea, el sol, el problemón del siglo cuyas inmediaciones no podía dejar de gravitar. La jodida Andrea y su pelo de fuego. La puta niña de papá con más traumas que años. La mismísima hija del Diablo. El sol que quemaba solo con mirarlo. El problema que estallaba solo con rozarlo. Estallar, eso es lo que estaba haciendo en este preciso instante.
Sonreí agradecido por estar cerca, por que las astillas de su destrucción se clavaran en mi piel tan profundo que dolía.
—¿Por qué lo haces?
¿Su pregunta me coge desprevenido? No del todo. Ya no. Había comprobado en múltiples ocasiones que ella era el problemas más inestable del planeta, quizás por eso me gustaba observarla más de cerca de lo que debería. Era como una droga, una de esas de diseño que eran lo mismo que las otras pero con un nombre más cool. Andrea era el nombre de mi adicción, de mis ganas de problemas. Era quien se había encargado durante semanas de mantener el nivel correcto de adrenalina en mis venas. Eso era ella, por eso no me paré a pensar una excusa creíble capaz de calmar su curiosidad, ni siquiera la mía.
—Porque puedo, porque quiero —dije envolviendo su mano ensangrentada en un paño. Como tuviera que hincar rodilla para limpiar el suelo de la cocina, me iba a poner de muy mal humor. Joder. ¿No podía tener más cuidado?
La hoya seguía cociendo el agua en la que había introducido la pasta minutos atrás, las verduras estaban cortadas sobre la encimera y ahora, un reguero de sangre que emanaba de la palma de su mano sajada lo bañaba todo.
—¿Tan complicado es admitir que te preocupas por mí? Dan lo habría hecho —murmura esto último algo enfadada.
Un músculo se tensa en mi mandíbula cuando nombra al rubio que parece que siempre está presente cuando ni siquiera está cerca. ¿Desde cuándo había conseguido meterse tan en sus pensamientos como para que nos comparara?
Enarco una ceja en su dirección con una sonrisa más fría de lo que había pretendido en un principio.
—Puedo mentirte si quieres, pero no es mi estilo.
Niega retirando la mano cuando la pongo bajo el grifo y dejo que el agua limpie la sangre lo suficiente como para evaluar la gravedad de la herida. No opone resistencia cuando ejerzo más fuerza en su muñeca para mantenerla en su sitio. Le tiemblan un poco las rodillas cuando el alcohol impregna la piel lacerada y quema hasta sus entrañas. Tiene que estar doliéndole, más incluso de lo que puedo intuir en sus ojos cristalizados. Una vez detenida la hemorragia y comprobado que no se ha quedado ningún resto de suciedad dentro del corte, saco un par de vendas del botiquín y las dejo a su lado. No pienso seguir tocando su piel, no quiero quemarme más de lo necesario.
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Editado: 29.10.2024