La desgraciada semana que me enamoré de ti

Epílogo

Trato con todas mis fuerzas no mostrar ni un atisbo de cansancio para de alguna forma sorprender al hombre que no es solo el padre de la esposa de mi hermano, sino el padre de mi novia misma. Algo me dice que exagera sobre no poder esforzarse mucho para cagar peso por un problema reciente en su rodilla, y así aprovecharse de mí, pero está bien, tal vez impresione a Barbara y a Félix de esta manera.

He salido y entrado de la casa de Camille unas ocho veces, y aún quedan cajas que sacar del camión, así que respiro al dejar la que tengo encima sobre una pila y continuar con mi labor.

—¿Puedo preguntar por qué estás en pijama? —pregunta Félix cuando nos encontramos en la parte trasera del camión de mudanzas, al frente de la entrada de la casa.

—Camille y yo decidimos que los sábados serían para ver películas de Disney en pijama —respondo, tomando una de las cajas restantes que reza ''libros''.

Ay, Dios santo, esto pesa.

—Qué lindo, la próxima me les uniré —sonríe ampliamente, tomando una caja pequeña que tiene decoraciones navideñas.

Sí, definitivamente se está aprovechando.

—Claro, será divertido —asiento, caminando a su lado.

No es cierto, será incomodo tenerlo allí con nosotros, sobre todo pensando que de seguro me tiene en la mira como cazador a su presa, pero me niego a diferir con este hombre hasta que mi relación con Camille sea común a sus ojos.

Entro de nuevo a la casa de Camille, la cual me encanta, por lo amplia que es. El primer piso no tiene pasillos, más bien es como una enorme habitación separada por muebles de colores claros. Todo luce tan pulcro que temo ensuciarlo. Estamos poniendo las cajas del lado derecho, único lugar con espacio, todas apiladas y pegadas a la pared. Mi novia está echada en el sillón con un rostro indiferente observando la escena, y su madre analiza cada caja. Supongo que en su cabeza está pensando cómo organizará todo.

—¿Falta mucho? ¿Quieren ayuda? —pregunta a ambos, aunque Félix no debe de haber escuchado porque ya salió de nuevo.

—No se preocupe, faltan dos o tres más —le digo a Barbara, que me sonríe y sigue mirando las cajas.

Paso a un lado del sofá donde está Camille, que ha continuado viendo la caricatura que está pasando en televisión sin interrumpir el flujo de las cosas. Puedo notar que está desanimada, y no tengo idea de por qué. Es decir, su rostro usualmente luce como si no tuviese alma, pero hay algo en ella que me está preocupando un poco hoy. La forma en la que habla y luce en esta ocasión me hace pensar en que algo debe haber sucedido. ¿Será que la mudanza de su padre le está afectando? ¿O tal vez se siente mal todavía por la ausencia de Jessica? Apostaría por la primera opción, dado que ya hace un mes que Jessica se mudó con Eddy a su nuevo apartamento y ella me dijo —luego de llorar un rato, cabe aclarar—, que ya se siente bien con eso.

Y así, entre pensamientos, hemos vaciado el camión.

Dirijo mi mirada a Camille dispuesto a preguntarle si quiere que continuemos la película donde la habíamos dejado, más Félix habla primero.

—No me gusta seguir molestándote, Jarek, pero ¿puedes ayudarme a dejar mis máquinas de ejercicio en el almacén de afuera? —pregunta, juntando las manos a modo de ruego.

En mi interior, suspiro de cansancio. Por fuera, asiento con una sonrisa.

Todo este ajetreo me hace recordar que debería hacer ejercicio como lo hacía antes, no solía cansarme tan rápido.

El proceso de organizarme con el hombre para agarrar un lado de la larga y pesada caja, ir de a pasos cuidadosos al patio y dejarla en un buen lugar del almacén —que, más que un almacén, es una habitación vacía con un estante lleno de cosas bien organizadas—, nos toma tres viajes, uno para la cinta de correr, otro para la bicicleta y el último para sus pesas. No lo había notado antes, pero Félix sí que está en forma.

—Haré de esto un gimnasio, ya que está prácticamente vacío —me cuenta mientras descanso de manera disimulada.

—Eso es genial, yo quisiera tener uno, así no tendría que ir a un lugar con un montón de desconocidos sudando —bromeo, cosa que le hace reír. El eco de la habitación hace que esta se multiplique.

—Pienso volver esta pared un cristal —señala la pared que da a la mesa de picnic y a la parrillera, ambas cerca de la puerta—. Así entrará más luz natural.

—Es una buena idea —afirmo. ¿Puede dejarme ir, señor Ocasio?

El hombre escucha mis plegarias silenciosas y ambos volvemos a la sala principal de la casa, donde Barbara todavía observa cada caja como si tuviesen algún código secreto que quiere descifrar. Quien no está es Camille.

—¿Dónde está...? —pregunto.

—Subió, no sé a qué, solo se fue —me responde Barbara sin mirarme—. Félix, estaba pensando en hacer del cuarto de Jessica un salón de estudio...

Dejo a la pareja hablar sus cosas de mudanzas, pues lo que realmente me interesa ahora es saber a dónde se fue Camille. Dudo que haya ido al baño, ya que abajo hay uno y su flojera no le permite hacer un viaje tan largo teniendo una opción más cercana. Eso me deja con dos opciones: fue a buscar algo o quiere estar sola.

Mala suerte, Marlene, soy un novio intenso y fastidioso, así que sea cual sea la opción correcta, ahí voy a estar.

Toco la puerta de su habitación cuando estoy en el segundo piso, solo para escuchar absolutamente nada. Procedo a abrirla, y su habitación está vacía. Camino un poco más, hacia el baño de este piso: nada. Entonces paso al frente de la que era la habitación de Jessica. Paso, y no hay nadie adentro, sin embargo, veo una corta melena pelirroja siendo movida por el viento en el pequeño balcón.

Cierro la puerta detrás de mí y camino hacia ella. Está mirando lejos, hacia la ciudad, ni siquiera nota que estoy detrás, y si lo nota, no le importa.

—¿Qué sucede? —le pregunto, causándole un sobresalto.



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En el texto hay: vacaciones, amor odio, amor de verano

Editado: 12.07.2020

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