La Heredera

Capítulo 12.

Farah Hernández

Me encontraba en el aeropuerto de California lista para subir al avión cuándo recibí una llamada de mi padre, hacía mucho que no sabía nada de él y compré pasajes a México para navidad sin que él lo supiera y tuve que mentirle y hacerle creer que estaba en el instituto para que no sospechara nada ya que era una sorpresa.

Estos meses han sido muy duros, y creo que necesitaba un cambio de aires. Volver a estar con mi padre me iba a devolver esa felicidad y esa paz que tanto necesita mi alma en este momento. Volver a mi casa de siempre, con mis gata tricolor Nala y mi loba Freya.

El instituto me está yendo bien así que puedo permitirme unas mini-vacaciones que espero que no se conviertan en mudanza. La situación con Dastan volvió a empeorar, o al menos es la sensación que me transmitía. Nuestra relación, de amigos lógicamente, pasó de todo a nada. A raíz de conocer a sus padres por sorpresa aquella noche, todo cambió. Nos veíamos poco por los pasillos del instituto pero compartimos círculo de amistades e incluso ahí, era invisible para él. No existía. O al menos para sus ojos. Pero sé con certeza que para su corazón siempre había un hueco para mí. O al menos eso me decía Sofía; que estaba convencida por boca de David que a Dastan le gustaba. Entonces, ¿Por qué me ignoraba?

No avisé a nadie de que me iba, solo a Ryan y a Mariah y por qué compartimos techo, si no, se levantarían un día no me verían en la cama o en la habitación leyendo y entrarían en pánico llamando hasta la limpiadora que viene una vez a la semana y preguntarle si me había secuestrado. Simplemente; hice bomba de humo.

El olor de volver a casa siempre me trae bonitos recuerdos. Esos recuerdos que nunca te vas a sacar de la cabeza y que cualquier olor, cualquier tacto o cualquier sentido hará que te transporten a ese lugar. El problema viene cuando un aroma me recuerda a ese chico que vi por primera vez en aquél restaurante en verano con su grupo de amigos y noto como mi corazón se quiebra. Me duele mucho sentirme invisible para la gente. Duele mucho sentirse vacía, sin ganas de seguir adelante y que lo único que te mantiene en vida es que tu padre esté bien. Pero ya no estaba segura de eso, no hasta que no lo viera con mis propios ojos.

— Gracias por traerme Jack, ya sabes que no hace falta que me abras la puerta. —le sonreí mientras me bajaba del coche. Conozco a Jack desde que tengo uso de razón, es un gran amigo de mi padre, y siempre han estado juntos incluidos los temas de negocios. Jack es mi sombra. No la típica que se hace notar y que todo el mundo ve. Me protege desde la distancia, la justa para poder estar ayudándome si me pasa cualquier cosa. Dónde voy yo, venía él.

— ¿Dónde está el viejito de mi corazón?

— ¡Farah por el amor de Dios! ¡¿Qué haces aquí hija?!

— ¿De verdad crees que no iba a pasar las navidades contigo? —automáticamente nos fundimos en un largo y entrañable abrazo.

El espíritu navideño en mi familia es algo que se lleva en la sangre, y cada año nos juntamos toda la familia para celebrarlo. En la entrada de la mansión te encontrabas un árbol de navidad gigante que podía medir perfectamente cuatro metros decorado con bolas doradas y grises y unos regalos de decoración rodeandolo por la parte del pié.

Ver la alegría de mi padre por pasar las navidades con él ya fue todo un regalo. No quería nada más. A raíz de ser hija única y tener como único soporte emocional a mi padre, siempre se lo contaba todo. Le hablé de mi primer novio con trece años, e incluso le pedí consejos sobre cómo se perdía la virginidad, eso fue más complicado ya que para mi padre soy intocable y cualquier persona que se atreva a hacerme daño acaba bajo tierra. Vivo o muerto eso ya es decisión momentánea. Tocaba ponerle al día sobre mi situación y no estaba segura si contarle lo mío con Dastan o simplemente guardarlo para mí.

— ¿Y como dices que se llama esa chica?

— Sofía. La considero mi mejor amiga. Desde que empecé el instituto no se ha separado de mi en ningún momento.

— Me alegro mucho por ti hija. —suspiró con alivio— Ya era hora que por fin encontraras amistades que valiesen la pena.

[...]

Me encontraba con mi tía Camila haciendo los últimos preparativos de la cena de año nuevo antes de sentarnos todos juntos en la mesa y disfrutar de la compañía de la familia. 

Hay una serie de reglas que todos los años intentamos cumplir a rajatabla; no hablar de negocios, política y de personas que no se encuentran entre nosotros. Mientras cortaba un trozo de mi pavo navideño surgió la pregunta del millón por parte de mi tío Gabriel.

— ¿Algún chamaco bien apuesto y adinerado se ha apoderado del corazón de mi querida sobrina?

Tierra trágame.

— ¿Eh? Bueno… Hay un chico por ahí —evité el contacto visual con mi padre lo máximo que podía— pero no es importante. Creo que no es mútuo.

— Él se lo pierde sobrinita. Hay miles y miles de peces en el mar.

Yo sólo quiero a ese pez. Los demás son insignificantes para mí.

— Antes de que acabe el año quiero hacer un brindis y dedicar unas palabras a esta maravillosa familia que tengo. —mi padre cogió aire antes del discurso— Me siento bendecido un año más por poder compartir estas fechas junto a ustedes, sobre todo con mi hija. Haces que proclamar que soy tu padre sea todo un orgullo para mi y estoy muy contento de que un año más pueda seguir disfrutando de la mujer en la que te estás convirtiendo. Siempre voy a estar orgulloso de ti y de tus éxitos.

— ¡¿Va a llorar?! —dijo uno de mis primos pequeños de fondo.

— Que bonito es poder decir que soy tu hija papá. Los valores y la educación que tengo es todo gracias a ti —intento no llorar, juro que lo intento pero es muy complicado— Sé que no os gusta hablar de personas que no están entre nosotros, pero quiero dedicarle este brindis, como cada año, a mi querida tía Regina. Es mi ángel de la guarda y sé que me está cuidando desde allí arriba.



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En el texto hay: mafia, adolescente, amor

Editado: 10.05.2024

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