La gitana ©

Capítulo primero

Lukas Beowulf 

Aparqué la camioneta estacionando sobre la acera de la manera más perfecta posible. Enfrente de mí, la gloriosa empresa familiar con el eslogan.

"Las telas de los Beowulf son mucho más que simples telas"

 

No sabía quién contrató a esa compañía de marketing, pero alguien debía reemplazar esa frase comercial antes de que cualquiera se empiece a reír.
 

Y del otro lado un grupo de personas gitanas. De esas que tejen atrapa sueños o que caminan descalzas con un ukelele imitando las canciones de maná. Y todas llevando a cabo sus rutinarias marchas de protesta contra la empresa.
 

El toque de unos nudillos femeninos contra mi ventana cristalina me sacó de mis pensamientos. Divisé solamente los pechos caídos sin sostén de una mujer con cabellera castaña. Vestía tan coloridamente como si la vida fuera cereales circulares de colores. Una pollera comenzaba sostenida desde su cintura baja, dejando expuesto su ombligo, y que en ese momento imaginé que llegaba hasta por sus talones, ya que también en ese momento imaginé de lo que podía tratarse.
 

Una gitana.
 

Cerré los ojos y reuní aire por la nariz para mantener la calma y no perder la paciencia. Bajé la ventana del vidrio en un espacio de aproximádamente cuatro dedos horizontales.
 

-No quiero cassettes -aclaré tajante.
 

Y volví a cerrar el vidrio de la camioneta sin esperar alguna respuesta. Pero la mujer no se movió. Observé sus movimientos en cuanto volvió a levantar sus nudillos para depositar nuevamente dos golpes de llamado. Volví a reunir aire para volver a bajar el vidrio.
 

-No quiero cassettes -repetí con pensamiento irrebatible.
 

Y volví a cerrar el vidrio. Pero la mujer sólo esperó unos segundos para volver a levantar sus manos. Antes de que pudiera tocar el vidrio, lo bajé. Y ante esa actitud tan insistente de la mujer, descargue toda inquietud que pude haber sentido.
 

Incliné mi cuerpo y llevé mi mano derecha a mis bolsillos, al sacar mi billetera tomé un billete al azar y se lo apretujé en las manos a la mujer.
 

-Ya, ¿ahora, quiere dejarme? -emití en un susurro.
 

Por primera vez la mujer dejó ver su rostro. Al bajar la cabeza para responderme tenía los labios apretados y los ojos marrones levemente entornados, sus cejas delineadas acompañaban la mirada de confusión con un ceño fruncido exagerado.
 

-¿Usté qué creyó? -interrogó, -yo no he venido a quitarle ni un centavo, sólo quería evitarle el problema de la multa que tiene pega' ahí en la parte trasera de su auto -aclaró. Era verdad, por el retrovisor podía ver a un oficial colocando una hoja pequeña de color verde, -y sabe, flácido catarata de grasas trans, no son cassettes nada más, son ademanes de guía espirituales por medios sonoros -había dicho finalmente.
 

-Oh, claro, y yo soy un lector de manos  -dije sin gracia alguna, -pero gracias de todos modos -susurré, al posar mis ojos nuevamente en sus pechos, hasta podía haber jurado ver las puntas de sus pezones por sobre la tela, -y ¿quiere usted un consejo? No vista esa ropa de arcoiris múltiple enfrente de mi empresa de lencería.
 

Carajo, había cometido un error.
 

-¡Ah! Con que usté es el dueño de ésta fábrica, ya debía suponerlo yo, la actitud no le falta.
 

La mujer se agachó por un par de segundos. Sin ella en el margen de mi vista pude ver cómo sudaban las mujeres y los hombres que levantaban los carteles de la protesta. 
 

Carajo, como se esforzaban, ¿pero por qué?.
 

Al levartarse, la mujer cargaba entre sus brazos un cachorro de raza indeterminada de color negro -eso o era la suciedad que cargaba-.
 

Y la mujer le estaba hablando.
 

-Mira Firulais, este monstruo mata a todos tus amigos para vender sus pieles a personas con dinero, claro, el que tiene dinero mata lo que quiere, cuando quiere, ¿no, señor?, -levantó su mirada y fijó sus ojos en los míos, -apuesto a que no le alcanzarían los espermatozoides para decírselo al cachorro, -agregó.
 

La mujer levantó al cachorro y lo acercó a mí. Para demostrar una pizca de humanidad, no la aparté. La dejé acercarme al animal todo lo que ella quiera. Y cuando estuvo enfrente de mi rostro, habló.
 

-Ande, digáselo, -su semblante era serio, triste, su rostro había pasado de ser desafiante a ser expresivo, -digáselo mirándolo a sus ojos, -agregó.
 

Entonces cometí el error de mirar a los ojos al animal. Él miraba expectante, como si fuese que también esperara a que diga algo, como si fuese que entendiera lo que estaba pasando. El cachorro ignoraba el unísono de los gritos de afuera y sólo se concentraba en mí, en mi rostro, en mis ojos. Y esperaba. 
 

Y entonces lo entendí. El cachorro esperaba mi respuesta, él entendía todo y esperaba mi respuesta.
 

-No mato perros -aclaré.
 

-¿Este señor te está molestando? -había preguntado un hombre joven por detrás de ella, agarrándola de la cintura.
 

Otro tela de arcoiris andante.
 

-No, Jofranka, el señor ya se iba -agregó la gitana sentimental. Enfatizó la oración.
 

¿Pero qué carajo? 
 

Tragué saliva. La volví a mirar a los ojos.
 

-No mato perros -repetí.
 

-Usté trata de convencerse más a usted mismo que a mí -refutó.
 

-No mato perros -agregué por tercera vez, la mirada fija en sus ojos comunes.
 

Sin esperar alguna respuesta, encendí el motor y dejé atrás la escena. Obligué a mis ojos a no mirar por el retrovisor pero cuando mis ojos fallaron, se hallaron con su ya imaginada anteriormente falda larga, efectivamente llegaban hasta sus talones. Y la apertura que tenía en el lado derecho quedaba totalmente abierta por el empeño del viento, dejaba a la vista su muslo grueso y su larga pierna definida.
 



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En el texto hay: misterio, mistica, romance adulto

Editado: 03.07.2020

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