La gitana ©

Capítulo octavo

A la mañana había despertado confundido.

La entrada del edificio estaba repleta de trabajadores bajando el antiguo cartel para colocar el nuevo con el nuevo eslogan comercial.

El almacen de ventas de los gitanos estaban con sus grandes ventanas abiertas.

El local de Rebecca estaba siendo visitado por una mujer que compraría dos cassettes, y éstos eran probados con anterioridad por la radio.

Alterné la mirada entre el edificio de trabajo y el almacén de Rebecca, avancé hasta la mujer.

-Lo había estado buscando -había dicho.

Giré la cabeza por detrás para ver que no haya nadie detrás de mí, tampoco al lado, tampoco del lado contrario.

-¿A mí? -pregunté, esa simple emisión de Rebecca era incrédula para mí. Ella no tenía nada que buscar conmigo, por alguna razón, siempre era yo el que terminaba buscándola.

-Perdóneme por causarme embriagadez, siento que usté haya tenido que hacerse cargo de mí -agregó, -y se lo agradezco mucho, pero debió escuchar cuando le dije que no me llevara a la robleda, dígame, ¿qué vió?

Por supuesto, no había Rebecca complacida.

-¿Por qué le preocupa tanto lo que haya visto? -pregunté, -¿teme que yo sepa que convirtieron en un tambor a un ser humano? -susurré cerca de ella, acerqué mi boca a su oído mientras me incorporaba sobre la mesada, -dígame, Rebecca, ¿con qué moral, o mejor dicho, con cuál de la doble moral viene usted a acusarme de ser un ser sin luz, un ser no ve la bendita luz que le alumbra todos los días, si usted no es nada más que una enferma.

-Usted no sabe de lo que habla -respondió, -si fuera una enferma, no sería espiritualmente capaz de atraer a sus palmas a un pájaro -agregó, -¿qué mejor alma que aquella que puede provocar atracción de la naturaleza a un incorrecto?

-Usted puede atraer a mí todo lo que usted quiera, pero si ese pájaro se posó por sobre mis palmas fué por que así lo quiso, ¿o también ahora influye en la mente de pájaros, Rebecca?

-Usted no podría atraer a nada -respondió, nuestros rostros estaban uno delante del otro mientras nuestras miradas no hacían más que retarse.

-Pruébeme -dije.

-¿Es una apuesta, Sr. Beowulf? -preguntó, una sonrisa se extendía débilmente sobre sus labios.

-Es una apuesta, Rebecca -respondí.

-Si yo gano, olvidará lo que vió ayer por la noche, no preguntará nada al respecto -apostó.

Una sonrisa taimada se extendió en mis labios. Es posible que, ella haya podido sentir con sus labios el movimiento de los míos, puesto que nos encontrábamos peligrosamente cerca de una manera brusca, retadora e intensa.

-Si yo gano, hará exactamente lo que yo quiera por todo un día -aposté.

Dos de sus manos volvieron a sostener una de sus manos para caminar a la robleda.

Visualice nuevamente ante mis ojos el mismo patrón de camino ya conocido antes de llegar al caudal.

En ambiente, ese día, era silencioso. No se podía escuchar a los grillos ni a los insectos. El movimiento de alas de los pájaros tampoco eran audibles.

El caudal, por supuesto, era la excepción. Al acercarse a él se podía oír el fuerte choque de los fluidos del agua contra las rocas.

Por dentro de mí, algo me decía que yo no podría conseguir lo que me había planeado esa vez. El sentimiento de nerviosismo en exceso, invadió, por primera vez, en Lukas Beowulf.

El saber que yo no tenía todas las cartas con los mejores números era saber que estaba andando en círculos.Y que gire a donde gire, Rebecca sabía a la perfección el mecanismos de estos juegos.

Tragué saliva.

-Hágalo -expuso Rebecca.

La miré para notar que su expresión era ridícula, pero además de ridícula, triunfante.

Volví a observar todo a mi alrededor, y encima del árbol, muy por  en medio de las hojas perennes, estaba un pájaro.

Tragué saliva por segunda vez.

-Señora naturaleza, soy éste cuerpo en medio de su todo  -dije mientras miraba todo lo que estaba al alcance de mis ojos.

Miré a Rebecca, sus labios estaban entre abiertos, lo que estaba diciendo fué imprevisto para ella.

-No soy el cuerpo que tiene una boca que habla mientras lleva todo lo bueno, pero tampoco soy la peor -agregué, podía sentir sobre mí la mirada pesada de Rebecca.

-Puedo oler tu todo escuchándome -acusé, al mirar a Rebecca, la mujer se encontraba concentrada, -soy un insignificante punto en el medio de tu todo, soy un insignificante hombre que quiere poder tenerte -agregué, -ayúdame a tenerte.

-No me había dado cuenta de que todos los días el sol impactaba violento contra mi rostro hasta que te ví desnuda, hasta que escuché que fluiste en el caudal. Y déjame decir, señora naturaleza, si fueras una mujer en cuerpo, serías la más sexy.

Pude escuchar, en el medio del ruido de los fluidos, la extensión de los labios de Rebecca para formarse, en tal vez, una sonrisa. Y jamás volvería a ese momento para girarme y confirmar, que en ese momento, haya hecho sonreír a Rebecca.

-Siento mucho no poder hablarte en guaraní -traté, inmediatamente, de poder pronunciar palabras que la encanten, -arekose irete -dije.

Por detrás de mí, Rebecca reía.

-Acabaste de decir que quieres hacerme el amor.

Carajo.

Era curioso, en algún momento había pensando en que algo así iba a suceder.

Con mis pies, me acerqué hasta su cuerpo, -¿cómo le digo que quiero hacerle el amor? -pregunté.

Estaba pasando por un proceso de desesperación, mi respiración agitada chocaba contra el rostro de Rebecca mientras estábamos demasiado cercanos.

-Arekose nde rete -susurró.

-Arekose nde rete -susurré, la mirada de Rebecca aún estaba conectada con la mía, -si me dejas tenerte, organizaré un pago a  tu todo, con gitanos -agregué de una vez.

Rebecca había quedado inmóvil, aún volviéndose a repetir en su cabeza cada palabra que yo pude haber articulado.

Caminé hasta el borde del caudal para sentarme sobre mis rodillas, aún sentía la mirada de Rebecca.



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En el texto hay: misterio, mistica, romance adulto

Editado: 03.07.2020

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