La Harley del diablo

Una cita de amor

—Quiero estar sola. No voy a permitir que te quedes conmigo por nada del mundo. Así que, cuando quieras, puedes salir por la puerta —le decía con palabras ásperas. Ismael pudo comprobar que la joven era muy terca. No la conocía en profundidad para saber cómo se portaba en realidad. Lo que sí sintió fue una desesperación en su cuerpo. No podía decirle la verdad, pero no podía irse, se lo debía al señor Morales.

—No puedo irme porque tu madre me contrató —mintió, atolondrado. La situación se le iba yendo de las manos, aunque no podía decirle que el que lo había contratado era su suegro.

—¿¡Mi madre qué!? ¿¡Por qué!? —exclamó la joven con la boca abierta.

—Me dijo que estabas en peligro.

—¿Que yo estoy en peligro?, ¿qué peligro?, ¿por qué? Dímelo.

—No te lo puedo decir, es un secreto profesional —subrayó, ante la insistencia de la joven, que cada vez estaba más alterada.

—A mí me corresponde saberlo, tengo derecho. Y si estoy en peligro, mucho más. Debes decírmelo.

—¿No sería mejor que fuéramos al cementerio? —cambió de conversación, para poder calmarla, aunque no creía poder conseguirlo

—No, yo no me muevo de aquí hasta saber qué es lo que mi madre temía —Fanny insistía y lo miraba con una mirada desafiante.

El joven sabía que ya no podía mentir más, tenía que decírselo.

—Vamos al salón y allí te lo digo.

La joven se sentó en una butaca esperando con ansiedad lo que el chico le tenía que decir.

—Estás en peligro. El accidente en el que te viste envuelta no fue un accidente, fue un atentado contra ti. Te dispararon, te diste con un semáforo y un adoquín, y perdiste la memoria.

—¿Quién quería matarme, y por qué? —preguntó la joven, que no podía creer que alguien quisiera matarla, qué enemigo podía tener ella. 

—No sabemos quién puede ser. La policía no tiene pistas; y, si tu agresor sabe que has quedado con vida, vendrá de nuevo a por ti. Esperamos que recobres la memoria para que nos digas lo que viste aquella noche.

—No recuerdo nada de nada —comentó, en un estado de perturbación, buscando, en algún rincón de su memoria, una pequeña llama que le diera luz en sus recuerdos.

—Por eso no puedo alejarme de ti. Soy tu protector.

—Un guardaespaldas, siempre a mi lado. No, eso no lo puedo soportar, no te quiero cerca de mí. No, de ninguna de las maneras te quiero a mi lado.

—Tendrás que soportarlo. Debes hacerlo por tu madre.

—Tienes que saber más de mi vida. Cuéntame todo lo que sepas de mí.

El muchacho se quedó callado. No quería decirle lo de su novio. Si se enteraba de su amor, él no podría optar a ella. Aquellos pensamientos le hacían daño, tenía que pensar algo rápido para apartar de ella la tentación de saber acerca de su vida.

—Te lo explicaré todo. Pero antes debemos ir al cementerio a darle el último adiós a tu madre y escuchar la misa.

—Está bien. Pero cuando volvamos me lo aclaras con puntos y comas, y sin mentiras.

—De acuerdo. Vamos, pues, ahora —El joven suspiró, aliviado; había ganado algo más de tiempo. 

Ismael había conseguido unas horas más de plazo. Organizarse y prepararse para una fuerte reacción cuando le desvelara a la joven lo de su novio y llegaran los recuerdos de su destino roto. 



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En el texto hay: una harley

Editado: 06.04.2024

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