El viaje duró casi ocho horas.
Fuera del aeropuerto los esperaba un auto que los condujo a la casa de Harlem.
Emily sintió paz al volver a aquella ciudad luminosa y bella. Recorrer de nuevo aquellas calles que conocía mejor que las de New York, le generó una sensación de confort que no sentía hacía tiempo. Los Ángeles era su segundo hogar, y el que más conocía. Hasta ese momento no se había dado cuenta cuanto lo había extrañado.
—¡Emmilianne! —chilló Harlem al verla y correteó para abrazarla con fuerza—. ¿Cómo has estado? ¡Qué suerte que me harás compañía esta noche! ¡Julius se fue a una conferencia de cirujanos en un lugar que no puedo pronunciar, así que no importa!
—Te extrañé, Harlem —murmuró respondiendo a su abrazo con los ojos cerrados. Realmente lo había extrañado.
—No, no, no, no —negó el aludido secando una lágrima que no estaba allí—. No nos pongamos emocionales.
—Exacto —apoyó Murdock entrando tras Emily a la preciosa y extravagante casa del modisto—. Primero cenemos, por favor, ¿qué delicia nos has preparado, Harlem?
—Pues —murmuró el hombre guiándolos al comedor, donde todo, desde sillas, a muebles e incluidos la mesa, eran transparentes—. De hecho compré salsa, mucha salsa, de todo tipo; de brócoli, blanca, tomate, zanahoria, verdeo y de lo que me pidan…pero, distraído yo, olvidé comprar algo con que acompañarlo, siquiera tenía un mísero pan, así que decidí hacer papas a la francesa.
—Me agrada más que el pan —confesó Emily sentándose en una de las cinco sillas trasparentes.
—Y a mí —secundó Murdock acomodándose frente a Emily y sacándose por primera vez los lentes de sol espejados. Se le notaba cansado, tenía unas suaves ojeras bajo los ojos y el rostro pálido—. Oye, Harlem…
—¿Si, Murdie? —cuestionó el modisto colocando un gran bowl de papas a la francesa en medio de los tres, alrededor estaban todos los pequeños recipientes transparentes llenos de todo tipo de salsas, esperando a ser probados.
—¿Te causaría muchos problemas si yo también me quedo? —cuestionó sobándose los ojos, como un pequeño niño con sueño—. Simplemente me tiro sobre tu sillón y palmo, paso a mejor vida, estiro la pata…
—¡Claro que sí! —accedió entusiasmado dando pequeños aplausos insonoros—. ¡Oh, ya que no tienes que conducir, creo que es la ocasión perfecta para abrir mi Dom Perignon, lo estaba reservando para alguna ocasión importante, y esta lo es!
Murdock asintió rápidamente;
—Suena espectacular.
—Sí, pero no bebamos mucho, los tres tenemos que dejar algo de estómago alcohólico para mañana. ¡Me voy a embriagar como Winona Ryder! —comentó Harlem—. ¿Cómo te preparas, tú, Emmilianne?
—¿Prepararme? —preguntó la aludida dejando su papa a la francesa por la mitad—. ¿Prepararme para qué?
Harlem se tapó la boca y miró con un dejo de disculpa a Murdock, quien solo suspiró agachando la cabeza, vencido por el mismo cansancio.
—Emily…mañana es veintinueve de julio —comentó rascándose tras la oreja para luego afirmar—; tú recuerdas.
Emily apretó los labios y negó con la cabeza; la fecha le sonaba, pero no sabía de qué.
—Mañana es el cumpleaños de Danton, cariño —dijo Harlem finalmente.
Los ojos de Emily se empequeñecieron mientras caía en cuenta, y asesinó con la mirada a su estático amigo.
—¡Lo hiciste a propósito, Murdock Hampton! —chilló cruzándose de brazos, incrédula—. ¡Me mentiste!
—¡No, claro que no! —se defendió el muchacho—. Yo te dije que vinieras, porque Harlem y Jamie te extrañaban, y no mentí al respecto.
Harlem asintió efusivo con el tenedor en la mano.
—No mintió.
—¡Me ocultaste lo de Danton!
—¿Cómo iba a saber que no sabías de su cumpleaños?
—Mejor apuremos el alcohol —canturreó Harlem incómodo, abriendo la botella de champagne y sirviéndolo en una de las muchas copas que tenía cada invitado.
—Sabes cómo terminaron las cosas entre nosotros —susurró Emily bebiendo la copa que tenía frente a ella de golpe—. Terminaron bien…no quiero verlo ahí con alguna…
—Sabes que él terminó con Sevin…
—¡Tiene un millón alrededor de él! —masculló tomando la botella de Dom Perignon para servirse más champagne—. No quiero…
—Oh, Emily —suspiró Harlem apenado, apoyando el rostro entre sus manos.
—¿Qué? —preguntó ella, enrarecida.
—Aun lo quieres —le respondió Murdock por Harlem—. Y mucho…
Emily intentó poner los ojos en blanco y lucir ofendida, pero claramente no lo logró, principalmente por el poderoso sonrojo que le recorrió las mejillas y el dejo amargo que tomaron sus facciones al oír eso.
—¿Tanto se me nota aún? —preguntó, tapándose el rostro con ambas manos. Escuchó las suaves risas de sus amigos y los miró apenada.
—De hecho no —confesó Harlem sonriendo—. Hasta que alguien lo menciona...ahí fluye todo en ti, te vuelves de todos los tonos del rojo y en todas las variantes del párkinson.
Emily se tapó el rostro de nuevo, pero esta vez largó una carcajada nerviosa.
—Pero no —murmuró al recuperarse—, decidimos que hacer lo mejor por Jamie era, redundante, lo mejor que podíamos hacer.
—Nadie dijo que se junten, ni que se unan en sagrado matrimonio —dijo Murdock—, solo irás, le dirás feliz cumpleaños y te quedarás toda la noche a mi lado y al lado de Jamie.
—Suena fácil cuando lo dices así —suspiró Emily tomando una papa para mojarla en salsa de espinaca—, pero...
—Va a ser solo una noche, horas, cuatro a cinco quizá —le explicó—, quizás setenta invitados, Emy.
—Aun así…
—Lo que mejor podemos hacer ahora es comer —interrumpió Harlem para que la discusión no se alargara de manera innecesaria en lo mismo de siempre—. ¿No les parece?
—Si —asintieron los otros. No era necesario darle vueltas a lo innecesario, ella iría a esa fiesta, quisiera o no.
Y en cierto punto, muy, muy dentro suyo, si quería ir.