La herencia maldita

Capítulo 9.

Felipe.

Caminando por los pasillos de la galería y mirando las pinturas de mi padre que estaban a la venta, de repente me sorprendí pensando que mi padre amaba mucho a Zermatt, aunque había vivido allí durante unos cinco años en toda su vida. ¿Por qué no se quedó allí para siempre? Desde que tengo uso de razón, nuestros encuentros tenían lugar en casa de mi abuela en San Marino, donde yo venía de vacaciones, o en Berna, donde él trabajaba, o en Ginebra, donde yo vivía con mi madre. Solo estuve una vez en Zermatt cuando traje el cuerpo de mi padre para el entierro.

Esto fue hace seis meses. Mi madre me llamó al trabajo y me dijo que mi padre estaba en un hospital en Ginebra en muy mal estado, por lo que tuvo que volar hacia él. En ese momento no pude acompañarla, ya que estaba trabajando en un contrato que se suponía debía firmar con los indios sobre el nuevo fármaco y para ser honesto no tenía ganas de fingir que me preocupaba su estado.

Pero a las dos semanas me llamó mi madre y me dijo que él había muerto y que tenía que dejar todos los asuntos y volar urgentemente a Ginebra, porque teníamos que cumplir su último deseo y enterrarlo en Zermatt, y no en nuestra cripta familiar en Berna.

No sentí mucho pesar por esta pérdida, ya que él siempre era un extraño para mí, pero no quería discutir con mi madre. Nuestra relación con mi padre nunca se desarrolló en una amista cariñosa, nunca mostró mucho amor por mí, y solo nos vemos porque mi abuela, su madre, insistió en mantener una relación familiar. Ni siquiera me llamó "hijo", solo se dirigía a mí por mi nombre de pila. Un día, cuando de repente le pregunté directamente ¿por qué no me amaba? ¿qué le hice o que debería hacer para conseguir su amor?  me respondió con calma:

- No es tu culpa, Felipe. Es simplemente naturaleza masculina. Un hombre ama al niño sólo cuando ama a su madre.

Después de estas palabras, detuve los estúpidos intentos de llamar su atención y me fui a París. No volvimos a vernos en vida.

Fue ese día de su entierro, cuando vi por primera vez nuestro castillo, o más bien lo que quedaba de él. Caminé por la finca, hablé con Alan y Magda, quienes velaron por nuestra propiedad para que esta última no fuera robada y destrozada. Me dieron las pertenencias personales de mi padre y me preguntaron qué pasaría con su casa, que se encontraba en los terrenos del castillo. Les aseguré que no les quitaría su casa y que lo más probable sería que yo no viviría aquí.

No entré en el castillo en sí, porque solo una pequeña parte, en la que mi padre vivió durante los últimos dos años, estaba habitada. El estado de ánimo no era para nada nostálgico, no quería recordar a mi padre en absoluto, el único deseo que tenía entonces era terminar rápidamente todo el asunto funerario aquí y regresar a París, así que rechacé la oferta de Alan de mostrarme el castillo.

 Aunque desde cuando era pequeño mi abuela me habló de mis antepasados, de los tiempos gloriosos ​​y de la importancia que tenía este castillo medieval para la familia Von Buol. Por eso me sorprendió mucho la absurda decisión de mi padre de dejar la mitad del castillo a una desconocida, quien, además, logró dárselo a su hija.

Una llamada telefónica me sacó de mis pensamientos sobre mi padre. El número era completamente desconocido para mí, pero respondí la llamada.

- ¿Señor Felipe? Soy Alan de Zermatt. - Escuché una voz masculina con un leve acento e inmediatamente recordé a Alan.

- Sí, ¿qué pasó Alan? – pregunté un poco nervioso.

- No sé cómo decirlo, - vaciló.

- Dígalo como es.

- La heredera de su padre vino a visitarnos hoy. He visto sus documentos y parece que si lo es. -  dijo el hombre.

“Así que esta cazadora de las herencias ya está ahí”, - pensé.

- ¿Dónde se instaló ella? ¿En el castillo o en el pueblo? - pregunté.

- No, la dejé por ahora en mi casa. ¿Qué tengo que hacer?

- Nada. Si, es la segunda heredera de mi padre, o sea, su madre. Lo resolveré yo mismo. Estoy en Ginebra ahora, mañana por la mañana iré a Zermatt, así que estaré contigo a la hora del almuerzo. - prometí.

Mis planes cambiaron a una velocidad increíble. No pensé que la hija de Monti fuera a inspeccionar la nueva propiedad tan pronto. Aun no tenía el dinero para ofrecerle, tampoco tenía ganas de conocerla, pero tenía miedo de dejarla allí sola y esperar a que tomara alguna decisión absurda. Así que le pedí a François que supervisara la venta de las obras de mi padre y el apartamento mientras trataría de persuadir a esa heredera para que me devuelva el mío a cambio de algo de dinero. También decidí gastar el resto del dinero en restaurar el muro, para que nadie tuviera el deseo de quitarme mi castillo.

A la mañana siguiente, en cuanto abrieron las tiendas, compré una ropa adecuada, los regalos para Alan y Magda y algunas cosas que podría necesitar. Luego fui al encuentro con la nueva heredera.

Tan pronto como llegué a Zermatt, la ciudad, comenzó un aguacero increíble con granizo. Los parabrisas de mi auto no ayudaron mucho a combatir la cortina de agua. Tuve que reducir la velocidad y avanzar lentamente hasta el desvío hacia el pueblo. ¡Casi me lo pierdo! ¡Algún idiota puso la señal justo en el cruce!

El flujo de autos después de la curva se redujo drásticamente. Nadie me siguió, aparentemente este camino no tenía mucha demanda entre los residentes. Pero mi jeep pronto se coló por detrás de un viejo autobús de pasajeros, en el que había muy pocos pasajeros. No fue posible adelantar esta ruina, porque el camino era extremadamente estrecho y por ambos lados estaba custodiado por un alto pinar. Así que, en lugar de alegrar mi vista con la ilimitada belleza alpina, solo vi la parte trasera del autobús frente a mí todo el camino.

Y por el colmo, un chico de unos diez años por la ventana trasera me hizo un gesto obsceno.



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En el texto hay: humor, odio amor, finalfeliz

Editado: 15.05.2023

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