La Efigie de Espinas

Segunda Lección: Superstición

La mañana resplandecía con todos sus bellos colores. Una tenue luz entraba por la ventana de la alcoba de Dolores y alcanzaba a tocarle su rostro. Eso fue suficiente para que ella despertara, aunque su alarma del teléfono sonó unos minutos después, ya estando ella de pie y acomodando la ropa que iba a ponerse antes de meterse a bañarse.

Sin vacilar, Dolores entró a darse una ducha, cerrada detrás suyo con cuidado la puerta del baño, cerciorándose de que estuviera bien puesto el seguro de la perilla, lo que la dejó esto un poco más tranquila para poder desvestirse detrás de la cortina de baño que separa la regadera de toda la demás área.

Con cuidado, y algo de prisa, la chica comenzó a lavarse el cuerpo. Se notaba nerviosa y un tanto incomoda al llegar a su zona intima, la cual, con los ojos cerrados, cuidó y limpio rápido, respirando hondo una vez terminó y soltando una pequeña lágrima al concluir con esta necesaria tarea.

Cerró la llave del agua y tomó una toalla que había acercado, secándose y tomando su ropa para ponerse todo allí adentro, salvaguardada de la cortina plástica de la regadera, hasta que sólo le restó colocarse los calcetines afuera, sentada en la taza, donde se secó sus pies y se colocó las calcetas y zapatos, procedido a usar otra toalla para exprimir y secar su largo cabello. Al final salió del baño, topado fuera de éste a su hermano, quien estaba cerca del sitio.

—¡Hasta que terminas! ¡Quítate! —dijo el muchacho de doce años al pasar encorvado y furioso al lugar, azotada la puerta detrás de él.

—¡Dolores! ¡No azoten la puerta! —gritó Daniela, la madre de la chica, enfurecida al escuchar el ruido que generó la acción del muchacho.

Por unos momentos, la joven pensó en decir que había sido su hermano, pero prefirió omitir ese detalle.

—¡Lo siento, mamá! —respondió la joven regresando a su habitación, tomó su mochila y bajó las escaleras encontrándose con su madre. Ésta se hallaba sirviendo el desayuno sobre la mesa. Dos platos tenían porciones muy grandes y otros dos muy chicas.

—¡Siéntate a comer ya, que vas a llegar tarde! —ordenó la mujer sin ver a su hija. Dolores procedió a ponerse en frente de uno de los platos con menos cantidad de alimento, cerró sus ojos y juntó sus manos cerca de su corazón. Rezó una oración en silencio.

—¡Su creación sea eterna! —Terminó de decir la chica en voz alta y procedió a tomar los cubiertos, acercada su madre a ella tan pronto sucedió esto.

—¿Ya terminaste? —preguntó la señora enfadada poniéndose al lado de su hija y colocando una de sus manos sobre la mesa, con la otra en su cintura.

—Sí, dije toda la oración —respondió la joven, no viendo de forma directa a la señora, encorvándose y agachando la cabeza. Tardó un poco en contestar.

—Fue muy rápido. ¡Le faltas el respeto al Creador! ¡Dilo de nuevo en voz alta, quiero escucharte! —exigió la mujer, por lo que Dolores volvió a adquirir la pose y reinició su rezo.

—¡Oh, gran Creador! Escucha la súplica de tu labor. En este día y esta hora, misma que tú nos diste. En el espacio que me encuentro, aquel que tu elaboraste. Respirando el aire, aquel que concebiste. Sobre la tierra firme, siembra de tu fuerza. Habiendo bebido el agua, lágrimas de tu pureza. Y sintiendo el calor del fuego, porte de su nobleza. Te pedimos, nosotros, tus creaciones, que no nos falte nunca alimento, ni casa. Que nos cuides bajo el yugo de tu grandeza. Que sea tu poderosa furia la que nos guie con fortaleza. Y que aquellos que nos han dado la vida, sean vanagloriados en tu grandeza. ¡Gracias por dejarme vivir en tu bello trabajo, que es bendición sólo tuya! ¡Su creación sea eterna! —Dicho esto, Dolores volteó a ver a su madre y se dio cuenta que ella estaba también con los ojos cerrados diciendo a su par aquel rezo de su religión, repetido en voz alta las últimas palabras.

—¡Su creación sea eterna! ¿Por qué tardaste más? —preguntó la mujer al abrir sus ojos y mirar a su hija, notado cómo el padre de Dolores llegaba y se sentaba a comer en uno de los platos bien servidos. El hombre comenzó a consumir el alimento sin hacer nada más que colocarse en la mesa.

—En la mente puedo decirlo más rápido… —contestó apenada la chica, con su semblante bajo.

—¡No! ¡Tienes que decirlo bien! ¡Hasta en tu mente! —exigió la mujer gritándole a su hija y tomándola del mentón para que la viera directo a los ojos, cuyo movimiento brusco del rostro de la joven hacia ella asustó a la chica, bajada la mirada de Dolores para no tener que verla—. ¡Que sea la última vez que haces eso! De ahora en adelante, vas a tener que recitarlo en voz alta. Me cansé de ser buena contigo, Dolores —dijo la mujer, la soltó y se sentó a su lado.

—¡Hazle caso a tu madre, niña! —ordenó el padre con la boca media llena de comida y expulsando parte del alimento al momento de hablar, lo que manchó la mesa, limpiada de inmediato por Dolores con un trapo que estaba cerca.

—Sí, padre —respondió la chica sin ver a ninguno de sus dos progenitores, observada la comida que tenía enfrente, sin ánimos de consumir.

Pasó el tiempo y Dolores trató de comer la más pronto que pudo, pues tenía asco, no deseaba ingerir de aquello, sólo tenía en mente el irse ya de ahí, de no tener que ver ya la cara de los tres miembros de su familia.

Al terminar, tomó su plato, lo llevó hasta el fregadero y lo lavó, para luego esperar a que todos terminarán en favor de ella lavar cada uno de los trastes restantes, aguantado el asco. Por fin, ya terminado eso, se apresuró a salir de su hogar, detenida por la voz de una anciana al momento de tocar la perilla de la puerta.

—¿Daniela, eres tú? —preguntó una señora de muy avanzada edad, colocada en silla de ruedas en medio de la oscuridad del recibidor del hogar. Dolores sonrió de manera tierna y se acercó a ella, hincada enfrente de su regazo.

—Soy Doly, abuelita —dijo la chica, no pudiendo abrir sus ojos la señora, acariciado el rostro de su nieta con su mano, identificado que se trataba de la joven.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.