Las decisiones que tomamos en nuestra vida son importantes en cada mínima expresión de libertad. Una decisión no está hecha por el conjunto de mentes de nuestra infancia o maduración, están hechas por la pura soledad de nuestra libertad. Quizá, en relación al mismo tema del que hablaremos en toda esta historia, del exceso de sentir o de no hacerlo. Hoy quisiera hablar de lo que podemos sentir todos, recuerden eso, todos sentimos, la diferencia está en cuánto lo hacemos.
Desde muy pequeña, mis ilusiones han sido enormes, jamás he soñado con la tranquilidad o la paz, con la rutina ni con lo usual. Nunca he querido ver las mismas caras todos los días de mi vida, ni conocer tanto a alguien que deba dejar de esperar algo. Mis sueños siempre han sido enormes, más grandes de lo que quizá mi estatus económico, social o cultural me lo podrían permitir. Esa es la parte realista, la que me dice que no nací en el lugar indicado para sentirme invencible y poder ver el cielo yo misma. Pero el otro lado, el lado que me dice que todo es posible, que toma las historias de los más grandes y las convierte en su mantra día con día, esa parte es la más dolorosa, porque me inspira y me hace creer que puedo lograrlo todo.
Recuerdo que mi primer sueño fue ser médico, tenía una cajita de enfermera, con los instrumentos de una enfermera, pero yo no quería eso, yo quería ser la parte que se lleva el crédito de todo, la que todos ven, admiran y aspiran. Mi segundo sueño fue sobre diseñar videojuegos, era algo curioso porque mis padres no me daban la oportunidad de tener contacto con ellos, ya saben, eran violentos para una niña de 9 años, pero aún así imaginaba, las grandes historias, como harían sentir a la gente moverse en un mundo irreal y creer que estarían salvando a la más valiente princesa o luchando contra los villanos más crueles. Ahí encuentro el comienzo de todo. El mundo siempre fue demasiado pequeño para mí, necesitaba expandirlo y darle un sentido ¿Han jugado alguna vez un juego de mundo abierto? Como los sims, pues, si, esos juegos son para aquellos que quieren vivir, pero en un mundo donde no tengan que esforzarse, donde no haya dificultades en el camino, donde tengan la oportunidad de hacer lo que quieran de sus vidas sin tener un límite o una barrera. A mi no me gustan esos juegos, podrían ser divertidos, pero una vida sin una meta no sirve para mí. Siempre he necesitado de las historias para poder sentirme viva, de hacer cada momento de mi vida una novela y que todos la sientan así, porque así la vida tiene mucha más magia.
Historias, vivir en ellas, un mundo con limitaciones económicas y culturales ¿Cómo puedes luchar contra eso? Pues fácil, ahí viene mi sueño de secundaria, de una joven que como ya había explicado en la primera parte, no conocía un mundo ni a su gente, no sabía como funcionaban las cosas fuera de lo teórico del internet. Soñé con ser actriz e interpretar a las más valientes princesas, luchadoras, científicas. Soñé con vivir en distintos mundos por al menos un momento, donde me sintiera feliz, libre, aunque la mayor tragedia le estuviera pasando al personaje. Historias. Esas me mantuvieron viva y lo siguen haciendo, desde mi cabeza hasta la percepción del corazón de otros, esas historias, esos sueños de media noche, esos capítulos en las ventanas cubiertas de lluvia. Si, esa esperanza de salir de nuestra realidad y poder sentir el dolor, desesperación, la pena, el terror, miedo y felicidad de otros en nuestra propia piel, eso me mantenía viva. Porque el alimento me hacía insegura, pero el alimento del alma, ese me hacía poder volar y sentir que nada era imposible.
Historias. Curioso como se convierte la realidad en algo tan subjetivo cuando la vemos así.
Volvemos a la realidad, a la extrema crudeza de la vida que me decía que no podía llenar un papel y aún si lo hiciera, era prisionera de las creencias de una familia con miedo, así que tampoco era una opción salir de ahí. Así que decidí escribir. Probablemente la mejor decisión que he tomado en mi corta vida. Empezar a creer y sentir otros mundos era como respirar el aire de un país recién descubierto, uno no puede decir la diferencia, los mismos árboles, animales y hasta gente, pero lo sientes, lo sientes en el aire, como tus pulmones dejas de estar tan llenos de tristeza y se convierten en algo hermoso, como vías de un tren que jamás descarrilan. Sintiendo esa brisa recorrer toda tu mente, como el mundo parece estar en tus manos y poder moldearlo a tu manera. Danzar con los vientos como van aumentando. Así se siente, después de tanto tiempo soportando mis propias emociones, respirar, saber que están en algún lugar, en la partícula de un papel, en los ojos de un espectador invisible, en la esperanza de algún día ser leído con grandeza, por nadie más que uno mismo. Decidí crear el mundo como yo lo quería y ahí nacen historias que aún no han sido plasmadas en su totalidad, pero que todas tienen un sentido, un sentido de libertad, para que el espectador no sienta nada de su realidad.
Recordemos que esto es un eterno blanco y negro. No se puede ser feliz toda la vida y menos si eres border, se pasan largos periodos de tristeza de la cual no puedes salir, no tienes opción. La libertad es peligrosa, porque con ella podemos arruinar nuestro propio destino. Arruiné mi propio destino. Todas las historias se quedaron en mi cabeza, rondando como fantasmas en los pensamientos que me dañaban día con día, que desaparecían mi persona sin quererlo, intentaban protegerme, pero lograron aislarme de la vida, incluso de la imaginaria. Recuerdo haber vivido años enteros en automático, sin pensar, sin sentir, sin creer en algo en específico. En ese tiempo, la vida parecía sólo la cruda realidad, aunque en momentos de soledad, llegaban complementos de las vidas de los personajes sin nombre. Esas historias son largas y todo tiene un motivo, aunque quizá su creación nació de la desolación de un sujeto.