Capítulo dos
Prometida del príncipe heredero
A mi pesar, el emperador parecía tener ganas de acompañarnos todo el desayuno por lo que no pude hacer más que sonreír y lucir dócil a sus pedidos y comentarios, estaba tan cómodo hablando con nosotros como si realmente nos considerara su familia que mantuve mi impulso de levantarme y gritarle que era un hipócrita. Tenía odio, rencor hacia su ser, sólo quería acabar con él de la misma forma que él había acabado conmigo y mis hijos. Él, Cesar Decita, ha sido alguien lleno de lujos y privilegios que jamás podría comprender realmente, no importa cuanto haya tenido y cuanto haya gastado, jamás pude entender la cantidad de privilegios que poseía el emperador. Amado por su padre y madre, quienes le dieron todo lo que estuviera a su alcance, y destinado a gobernar un imperio. Algo es cierto, éste imperio se volvió el doble de grande desde que él se sentó en su trono, su primer mandato fue gobernar reinos vecinos, y lo logró con tan solo veinte años.
Recuerdo la vez que nos conocimos por primera vez, en ese entonces mi nombre era Valkiria Guite, hija del marquesado Guite; mi padre era la mano derecha del emperador, quizá me atrevería a decir que eran amigos, por lo que yo, su hija mayor, fui entregada al palacio como futura emperatriz. Mi hermano menor quedó como heredero del marquesado. Para ese entonces, tenía tan sólo dieciséis años, recientemente había cumplido la mayoría de edad y ya había hecho mi debut en la sociedad; aunque cuando niña había soñado heredar el marquesado, no me era posible, ya que mi madrastra no me dejaría en paz si lo lograba, por lo que la oferta de ser la futura emperatriz también me había abierto nuevas emociones.
Había visto a Cesar cuando éramos niños, mi madre era feliz visitando a la emperatriz de ese entonces, por lo que pasaba altas horas jugando en el jardín junto con más hijos de las invitadas de la emperatriz. Pero luego de que mi madre cayó enferma para luego morir, no volví al palacio ni una sola vez, mi padre no me llevaba y cuando llegó mi madrastra, entendí que no seríamos familia. Por lo que los recuerdos que tenía del príncipe heredero eran pocos y muy infantiles, así que la primera vez que volví al palacio con dieciséis años, un alto, musculoso y egocéntrico muchacho me esperaba en la entrada de éste. Como hija del marquesado Guite había recibido muchas propuestas de matrimonio, me había reunido con un montón de marqueses, condes y hasta algunos duques por petición de mi padre, pero la mayoría me doblaban la edad y eran muy crueles desde el primer encuentro, así que me negué a seguir intentándolo, pero ver a Cesar Decita con su sonrisa coqueta y su mirada de aceptación me hizo sentirme por primera vez como una verdadera mujer.
—Bienvenida al palacio imperial, Valkiria Guite —me saludó—, ¿podría besar su mano?
—Por supuesto, su alteza —sentía mi rostro enrojecerse mientras él besaba mi mano. Cesar tenía diecisiete años y su presencia gritaba madurez.
—Hay dos doncellas esperando por ti —sus ojos verdes centellearon por un momento—, ellas te enseñarán el castillo y tu nueva habitación. Yo tengo que excusarme, me esperan en la sala de planeación, espero que no haya problema alguno.
—Claro que no, su alteza —respondí, agachando mi cabeza, estaba nerviosa, sentía mis piernas temblar bajo mi vestido, no sólo por lo imponente que se sentía sino por su mirada que recaía sobre mí.
—Diviértete, Valkiria —me dice y se pierde a través de una puerta.
Las doncellas eran mucho mayores que yo, pero me atendieron con respeto, el mayordomo se unió minutos después para explicarme parte de la historia del palacio, que yo ya conocía por las previas clases que mi padre me había hecho tomar sobre historia del imperio. Al ser tan grande el palacio empezaba a agotarme, pero no me permití demostrar que lo estaba. Cuando por fin llegué a la que sería mi nueva habitación, pedí quedarme sola. La habitación era el triple de grande a la que era mía en el marquesado, con colores rosas y con breves incrustaciones de rubíes. Tenía un inmenso recibidor con sofás adonados y grandes ventanales, y al fondo una gran cama. Podía ver la entrada al baño y al armario, pero simplemente me senté en el sofá y me quité los tacones que traía puestos, suspiré y dejé que las lágrimas brotarán de mis ojos.
—Te extraño, mamá —susurré—, quisiera tenerte conmigo para que me digas que hacer, te lo ruego.
Mi primera noche en el palacio imperial fue un poco caótica para mí. Me permitieron cenar en mi habitación, las doncellas me bañaron y me vistieron mi pijama, podía sentir a las doncellas en el recibidor mientras yo trataba de dormir. Estaban dando los últimos arreglos a mi vestido de mañana, donde se anunciaría mi compromiso con el príncipe heredero. Tenía claro que apenas aquello se anunciara, mi vida cambiaría radicalmente. Empezaría a vivir en el palacio, esperaríamos seis meses como máximo para casarnos y luego empezar las clases con la emperatriz como princesa heredera. Empezaría a hacer más reuniones con mujeres de la sociedad, asistiría a los mismos bailes que el príncipe como una pareja casada, y tendría que comportarme como una emperatriz. Perfecta.
Cesar sostenía mi mano, me sonreía tranquilamente mientras que mi corazón palpitaba velozmente, sentía mi corazón salirse de mi pecho, el emperador y la emperatriz ya habían bajado las escaleras, dando a conocer su presencia en el baile, era nuestro turno. A pesar de haberme repetido durante todo el día la etiqueta, modales, y hasta practicar como caminar, no podía evitar sentirme incomoda.
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Editado: 10.10.2020