La herencia maldita

Capítulo 33.

Paola.

Trabajé con Anchen toda la tarde, transcribiendo las notas de la Sra. Müller. Estaba claro que ella estaba tratando de obtener ayuda del estado para la cooperativa, pero parece que no lo logró, porque la cooperativa incluía dos ramas de actividad que no tenían ninguna relación. Si los hubiera dividido en dos separados, como agrícola y turística, entonces quizás el gobierno hubiera desembolsado un par de millones, pero por alguna razón no lo hizo. ¿Por qué? Una extraña sensación de anticipación de la conspiración surgió espontáneamente en mi cabeza.

Busqué en todos los archivos y no pude encontrar una sola razón, excepto la naturaleza obstinada de los miembros de la cooperativa. Entonces comencé a estudiar cuentas de bodega, la única actividad de la cooperativa que funcionaba.

Aquí me esperaba una sorpresa increíble. Resultaba, que las uvas cultivadas en los campos, que pertenecían al castillo, se vendían principalmente a granel a una de las bodegas francesas, solo el veinte por ciento de la cosecha se procesaba en el pueblo. ¿Por qué? Para entender esto, decidí irme a la bodega local.

Era bueno que todos los edificios estuvieran en un solo lugar, a las orillas del río, de lo contrario no habría llegado. Caminar kilómetros con los tacones todo el día, no era una broma. Pero incluso a una distancia tan pequeña, me sucedió un incidente. Ya acercándome al edificio de las oficinas de la bodega, casi me atropella un chico en un patinete eléctrico. ¡Odio estas nuevas tecnologías! Desde luego, esos locos había muchos, pero tenían su carril. Pero en este pueblo nadie sabría de su existencia.

Para ser honesta, no lo noté, ni siquiera lo escuché, parecía ser un espía que se acercó sigilosamente por detrás, y solo en el último momento pude saltar a los arbustos al costado del camino. y, como resultado, me rompí el talón.

- ¡Estúpido! ¡Mira hacia dónde vas! - le grité al corredor a lo lejos.

Ya estaba a punto de estallar en llanto por el rencor hacia el chico con patinete, por la lástima hacia mí, por haber perdido los últimos zapatos decentes, aunque esto era lo que menos me preocupaba, y por la desesperanza de la cooperativa y a casa de esto aumento de mi deuda al banco. Según tenía entendido, era imposible lanzar la cooperativa en un mes sin invertir aún más dinero en ella. Quizá la idea del viejo duque no fuera mala, como insinuaba mi madre, pero la ejecución de este proyecto fue pésima. No conocí a la señora Müller, pero en mi opinión ella no entendía nada en la gestión de las empresas, ni hizo todo lo posible para no arruinar la cooperativa.

- ¿Estás bien? - De repente escuché la voz de Tomas.

- Sí, solo que rompí el tacón, - respondí, mostrándole mi zapato dañado.

- Eso es un mal menor. Se puede arreglar, - sonrió él, examinando mi zapato. - ¿Qué estás haciendo aquí?

- Quería ver la bodega y entender algo. - respondí, poniéndome el zapato roto.

- ¿Qué exactamente? – preguntó él con la voz de un inspector de policía.

- Escucha, no soy tu enemiga, no quiero dañar tu pueblo, al contrario, quiero ayudarles y para eso necesito entender cómo vivisteis aquí durante tres años.  - Dije honestamente. - No me gusta lo que aprendí de las cuentas de cooperativa. La parte financiera me parece más un sabotaje que algo productivo. Por supuesto, no conozco a la ex gerente, pero manejó muy mal las cosas.

- La señora Müller estaba jubilada desde hacía tres años, pero accedió a trabajar en la cooperativa, porque no teníamos a nadie que entendiera algo en el campo de contabilidad. - explicó.

- Tomas, pareces ser una persona inteligente, por me parece estúpido atribuir esto a la edad de señora Müller. Es posible que no conociera las últimas leyes, pero me parece que hizo todo lo posible para quebrar la cooperativa. - Solté todo lo que pensaba.

- ¿Tienes pruebas?

- No. Hasta ahora sólo tengo preguntas. ¿Por qué solo se procesa el veinte por ciento de la cosecha en la bodega? ¿Por qué su vino se vende sólo en la provincia, aunque es de muy buena calidad? ¿Por qué con menos del diez por ciento de reservas en el balneario permite de abrirlo, sabiendo que es no rentable, sin mencionar el restaurante? ¡Es una ruina ansiada! Las cuentas no coinciden. No hay dinero en la caja. ¡Ella no pudo evitar darse cuenta de eso! - exclamé.

- No puedo juzgar su trabajo, pero no soy un contable, pero conozco a una persona que ayudará a aclarar los asuntos de la bodega, - dijo y me ofreció su mano.

No fuimos a la bodega en absoluto, sino a alguna casa particular. Tomas abrió la puerta al patio y me dejó pasar.

- Papá, ¿estás en casa? -  gritó.

Un hombre de unos cincuenta años apareció en el umbral de una sólida casa de piedra.

- ¿Dónde más puedo estar? – preguntó el hombre, mirándome.

- Quiero presentarte a la señorita Monti. Ella manejará las finanzas de la cooperativa y tiene algunas preguntas sobre la bodega. - dijo Tomás.

- Lamento interrumpirme en sus asuntos, pero realmente necesito entender lo que está pasando, - agregué.

El hombre sonrió y nos invitó a un cenador muy acogedor, bajo unas viñas. Me senté al lado de Tomas, quien me ofreció su chaqueta, porque hacía un poco de frío por la noche.

- ¿Así que quieres entender lo que está pasando en la bodega? - me preguntó y volviéndose hacia la casa gritó, - ¡Elea, tráenos una botella de vino y queso!

- No se preocupe, no tengo hambre, - le dije. - No vine aquí para celebrar algo, sino para obtener respuestas a algunas preguntas.

- Yo tampoco. Solo quería invitarte a mi vino, porque es importante para entender el asunto. - Dijo el padre de Tomas con severidad y me quedé en silencio.

Unos minutos después, una mujer muy agradable entró en el cenador e inmediatamente noté su gran parecido con Tomas. Colocó un plato de queso frito, tres vasos y una botella de vino blanco sobre la mesa. - ella me sonrió agradablemente y volvió a desaparecer dentro de la casa.



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En el texto hay: humor, odio amor, finalfeliz

Editado: 15.05.2023

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