La Gema de la Reina

Capítulo I. “Esos detalles de la vida”.

Me incorporé de golpe con el corazón latiendo rápido y con fuerza, como si éste se fuera a salir de mi pecho. La alarma aun sonaba aturdiendo mis oídos de la manera más molesta. La apago con mucha pesadez, mientras me froto la cara para despertarme. La luz cálida de la mañana entra por mi ventana posándose en mi rostro, provocando que abriera los ojos de una vez. Miré mi calendario que marcaba, "lunes, 11 de septiembre 2017". Y sonrei de oreja a oreja.

—¡Es mi cumpleaños! — exclamo alegremente con un cantar.

Me levanto de la cama en dirección al baño. Abro la llave y esperé a que el agua caliente salga, mientras pongo una canción de mi reproductor del celular. Coloco una de mis canciones favoritas, Schoolin' life de Beyoncé. Durante mi ducha cálida, tarareaba la canción en voz alta.

... Hot, top, flight. Boy out of sight. And I'm crazy, all day... all night. Who needs a degree when you're Schoolin' life... Oh.. oh... Oh... — cantaba y bailaba al ritmo de la música.

Salí del baño en dirección al espacioso closet, tomando un vestido rojo, holgado de la cintura hacia abajo, cubriendo la mitad de mis piernas, combinándolo con unos tenis negros y una chaqueta blanca de cuero, además de un bolso floreado de blanco con negro. Me tomo un tiempo, mirando mi reflejo en el espejo de mi peinadora, para observar la fotografía de la boda de mis padres; que estaba enganchada por la esquina de éste. Una oleada de recuerdos cubrió mis pensamientos en aquellos memorables días que compartimos los tres juntos en el parque, aquellos maravillosos viajes en las vacaciones, y las noches que papá se sentaba a la orilla de mi cama contándome historias extraordinarias de reinos, brujos y criaturas mágicas que asechaban en las noches, entre otras fantásticas historias heroicas que provocaba en mí un entusiasmo y escalofrío, erizando mi piel. Cerré los ojos para espantar los bellos, pero dolorosos recuerdos, y seguir con mi día.

Al terminar de arreglarme bajo por las escaleras de caracol que da a la cocina, pero choco con mi nana, Matilda; una mujer mayor de sesenta años con estatura promedia, pelirroja de piel pálida con unas que otras arrugas con pecas en su mejillas. Es la ama de llaves de la casa, y mi nana de corazón desde que tengo conciencia, siempre ha estado conmigo cuidándome, y más cuando mi padre falleció en aquel terrible accidente de auto. Es la única persona en quien más confío, y la única que se preocupa por mí, además de mi madre.

Ella subía las escaleras, llevando en sus manos unas sábanas blancas.

—¡Mi niña! ¿Adónde vas tan rápido? — pregunto exaltada mirándome con esos ojos color miel.

—Lo siento, — me disculpo sonriendo con nerviosismo. Me un poco ansiosa hoy.— Tengo el tiempo contado.

—Tranquila, solo es tu primer día de clases. – Metió la mano en el bolsillo de su delantal y saca de él una pequeña cajita de regalo y me lo entrega. – Además de ser tu cumpleaños.

Lo tomé sorprendida, conmovida por su gesto y la envuelvo entremos brazos.

—Gracias Matilda, – le susurro. – Eres la mejor, te quiero.

—Yo también te quiero cariño, – nos separamos. – Ve a desayuar, tengo que terminar con esto, – hace un ademán con los ojos.

Asiento y le doy un espacio en la escalera para que suba. Guardo la pequeña caja en el bolsillo de mi pantalón y termino de bajar.

La cocina estaba en un profund silencio. Mamá estaba sentada en la mesa, absuerta en su tableta mientras tomaba su café matutino. Ella es la editora en jefe de una prestigiosa revista de moda, llamada Monroe. Mi madre Antoniette Laforêt, es una mujer de unos treinta y siete años de edad, estatura promedio, rubia, con unos ojos tan intensamente verde como los míos. Muy centrada en su trabajo y perfeccionista como e peinado que llevaba. Hoy vestía una camisa de seda blanca junto con una falda tubo de color fucsia y sandalias de blanco.

A su lado estaba su segundo esposo, Henry Draco, un hombre de unos cuarenta años con un trabajo en una editorial, también como editor en jefe. Su anatomía era la de un atleta, pero era un simple hombre de negocios que vestía trajes durante el día, aunque en su tiempo libre lo use de para entrenar. O eso es lo que dice en sus entrevistas, porque la verdad es que es todo un mujeriego.

“... Y como no serlo si tenía aquellos ojos azules, cabellera tan oscura como la misma noche, más una sonrisa tan pícara que podía llevarte al infierno... ” — palabras de mi mamá cuando le contó a sus amigas de su prometido.

Se conocieron hace tres años en una fiesta y de inmediato empezaron a salir, dos meses se casaron. Duramos un año viviendo juntos en Nuevo Orleans en la Mansión Laforêt, pero nos mudamos a Cincinnati-Ohio hace como dos años con la ilusión de un futuro mejor, en una lujosa zona residencia al este de la ciudad, junto con su hija Pamela, que lo único que teníamos en como era la misma edad. Compartía la misma altura y cabello que su papá, solo que sus ojos son de un marrón oscuro y su figura es tan delgada como un fideo. Ella ocupaba el asiento del mesón comiendo su cereal favorito. Llevaba puesto una franela negra con unos jeans desteñidos y rotos en las rodillas, con unas sandalias de plataforma marrón.

Todos ellos ignoraron mi presencia apenas piso la cocina. Me encojo de hombros quitándole importancia, y voy hacia la nevera. Tomo una soda, y me siento en la mesa, frente a mi madre para que notara mi presencia. Aun así, me ignoraba, miré hacia Henry quién también bebía su café y leía el periódico.




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